Editorial
Navidad en Malvinas: Un viaje diferente
| Por Raúl MartÃnez FazzalariCon campos todavÃa delimitados advirtiendo la presencia de minas, Puerto Argentina es un pequeño pueblo y con poco movimiento urbano. El cementerio argentino y las zonas donde se dieron los enfrentamientos más encarnizados. |
“El recurso de las armas representa
siempre una derrota de la razón
y de la humanidad”. Juan Pablo II
A diferencia de lo que leí en casi todos los relatos de viajes, he decidido comenzar estas impresiones que tuve en las Islas Malvinas al revés, es decir por lo que sentí cuando me fui. Al atravesar la pista de aterrizaje del aeropuerto militar de Mount Pleasant para dirigirme al avión que me llevaría a la primera escala en Punta Arenas, pensé en los tan cortos 650 km. que separan las Islas del territorio continental argentino. Pensé en la escasa distancia que es y el porque me había sentido durante toda esa semana tan lejos de mi casa. Pensé que la distancia de algunos lugares se debe medir por otros parámetros que por el sistema métrico.
Varios sentimientos he experimentado durante los 8 días que pasé en las Islas. Una extraña mezcla de rabia, pena y soledad. Alegría por haber estado allí y por haber visto las cosas que vi, esperanza de volver, cariño por las personas que conocí. Amistad con algunas y agradecimiento con otras.
Llegué a Malvinas el sábado 20 de diciembre de 2008 para pasar una semana incluyendo por supuesto la Navidad. Desde el aeropuerto hacia Puerto Argentino a unos 55 Km. aproximadamente, ya pude ver los campos delimitados en donde se advierte del peligro de la existencia de minas. Restos y recuerdos de los días de abril, mayo y junio de 1982. Luego de acomodarme en el Bed & Breackfast en el que me alojé, salí a recorrer ansiosamente Puerto Argentino. Conformado por unas 5 cuadras de ancho por unas 50 cuadras de largo. Con una ansiedad que pocas veces recuerdo comencé caminarla por donde pude y sin dirección planificada. Puedo decir y creo sin exagerar que al final del viaje la recorrí por completo.
Es pueblo pequeño en donde lo primero que se nota son las casas bajas y la poca cantidad de personas que caminan por sus calles. El paso de las 4x4 es la única presencia durante todo el día que denota que hay pobladores. El viento constante en esta época del año ayuda a no salir de los hogares.
El día 24 de diciembre decidí ir hacia Darwin y Grosse Green, sitios que se encuentran en el otro extremo de las Islas, cerca del estrecho de San Carlos.
Son los lugares en donde se produjeron los enfrentamientos más encarnizados y decisivos durante el mes de mayo de año 82. En Darwin se encuentra el cementerio argentino. Ese día, con un sol radiante el que fue acompañado de una viento intenso que no paró durante todo la mañana pude ver, y ser un testigo lejano de la crueldad de la guerra. Lejos me siento de poder describir el panorama, el paisaje y la condición de un lugar tan desolado y remoto.
Me dio la sensación (y seguramente que el terreno es más bajo) que el cementerio apareció de repente. Allí están las casi 300 cruces blancas que parecen resaltar más por el contraste con el azul del cielo y el color de la vegetación del terreno. Las mismas en su mayoría pertenecen a soldados que se desconoce su nombre. Se entra por una pequeña tranquera y enfrente se encuentra una enorme cruz blanca debajo en la cual se dejan recuerdos, cartas, notas, placas, flores y todo tipo de ofrendas. Yo dejé el poema de Jorge Luis Borges “En Memoria de Angélica”. Recorrí las tumbas y al azar elegí una de las tantas cruelmente anónimas para dejar un rosario.
He conversado con los isleños de casi todo lo que pude hablar. Fútbol, noticias, cine y por supuesto de la guerra. Jamás sentí una agresión, un comentario peyorativo o despectivo para con la Argentina. El día 25 de diciembre pasé una de mis mejores experiencias, ya que me invitaron a almorzar en casa de una familia junto a 8 personas. Todos por supuesto sabían que era argentino y el tema de la guerra fue interesante, extraño y hasta surrealista conversarlo con ellos y en esa circunstancia. Les pregunté como lo habían vivido y como había sido la vida diaria durante aquellos meses. Me censuré en preguntar sobre lo que sintieron durante esos días. Coincidimos todos en la locura de la guerra y lo descabellado (para calificarlo suavemente) de aquella aventura militar.
Una de las visitas más interesantes fue al Monte Tombledown, el que se encuentra a unos 10 km. de Puerto Argentino, desde allí se produjo el ataque final de las tropas británicas. Es sorprendente que en ese campo inmenso se encuentran, luego de 26 años restos de la batalla. Vi balas, partes de fuselajes de avión, una cocina, hierros oxidados e irreconocibles y sobre el terreno las huellas de los impactos de las bombas.
Es difícil concluir un viaje a un lugar con tanta significación para los argentinos. Allí pensé bastante e intenté entender algunos sentimientos como la nostalgia, la rabia o la cobardía. También el sentido del valor, de la entrega y del coraje. Pensé mucho en mis hijas que no superan pero por pocos años a los chicos que allí descansan. Cuando regresé las abracé y las besé de una forma diferente.