Editorial
Hipervigilancia: ¿La tecnología puede predecir nuestros miedos?
Por Laura Utrera
La llegada del COVID-19 ha situado al mundo en un estado de alarma, de excepcionalidad, de imprevisibilidad de modo tal que la imagen de una sociedad distópica rebrota para quedarse.

El pánico generado por un virus invisible, modestamente letal pero con un altísimo grado de contagio resulta desbastador en el plano social y psíquico porque alimenta la histeria, el miedo y el pánico individual y colectivo. El historiador Jean Delumeau argumenta que el miedo desestabiliza y desestructura el entorno cotidiano porque bloquea todas las rutas que conducen al futuro lo que instala la ceguera frente al horizonte por venir. 

Esto desata una violencia colectiva consecuente al miedo de no saber (cuándo termina todo esto), de no entender (qué es el covid-19) precisamente porque el espacio que tranquiliza y normaliza (ocupado por la ciencia) no tiene aún una respuesta: la ciencia está trabajado duramente para obtener una vacuna. Ese miedo instala más incertidumbre y más angustia: al covid-19 no lo conoce la medicina, no lo conoce nuestro sistema inmunológico. 

No saber cuándo terminará el aislamiento, no saber cuándo aparecerá la vacuna, no saber el alcance de las repercusiones económicas desequilibra el psiquismo individual y colectivo. Este estado permanente que transitamos nos vuelve más manipulables y predecibles.

En este marco, la progresiva instrumentación de plataformas digitales aceleró el acceso a la información a un ritmo aún mayor del que venía teniendo y modificó, por la excusa del alto contagio, las formas de contacto y de discusión (cultural y política) en ámbitos públicos y privados. Aparece así el uso de la tecnología como lugar de intercambio de mensajes, como el lugar de la geolocalización, como el lugar de la hipervigilancia pero también como el lugar de las certezas que aún la tecnología no nos puede dar.

En una entrevista reciente, la escritora española Marta García Aller reflexiona sobre cómo la sociedad teme perder su privacidad frente al avance de la tecnología. Al igual que el gobierno Argentino, el español implementó la app Data Covid para detectar casos que geolocalizan a los usuarios. El temor a perder la privacidad revela, por un lado, la falta de la transparencia de los algoritmos y la falta de confianza en las instituciones y, por otro, la desinformación porque esa alerta, en todo caso, debería aparecer siempre que tomemos la decisión de instalar una nueva app en nuestros teléfonos (y esto es anterior a la pandemia). Las inquietudes sociales avivan su fuego con la desinformación pero ciertamente, muchos de esos datos en las manos equivocadas pueden volvernos manipulables.

En este sentido, una sociedad polarizada, que le cueste diferenciar la verdad de la mentira, resulta de abono perfecto para el avance de algoritmos, inteligencia artificial y big data creados tanto para predecir nuestros gustos como para anticipar nuestros miedos. Ahora bien, lo cierto es que las sociedades democráticas deben innovar y estar a la altura de los avances en materia tecnológica porque ellos resultan estratégicos a la hora de pensar en el bienestar social, económico, educativo, medioambiental, cultural y sanitario.

La sociedad debe interpretar el alcance de los algoritmos en el presente por más imprevisible que éste resulte para imaginar lo que eso puede expresar. Y, en este sentido, esa imaginación no puede renunciar a sus vinculaciones con la Política y con la Ciencia. La modificación de nuestras prácticas habituales transformaron el espacio cotidiano, lo volvieron "otro". Hoy, ese espacio está ampliamente intervenido por lo tecnológico y se vuelve extraño. Como nos enseña Tzvetan Todorov la sensación y experimentación de lo extraño solo aparece cuando interfiere e irrumpe en el espacio cotidiano. 

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