Política
¿Cambiar para progresar o progresar para cambiar?
Por Ricardo Bloch
La pandemia y la cuarentena pusieron a la humanidad en una bisagra que reaviva la tesis de Hirschman: la decisión política de avanzar hacia en un camino resulta en movimiento de la sociedad en sentido opuesto. Una aviso temprano para la economía financiera.

A partir del establecimiento de la cuarentena, fruto de la pandemia derivada del coronavirus, distintos gobiernos de todo el mundo comenzaron a tomar drásticas y novedosas medidas que afectan la vida natural de sus habitantes en pos del resguardo de la salud de los mismos. Es así que para la toma de decisiones se presenta, casi a diario, una gran variedad de posibilidades a ejecutar, muchas de las cuales se convierten en resoluciones políticas de carácter normativo después de haber recibido el asesoramiento y la aprobación de consejeros científicos.

La historia política presenta numerosos sucesos que de manera radical torcieron el curso de realidades políticas que se creían rígidas y con pocas posibilidades de transformación. En este sentido, la teoría política elemental se movió a lo largo de los siglos entre las posturas conservadoras y aquellas posiciones inclinadas al cambio como causa necesaria para el progreso y la cohesión social.

Uno de los académicos más interesantes que estudió la problemática del desarrollo económico y su impacto político en la sociedad fue Albert Hirschman, un pensador de bajo perfil pero muy valorado por notables intelectuales de su época, que lo propusieron en su momento como candidato al Premio Nobel de Economía.

Hirschman fue un economista alemán nacido en 1915 que escapó de su país en 1933 cuando se produjo el ascenso de Adolf Hitler al poder. Radicado en Francia se unió a los grupos de la resistencia contra el nazismo, al tiempo que comenzó sus estudios universitarios en París, para continuarlos luego en la London School of Economics de Londres, doctorándose finalmente en la universidad italiana de Trieste. Tras el final de la guerra en 1945 obtuvo su primer empleo en la Reserva Federal de Washington, específicamente en el departamento dedicado a la implementación del Plan Marshall en Europa.

Poco antes de resultar electo presidente Harry Truman en 1952, y tras lograr un contrato por dos años del Banco Mundial, se trasladó con su familia a Colombia. Interesado en finalizar la escritura de su ensayo "La estrategia del desarrollo económico", obra académica que le dio difusión internacional, optó por continuar su actividad profesional en Bogotá como consultor privado durante otros dos años.

A partir de entonces comenzó a dejar de lado su formación ortodoxa universitaria para enfocarse en una metodología más pragmática. Uno de sus objetivos era establecer cánones de desarrollo industrial realistas y pragmáticos que sincronizaran con las inestables sociedades democráticas de América del Sur de entonces. Defendía una planificada movilización de recursos, tanto desde el sector privado como desde el estado, dirigidos a optimizar los resultados concretos de ambas inversiones.

En esos años Hirschman forjó relaciones con colegas que con el tiempo alcanzarían fama internacional. Por un lado, estrechó su amistad con Thomas Schelling, economista doctorado en Harvard y posterior investigador de la Rand Corporation, que en 2005 compartió el Premio Nobel de Economía junto al matemático norteamericano-israelí, Robert Aumann por el desarrollo práctico de la Teoría de los Juegos.

Otra gran influencia teórica y política para Hirschman fue la del economista norteamericano Walt W. Rostow. Ambos académicos afianzaron sus vínculos a mediados de la década del cincuenta en el ámbito del Massachussetts Institute of Technology (MIT), cuando compartieron una investigación sobre las soluciones científicas de los problemas de la planificación económica. Posteriormente Rostow fue un estrecho asesor del presidente John Kennedy, y después de su asesinato en 1963 fue designado por su sucesor, Lyndon Johnson, como su Consejero de Seguridad Nacional.

El ensayo más desafiante de Hirschman resultó ser "The rhetoric of reaction", luego traducido al español como "Retóricas de la intransigencia". Lo publicó en 1991 en plena ebullición política, económica y social resultante de la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la antigua Unión Soviética y la unificación de la República Federal de Alemania. Para algunos críticos académicos el libro tenía un aire de familia, aunque con una posición ideológica opuesta, al famoso ensayo sobre los sofismas políticos que el filósofo utilitarista británico Jeremy Bentham publicara en 1824.

Apelando a grandes acontecimientos históricos de naturaleza política, económica y social, y buscando optimizar acciones públicas que favorecieran el bienestar general, Hirschman sintetiza en las tesis de la perversidad, la futilidad y el riesgo, el accionar del pensamiento conservador que había ganado la pulseada al keynesianismo en los centros académicos de la década del ochenta, y que se presentaba también como única solución para el desarrollo económico de las democracias occidentales.

Abordó primero la tesis de la perversidad, la cual se basaba en el previsible fracaso que tendría una novedosa acción política, la que desde su ejecución sólo alcanzaría el efecto contrario al buscado inicialmente. Según esta premisa, la tentativa de empujar a la sociedad en cierta dirección tendría como resultado que se mueva efectivamente, pero en la dirección opuesta a su objetivo primario.

En materia económica la tesis sostiene que toda política dirigida a la mejora de resultados del mercado se traduce en un proceso tóxico que afectará los beneficios del libre juego de la oferta y la demanda. En este orden, Hirschman agrega la posible producción de efectos colaterales imprevistos, y pone como ejemplo el de un medicamento cuya acción curativa sobre una enfermedad determinada termine provocando graves daños a la persona que lo utiliza.

Por su parte, la tesis de la futilidad afirma que las acciones políticas dirigidas a lograr cambios de largo aliento en materia de desarrollo social serán nulas o de efectos prácticos imperceptibles debido a sus frágiles y difusos fundamentos teóricos. Hirschman considera que esta tesis multiplica el rechazo a los cambios, y que termina siendo útil al arsenal retórico reaccionario. Recurre a la literatura para ejemplificarlo. "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie", escribe Lampedusa en El Gatopardo. En tanto Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, señala que "se necesita correr todo el tiempo para que puedas quedarte en el mismo sitio".

Por último, la tesis del riesgo supone que los cambios a implementar en la sociedad ocasionarían graves cambios a logros previos. Cabe preguntarse entonces si vale la pena poner en riesgo los beneficios de los que goza una sociedad en un determinado momento histórico por nuevas decisiones del poder político que no tienen asegurado un resultado superador. Una mayor intervención del Estado en materia económica sin el correspondiente control de la inflación podría disminuir la riqueza de un país en lugar de alcanzar su objetivo de aumentarla para redistribuirla entre un mayor número de ciudadanos.

Este agudo análisis sobre la oportunidad y la efectividad de los cambios políticos y sociales desarrollado por Hirschman, fallecido en 2012 a los 97 años, invita a especular sobre cuál será el perfil emergente de las políticas económicas de los estados en las democracias occidentales después de la pandemia.

Y más importante aún, cuál será la responsabilidad directa de las entidades financieras en comunión con el nuevo y renovado arranque del sector productivo, sin el cual no habrá posibilidad de desarrollo y combate a la pobreza, la que será cada vez más creciente.

En este sentido, Paul Craig Roberts, exsubsecretario del Tesoro durante la primera presidencia de Ronald Reagan y uno de sus principales ideólogos económicos, acaba de publicar un desafiante artículo titulado "¿Estamos preparando un nuevo feudalismo?" Roberts, un académico de 81 años de histórica cercanía al Partido Republicano y egresado las universidades de Berkeley y de Oxford, formula un descarnado diagnóstico de la situación económica de los Estados Unidos que lo acerca a las posiciones más progresistas del Partido Demócrata.

En una dura crítica al sector financiero, afirma que "el problema es que los bancos prestan para financiar la compra de activos financieros existentes, no para aumentar el potencial productivo de la economía. Las corporaciones usan sus ganancias y piden dinero prestado para recomprar su propio patrimonio en lugar de invertir en sus negocios. Los ejecutivos endeudan a las corporaciones mientras las descapitalizan, y son recompensadas por hacerlo con bonos de desempeño". Música para oídos keynesianos.

Y haciéndole un guiño al America First de la actual gestión republicana, Roberts señala que "el problema es que las corporaciones globales que piensan a corto plazo trasladaron empleos estadounidenses de alta productividad y alto valor agregado a Asia, reduciendo así los ingresos obtenidos en los Estados Unidos, perjudicando la base impositiva estatal y local, y haciendo que la Reserva Federal sustituya un crecimiento en deuda del consumidor en lugar del crecimiento perdido de los ingresos del consumidor".

Sin dudas que los cambios más urgentes deberían comenzar en el sector financiero. Hirschman lo hubiese rubricado en estos días como su principal tesis de necesaria innovación.

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