La pandemia abre la oportunidad a mirarnos en un espejo quebrado que expone los lÃmites de un capitalismo financiero voraz y abre la puerta a la reflexión sobre la sociedad mejor que podrÃamos ser. |
El mundo ya es otro. O mejor dicho está siendo otro. El gerundio nos abre las puertas para pensar hasta dónde está en nuestras manos lo que viene. Y el futuro no es lo inesperado, tampoco es la apologÃa a la incertidumbre, el futuro es el producto de un quehacer colectivo que aun en la contingencia nos permite proyectar los mejores escenarios posibles. Tenemos derecho al futuro, incluso a desearlo, pero sin justicia social no hay estabilidad posible, no se puede proyectar nada real sin un piso mÃnimo de garantÃas.
Si algo nos enseña la historia de las catástrofes es que muchas veces han sido parte esencial de procesos de reconfiguración de la vida social. Las grandes crisis que sacuden a las sociedades nos colocan ante una pregunta fundamental: cómo (sobre)vivir juntos. Qué es lo que nos une y qué es lo que nos separa, cuáles son nuestros objetivos e intereses comunes. El coronavirus visibiliza lo mejor y lo peor de nuestra condición humana, evidencia los valores que están en disputa y visibiliza los lÃmites del funcionamiento mundial.
Nos desenmascara la faceta depredadora de las élites que pretenden hacer un negocio de las tragedias del mismo modo que nos muestra expresiones novedosas de solidaridad en cada aplauso a quienes con su trabajo se exponen y se esfuerzan cada dÃa por mitigar los efectos de la pandemia.
Sin dudas, nuestra sociedad no volverá a ser la misma. Son pocas las veces en que la humanidad se encuentra ejerciendo una acción colectiva de forma global y simultánea, son pocas las veces también en que tenemos la oportunidad de transformarlo todo, de cambiar radicalmente nuestras subjetividades, valores, deseos y las formas en que imaginamos un mundo en el que quepan otros mundos.
El siglo XXI aceleró los tiempos de nuestra vida social. Es posible hablar de hipermodernidad en vez de modernidad: una aceleración de los tiempos con individuos que se apilan en centros urbanos, que están cada vez más cerca fÃsicamente, pero, paradójicamente, cada vez más lejos socialmente. Cuanto más valor le pone la sociedad a la noción de individualismo, más frágil se vuelve el individuo.
A su vez nuestras sociedades tienen una tendencia narcisista y hedonista creciente. Como señala el filósofo Byung-Chul Han, vivimos en sociedades del cansancio y la ansiedad, cada vez más hiperfragmentadas. En este escenario se desenvuelve el hiperindividualismo, donde la razón deja de ser lo importante y es negada y sustituida por la emoción y el deseo, por la satisfacción inmediata de los impulsos sin tener en cuenta sus consecuencias, solo se mira al aquà y ahora. Solo hay inmediatez, presente e incertidumbre. El hiperindividualismo es, nada más más ni nada menos, que el efecto actual que nos impuso durante demasiado tiempo el neoliberalismo, proyecto económico pero, fundamentalmente, cultural.
La nueva crisis pandémica expone a todo el planeta a nuevos dilemas cuyas respuestas tuvieron que apresurarse en un marco que nos pone a todos y a todas en riesgo. El neoliberalismo cool y su cultura hiperindividualista son puestos en cuestión.
En apenas segundos se viriliza el hashtag #TeCuidaEstadoNoElMercado y no es casualidad porque, justamente, lo que está en debate son las caracterÃsticas básicas que sostienen a nuestra sociedad. Se han puesto al desnudo muchas contradicciones en el campo de la economÃa, la salud y la polÃtica. Los hombres y las mujeres estamos de nuevo frente a un espejo roto, que refleja los lÃmites de un capitalismo financiero y voraz, pero también refleja el desafÃo de animarnos a pensar en sociedades alternativas, donde prevalezca la cooperación y la solidaridad social activa.
Por eso es importante volver a observar la sociedad desde el conjunto. Recuperar la idea de solidaridad social e integralidad. El aislamiento es fÃsico, pero no social. La salida es con más democracia e igualdad. Las acciones colectivas son las claves para superar el hiperindiviudalismo, porque dan sentido al encuentro, construyen un nuevo nosotras y nosotros, politizan el espacio público e instituyen un nuevo tipo de ciudadanÃa.
Aplausos, pañuelazos, festivales virtuales, compras comunitarias, ollas populares, son parte de estas acciones. "En las grandes adversidades, sale a la luz la virtud" nos decÃa Aristóteles. Y la virtud no está concebida como un eufemismo, sino que es en tanto practica moral, ética y polÃtica. Para gran parte de la filosofÃa griega el hombre se realiza en comunidad, cuando discute y define los asuntos de la polis entre pares. El destierro podÃa ser peor que la muerte, porque significaba negar la condición humana: el ser ciudadano. Somos ciudadanas y ciudadanos en tanto nos apropiamos del quehacer público, en la medida que somos protagonistas de la historia.
El COVID-19 nos coloca en una situación inédita y sin muchas certezas. Sin embargo, si el camino que prevalece es empezar por los últimos, fortalecer un Estado sensible, cuidarnos, sin dudas, la salida está cada vez más cerca.
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