Irán
Trump 2020: no es Iowa, es Teherán
Por Milton Merlo
El conflicto en Medio Oriente altera los planes de la campaña republicana y cambia los límites del debate.

A mediados de octubre del año pasado Donald Trump visitó Dallas. Protagonizó uno de sus típicos shows proselitistas en el American Airlines Center y luego en la noche cenó en Highland Park con Roy Bailey y Ray Washburne, dos de sus donantes predilectos de Texas y que en 2016 consiguieron que Dallas fuera la ciudad que más dinero aportó a la campaña presidencial que lo definiría como ganador.

Esa velada, ante figuras rutilantes del partido republicano en dicho estado, como el senador John Cornyn, Trump dijo que había que estar muy pendiente del caucus demócrata de Iowa, pautado para el 3 de febrero. Es una fecha clave de la primaria demócrata y en la cual el presidente de EU dijo que esperaba que quedaran en evidencia las ideas que demuestren que la campaña no es contra los demócratas, sino, contra el comunismo. Una noción que Trump comenzó a construir el verano pasado, según la periodista de The Wall Street Journal, Kimberley Strassel.

La escalada bélica en Medio Orienta amenaza con descarrilar esos planes. La que sería una campaña asentada en la política interior en una dinámica "sistema (republicanos)-antisistema (demócratas)" ahora gira hacia un conflicto externo y expone a Trump en algo poco habitual en él: tener que explicar porque da marcha atrás con una promesa de campaña. El magnate se cansó de reiterar que él no gastaría dinero de los contribuyentes en guerras. El envío de 3500 tropas a la región más caliente del momento aparece como una contradicción ineludible.

La situación es muy incómoda para Trump porque el argumento para ejecutar a Qasem Soleimani fue que se avecinaba una acción inminente contra la seguridad de EU que tenía en este general a su cerebro principal. El fin de semana The New York Times y The Washington Post publicaron artículos citando a fuentes anónimas del Pentágono y la CIA que ponían en duda esa urgencia. La Casa Blanca no puede explicar más de lo dicho porque hacerlo implicaría un nuevo conflicto con los generales.

La conveniencia o el error de la muerte de Soleimani queda como un interrogante para el destino. Arquitecto de la geopolítica de Medio Oriente, punto de encuentro entre los militares y los religiosos que gobiernan Irán, enemigo acérrimo del ahora extinto Estado Islámico. La gama de grises en su existencia es notable. De ahí la convulsión que agita su desaparición.

En el circuito diplomático en Washington la duda que sobrevuela por estas horas es hasta qué punto la situación de Irán va a terminar impulsando las chances ya sea de los demócratas de centro como Joe Biden o de los antisistema como los senadores Bernie Sanders o Elizabeth Warren. La respuesta que esbozan en la delegación mexicana es que todo dependerá de si en las próximas semanas se enfría el conflicto. Algo que ahora parece inviable, casi imposible.

La tesis que esbozan cerca de Martha Bárcena es que Mike Pompeo se va a acercar al Kremlin para que Vladimir Putin, un aliado de Teherán, encause una negociación por la cual Irán reduce su política expansiva en materia de arsenal nuclear a cambio de que EU retire las sanciones a la economía del país persa, una economía que, por cierto, ya está muy afectada por la batería de medidas diseñadas por Steve Mnuchin. Esa visión podría pecar de un exceso de buena fe.

Si la tensión se incrementa y se produce un ataque frontal contra EU, Trump buscará su reelección en un país en estado de guerra. Medicare, migración, impeachment, el pleno empleo, Wall Street y el "America First" quedarán muy en segundo plano. La campaña que llegará puede ser para Trump o la de George W. Bush en 2004 cuando le ganó a John Kerry con el discurso de "defender a la nación" o la de John Mc Cain en 2008, que perdió contra un Barack Obama que prometía retirar las tropas de Afganistán e Irán.

Para México y para la administración de Andrés Manuel López Obrador será un desafío de alta complejidad porque Pompeo ha conseguido todo lo que le ha pedido a Marcelo Ebrard en materia de migración, comercio, seguridad e incluso diplomacia, cómo se evidenció con la salida discreta de Evo Morales de la CDMX. La escalada iraní aparece ahora como un límite de alta densidad. 

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