Cuando Santiago Peña decidió restablecer las relaciones con Venezuela en noviembre, en un proceso escalonado pero sin interrupciones, el gobierno no sabía a ciencia cierta la fecha de las presidenciales en el país caribeño. Sin embargo, los dos países encararon la normalización del vínculo bilateral, e incluso apuraron la designación de embajadores, con la sombra de una elección trascendental y no exenta de sospechas en el horizonte.
Peña puso el acercamiento al chavismo en el marco de su diplomacia presidencial, pragmática y en sintonía con el equilibrio que defiende el canciller Rubén Ramírez Lezcano, y bajo la premisa de llevar una mayor armonía política en la región. Pero las últimas declaraciones de Nicolás Maduro, que este domingo tendrá que medirse con el opositor Edmundo González, retumbaron más allá de Venezuela.
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El sucesor de Hugo Chávez habló de un baño de sangre en caso de perder la elección, lo que le valió la condena de Lula da Silva, Gabriel Boric y Alberto Fernández, a quien el chavismo le retiró la invitación para ir como observador a Caracas. Tanto en el Palacio de López como en Cancillería se preguntan si el régimen de Maduro está avisando que no reconocerá los resultados si no les son favorables y, peor aún, preanuncia una ola de represión.
En una campaña polarizada al máximo y teñida por el habitual juego chavista de inhabilitar y perseguir a la oposición -María Corina Machado había sido elegida masivamente para enfrentar a Maduro en las urnas-, las encuestas son aún menos confiables que en otros escenarios. Más allá del desenlace en sí, es decir, si gana Maduro o González, lo que preocupa a Peña es en qué condiciones quedará el vencedor y cuáles son las garantías para Paraguay.
Venezuela reabrió su embajada en Asunción de forma oficial hace pocas semanas, pero ya estaba operativa desde enero, apenas dos meses después del anuncio de la normalización. Ricardo Capella, el enviado de Maduro, fue recibido por Peña y por Ramírez para presentar sus cartas credenciales en febrero, poco después de llegar al país. La reapertura fue aprovechada por Capella para hacer proselitismo a favor del régimen, aunque el embajador prefirió centrarse en la posibilidad de crear una cámara de comercio binacional.
Al correr el foco principal de la política y la diplomacia, y llevarlo a los negocios, el gobierno se sintió aliviado y nombró a Enrique Jara Ocampos como embajador concurrente en Caracas, aunque con sede en Panamá. La decisión no es logística, sino estratégica. El deshielo sigue en marcha, pero su ritmo y los próximos pasos estarán marcados por lo que suceda este domingo.
Para Peña resulta casi natural buscar nuevos mercados y potenciar a Paraguay fronteras adentro, como objetivos de máxima, pero también arreglar la deuda de Petropar con PDVSA y mostrar flexibilidad y margen de maniobra en la política exterior paraguaya. También hay otro elemento que torna a Venezuela un factor importante: la postulación de Ramírez Lezcano para la secretaría general de la OEA. Maduro se salió del organismo en abril de 2019, por lo que su voto no compromete al canciller.
Lo que sí inquieta al gobierno es frente a qué panorama podría acceder Lezcano a la OEA, el único foro que agrupa a todos los países americanos. El statu quo dista de ser el ideal, pero al menos hay cuestiones donde los gobiernos pueden encontrar algún punto en común. En cambio, si la situación se sale de control en Venezuela, por una combinación de factores -desconocimiento mutuo de los resultados, la presión internacional, diferencias en una hipotética transición, entre algunas opciones sobre la mesa-, la crisis puede tomar otro tenor.
El gobierno supo plantarse ante los atropellos del chavismo hacia la oposición en Venezuela y se alineó con los países más críticos con Maduro. En Cancillería intentan descifrar los menajes del oficialismo venezolano que abren la puerta a un cambio de régimen. La transición no es un hecho, sino una posibilidad, y quizás el antichavismo esté más cerca que nunca de sacar a Maduro del Palacio de Miraflores. Pero nada está garantizado.
Ningún gobierno, tampoco el paraguayo, está preparado para un deterioro aún más acelerado en Venezuela, para una explosión de violencia política o social o un nuevo éxodo -la diáspora venezolana ya supera los ocho millones de personas, todo un récord para un país que no está técnicamente en guerra-, pero también es cierto que ningún gobierno, a diferencia del paraguayo, intentó acercarse a Maduro en un contexto tan crítico.
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Peña supo jugar hábilmente sus cartas. La aproximación a Maduro se dio para escenificar la ruptura con la gestión anterior, luego de que Mario Abdo Benítez reconociera a Juan Guaidó como "presidente interino" de Venezuela, y en medio del intento de la administración Biden por suavizar las sanciones contra el chavismo. Ahora el gobierno no puede desandar el camino que pavimentó en los últimos meses.
En otras palabras, Peña no puede retirar a Jara Ocampos o echar a Capella de Paraguay. Si González gana, el gobierno estará más cómodo para amoldarse a la transición. Si, en cambio, Maduro se mantiene en el cargo, tampoco será una continuidad, para bien o para mal. Paraguay tendrá que estar encima de las señales del chavismo, que dependerán de los resultados mismos de la elección y de la reacción del exterior, para terminar de definir el rumbo de la normalización.
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