Comunicación
La Tecnología es buena, pero regulada es mejor
Por Osvaldo Nemirovsci
Las principales redes sociales no tienen competencia y han mutado en un sistema de vigilancia de afuera hacia adentro que deleitaría al mismo Foucault.

Las redes sociales surgidas en virtud de intentar la vinculación interpersonal y mejorar condiciones para un espacio semipúblico de debate e intercambio, han mutado veloz y vertiginosamente en los últimos diez años, transformando su original formato en un modelo tecnológico afín a intereses gubernamentales, comerciales dominantes y casi parecen un sistema que haría la delicia de Foucault en cuanto a la vigilancia de afuera hacia adentro.

El valor intrínseco de las redes se conforma con las acciones subjetivas de cientos de millones de usuarios y participantes. Desde esa cuna se modelan flujos informativos que fijan condiciones de ventajas, dominación didáctica, poder y capacidad de influencia para quienes objetivizando esa primaria construcción subjetiva y masiva, las devuelven a quienes las originaron pero convertidos en mensajes que contienen impulsos a gustos y valoraciones ligadas a diversas ofertas que van desde productos de consumo hasta candidaturas electivas y políticas.

El perfecto deseo histórico de la búsqueda de ganancia con mínimos costos se da de esta forma en las redes. Miles de millones de personas exteriorizan sus peculiaridades mediante signos de representación en las redes como posteos, símbolos Me Gusta (likes) o Me Entristece o Me Divierte, opiniones, búsquedas comerciales, compras de libros por internet, adquisiciones de paquetes turísticos, autodefiniciones políticas y miles de "desnudos íntimos" más. Mediante una infraestructura de transporte en fibra óptica sostenida desde splitters y con redes, cajas, empalmes y conectores llega hasta las grandes plataformas digitales las cuales desde un desarrollo algorítmico las devuelven mudadas en objetos a comercializar o a influir para preferir en caso de una elección de candidaturas.

Un ciclo ideal para los que dominan el sistema. Todo comienza en el sujeto y a él regreso, pero en forma de objeto como producto ofertable.

Es el aporte voluntario de cientos de millones de participantes el que construye el valor en que se sostienen las plataformas para componer su ganancia ultra millonaria.

Desde el punto de vista de la comunicación no es reprochable en si mismo, ya Herbert Blummer y su mirada desde el interaccionismo simbólico allá por 1940 y sin que existiera ni remotamente la idea de las redes, definía que las personas actúan sobre los objetos de su mundo e interactúan con otras personas a partir de los significados que los objetos y las personas tienen para ellas. Hasta ahí un juego de conveniencias parejo donde el valor está dado por lo simbólico y no existen preeminencias marcadas. Las plataformas digitales y su mundo algorítmico distorsionan el sentido de paridad y de democracia del espacio (algunos lo llamaron la "nueva ágora") en virtud de ser intermediadores privilegiados, poderosos y decisores entre los usuarios y sus demandas como búsquedas en las redes.

Las GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) no dejan lugar para competencias válidas. Es ahí donde las regulaciones estatales deben apuntar para garantizar mayores y mejores cuotas de circulación de contenidos, conocimiento de códigos utilizados para la función algorítmica, limites a posiciones dominantes, defensa del consumidor no en términos de costos sino en la valorización democrática de Internet. La vinculación entre Facebook y sus datos y Cambridge Analityca nos previno sobre la potencial ilegalidad del uso de las redes. Evitar la autocracia de las grandes plataformas y su "tecnología plutócrata" es vital para la vida democrática de las naciones.

El modelo productivo del siglo 21 es el digital. Bienvenido sea. Pero equilibremos, desde lógicas  regulaciones, para lograr que la "tecnología no se manche". 

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