Fontevecchia analiza la pelea de Kirchner y Clarín
El director del diario Perfil se mete en la edición de hoy, con la pelea de fondo que tensa la piel de la política argentina.
Por Jorge Fontevecchia
    
Alfonsín lo hizo. Menem lo hizo. Ahora, Kirchner también. Iba a suceder, aunque nadie imaginaba que sería tan pronto, a sólo tres meses de asumir Cristina Fernández. Como pasó siempre con otros presidentes, lo “lógico” hubiera sido que esta pelea con Clarín se desatara dos años antes de terminar el mandato, cuando generalmente quien gobierna pierde –o se percibe claramente que va a perder– las elecciones legislativas previas a los comicios presidenciales: en el caso de Alfonsín, en 1987; en el de Menem, en 1997; y en el del matrimonio Kirchner, supuestamente en 2009.

La línea editorial de Clarín, que podría resumirse en la búsqueda por alcanzar siempre la mayor cantidad de audiencia, sigue constantemente el humor de la sociedad y nunca se va a oponer a un presidente o a un gobierno que cuente con la simpatía de la mayor parte de la población. Se podría decir de Clarín lo mismo que se dice del peronismo: su ideología es el éxito.

Clarín aprueba mientras la población aprueba, y disiente cuando la población disiente. En ambos ciclos, es un gran retroalimentador de esos estados de ánimo: al sumarse al apoyo de la sociedad a un gobierno, contribuye a potenciar esa popularidad; luego, al sumarse a la crítica, contribuye también a potenciar su descrédito.

Se equivocan los presidentes en asignarle a Clarín la responsabilidad de su pérdida de popularidad cuando esto sucede; la causa es siempre anterior y ajena a Clarín. La responsabilidad que le podría caber a ese diario es la de contribuir a la volatilidad de la opinión pública y la histeria pendular que eso caracteriza. Tanto a favor como en contra, Clarín es un acelerador. También es un espejo ampliado en el que los presidentes adoran verse cuando los acompaña el afecto de la sociedad, y al que quieren romper cuando les devuelve su imagen decrépita. Ningún presidente logra relativizar lo que ve en ese espejo ni comprender que se trata de algo deformado: ni era el salvador de la patria, ni tampoco un monstruo perverso. Probablemente, porque la primera vez que se miraron en él se sintieron enormemente complacidos y lo creyeron merecido y ajustado a la realidad.

Los plazos que consume el tránsito que va desde el romance hasta el divorcio controvertido se repiten tan puntualmente como las estaciones. Todos los gobiernos creen, en los momentos buenos, que seduciendo a Clarín con favores lograrán comprar su fidelidad para los momentos malos. Y luego, al ver que no fue así, despechados, todos los gobiernos creen que podrán destruirlo. Con ambas acciones, lo único que logran es empeorar su propia situación. Y en ambos casos engrandecen a Clarín.

Es física pura, tan simple como que la fuente del opuesto es el opuesto o la fuerza del péndulo. Pero todos los políticos “de raza” –o lo que en los países de sangre caliente así denominamos– adoran cambiar las leyes, no sólo las que se promulgan, sino también las de la física o la matemática; límites a los que se tendrían que ajustar las personas comunes y no ellos, que son superdotados.

Esa sobrevaloración de sí mismos, producida o cuando menos alentada porque esos ciclos siempre comienzan con la fase de idolatría acrítica de la sociedad –acompañada pero no creada por Clarín–, lleva a los presidentes al mesianismo autodestructivo.

Es más fácil echarle la culpa de los propios males a un tercero, y de ser posible al más poderoso que haya, para así consolarse con el papel de víctima antes que reconocer que la sociedad, o una gran parte de ella, les dio la espalda voluntariamente.

En resumen, los medios optan entre cuatro alternativas viables: el técnico o puro (puro no implica que quienes lo hacen sean puros, como no son puros quienes fabrican alcohol puro), que es siempre crítico como el periodismo del watchdog norteamericano; el ideológico que, consecuente con su sistema de creencias, aplaude o critica a quienes se acercan o rechazan sus ideas y que a lo largo de los años puede ser oficialista con un gobierno y crítico con otro, manteniendo su coherencia; el “utilitarista”, cuya versión suave aplaude a quien le paga o le hace favores y en su versión dura critica a quienes todavía no le pagaron o a quienes se oponen a quien le pagó; y el marketinero, que busca satisfacer a la mayor cantidad de consumidores.

El error del Gobierno fue haber confundido el estilo marketinero de Clarín con el de los medios “utilitaristas”, que siempre tienen un precio. Clarín no tiene precio cuando se trata de ir contra la opinión pública, lo que no quita que mientras eso no ocurra trate de sacar el mayor provecho de los gobiernos crédulos que creen que pueden dominarlo.

Un año antes. La gran pregunta es la del título de esta contratapa: ¿Por qué tan pronto? Si la teoría que se desarrolla en esta columna fuese correcta, la respuesta podría ser una sola: Clarín llegó al convencimiento de que el kichnerismo perderá las elecciones de 2009 y que la grieta que el paro del campo abrió en el romance del Gobierno con la sociedad no tiene arreglo y sólo podrá ir agrandándose.

Clarín tampoco es infalible, o algún día dejará de serlo, pero acumuló tanta experiencia en oler humores sociales que con sus acciones arrastra a muchos actores políticos que perciben en sus movimientos señales del destino. Como esos jugadores que siempre ganan, a los que se suman otros apostadores para aprovechar su suerte.

En el corto plazo, una tregua siempre sería posible. Pero las treguas sólo posponen las batallas.
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