EE.UU.
Un fantasma recorre Washington, y se llama impeachment
Por Hernán Sarquis
El affair Rusia acerca cada vez más a Trump a un juicio político, pero aún si no sucede, su presidencia podría verse paralizada por una larga investigación.

Es imposible no notarlo. Una sensación de júbilo se adueña de muchos demócratas en Washington. Viven entre la incertidumbre por lo que pueda ocurrir, y la satisfacción porque está ocurriendo. A tan sólo cuatro meses de arrancar, la administración de Donald Trump se está desmoronando. Los niveles de aprobación del presidente están en mínimos históricos para un líder recién electo, con cifras que oscilan entre el 37 y el 40%. Hoy el propio Trump presumió en su cuenta de Twitter que la encuestadora de corte conservador Rasmussen, la que mejor lo ha tratado, le daba 48% de aprobación, números cuestionables que, aunque fueran reales, no serían motivo de júbilo.

De acuerdo a Gallup, en mayo de 2009, su cuarto mes como presidente, Obama contaba con el 64% de aprobación de sus ciudadanos; George W. Bush tenía 56% en mayo de 2001; mientras que Clinton tenía 44%, pero no lo andaba presumiendo.

Hay que recordar que el impeachment, lo que en México sería el juicio político, es precisamente un proceso político, no judicial. Quien lo inicia no es la Suprema Corte ni el Departamento de Justicia, sino la Asamblea de Representantes.

El optimismo de los demócratas en parte se debe a que el juicio político de Trump cada vez parece más viable. Hoy los líderes de información son personajes como Stephen Colbert, conductor del Late Show; o John Oliver, del semanario político Last Week Tonight, quienes destilan las últimas desventuras presidenciales con un sentido del humor y oficio cómico impecables. Durante los últimos meses estos programas de corte izquierdista han tocado sin cesar el tambor del juicio político. Entendible, son productos de entretenimiento y correr al presidente es el deporte más popular del año.

Pero hay que recordar que el impeachment, es precisamente un proceso político, no judicial. Quien lo inicia no es la Suprema Corte ni el Departamento de Justicia, sino la Asamblea de Representantes. Por eso las llamadas "ofensas enjuiciables" en las que un presidente puede incurrir pueden ser casi cualquier cosa; depende de quién decide.

En los 90, bajo el liderazgo del radical Newt Gingrich, los republicanos que controlaban la Asamblea echaron a andar un impeachment contra Bill Clinton por mentir sobre su relación con Monica Lewinski, y por obstrucción de la justicia.

La acusación pasó en la Asamblea, pero fue rechazada en el Senado, que tendría que haber aprobado con súper mayoría (60%) la iniciativa enviada por la cámara baja. A la distancia suena ridículo, pero se trató de una decisión política, no legal.

Un fantasma recorre Washington, y se llama impeachment

Aunque el caso Rusia no llegue a ningún lado, es seguro que a Trump le depara una larga, lenta y meticulosa investigación que podría durar varios años y hacerlo un presidente inoperante.

Si Trump fuera un presidente demócrata bajo el yugo de un Congreso republicano, su juicio probablemente habría iniciado hace un mes. Razones no faltan; falta voluntad política. Pero los republicanos no están dispuestos a perder lo que ha probado ser un presidente maleable y poco involucrado en temas legislativos. Trump apoya lo que sea que el partido redacte. De ahí que sus esfuerzos en el Congreso han sido políticas no populistas como las que prometió en la campaña, sino regalos de miles de millones de dólares para las mega corporaciones y los super ricos, principales patrocinadores del partido.

La estrategia que el Partido Demócrata está adoptando es la correcta, por ahora. Por primera vez en años, y ante la intemperie, los demócratas se han unido alrededor de dos objetivos claros: 1) seguir apaleando sin piedad a los republicanos con el tema Rusia; y 2) recobrar el control del Congreso que perdieron en 2010.

A la menor provocación, ante la más mínima oportunidad, los demócratas, apoyados en gran medida por la investigación de medios como el New York Times y el Washington Post, hablan de Rusia. Una estrategia similar a la que los republicanos aplicaron durante años contra ellos. Como cuando Clinton y Lewinsky; u Obama y cualquiera de los "escándalos" que le inventaron al presidente menos escandaloso de la historia. En algún punto llegaron al ridículo nivel de acusarlo de elitista por comer mostaza Dijon; o la teoría de la conspiración impulsada por el propio Trump sobre su acta de nacimiento falsa.

Pero el impeachment puede ser lo de menos. Hace unos días The Atlantic publicó una pieza recordando la investigación que arrancó contra los Clinton en 1992 por su participación décadas atrás en un negocio inmobiliario cuestionable. El llamado caso Whitewater pesó encima de Clinton durante años y fue suficiente para paralizar su presidencia. De hecho, como parte de las investigaciones del caso, el investigador independiente del Departamento de Justicia desentrañó el escándalo de Mónica Lewinsky, que terminó con el inicio de un juicio político contra el presidente en la Asamblea de Representantes.

Macron tomó "un tono asertivo y cargado de principios que uno esperaría de un presidente norteamericano que se enfrenta a un adversario cada vez más asertivo", dice la nota de Slate.

Aunque el caso Rusia no llegue a ningún lado, es seguro que al presidente le depara una larga, lenta y meticulosa investigación que podría durar varios años y hacerlo un presidente inoperante. Un lame duck, como dicen en Washington cuando ya hay presidente electo pero el anterior sigue en funciones. Un lame duck, pero sin sucesor, en el caso de Trump.

Por lo pronto ya está afectando a su círculo más cercano. Se sabe que el FBI monitorea de cerca a su yerno y principal asesor Jared Kushner; y las acusaciones han convertido al flamante mandatario en un presidente a la defensiva, sin capital político, sin capacidad legislativa, y -todavía más exótico para un líder norteamericano- sin liderazgo en el extranjero. Entre su pobre actuación durante la reunión con los líderes de la OTAN y posteriormente con los del G7, y la amigable actitud que ha adoptado frente a Vladimir Putin, otros líderes europeos como Angela Merkel -quien ayer declaró que ya era hora de que Europa tomara en sus manos las riendas de su propio destino- están levantando el estandarte de "líder del mundo libre".

El portal progresista Slate destacó que fue Emmanuel Macron quien encaró a Putin durante una conferencia de prensa, y lo confrontó con el rol que medios oficiales rusos como Russia Today y Sputnik jugaron durante la elección en Francia, publicando notas falsas y difundiendo los correos hackeados -probablemente por los servicios de inteligencia rusos- a la campaña del entonces candidato centrista.

Macron tomó "un tono asertivo y cargado de principios que uno esperaría de un presidente norteamericano que se enfrenta a un adversario cada vez más asertivo", dice la nota de Slate.

Mientras tanto, los demócratas ya están acumulando un impresionante cofre para financiar las campañas rumbo a las elecciones intermedias de 2018. Si logran arrebatar el Congreso a los republicanos, será muy complicado que Trump enderece el rumbo de una presidencia que parece estar en caída libre; eso asumiendo que logre permanecer otros dos años en la Casa Blanca. O que quiera hacerlo.

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