Editorial
Donald y sus amores fugaces
Por Hernán Sarquis
Emmanuel, Justin. Kim. Vlad. Andrés. Unos vienen y otros van. Al final el amor acaba, los aranceles quedan y el muro avanza.

Pronto entendió que el camino a su corazón no eran las cartas inspiradas ni las promesas eternas. Para conquistarlo, a diferencia de otros, el toque sutil y las ideas compartidas serían insuficientes. Necesitaría gestos y declaraciones audaces. Así fue que comenzó todo. Para los dos fue el primer desfile del Día de la Bastilla, y quiso el destino que lo compartieran juntos. El escenario era inmejorable. Se maravillaron del despliegue marcial del poder francés bajo el cielo parisino. Luego, una cena en el restaurante con estrella Michelin en la Torre Eiffel, a sus pies miles de años de historia y romance, y por encima de sus cabezas, nada. El cielo era el límite ese 14 de julio.

Aunque el primer encuentro fue exprés -no duró más de 24 horas- la relación continuó floreciendo a la distancia con el paso de los meses. Son ya legendarias las horas que pasaron junto al teléfono, cada uno de su lado del Atlántico, seguramente criticando a la malvada tía Angela y burlándose de los ridículos manifestantes que inundaban las calles de sus respectivas capitales.

Luego llegó la segunda cita. Ahora le tocaba a Emmanuel jugar al conquistado. No se hizo el difícil. Viajó hasta su casa en DC, y ya para entonces la química era inocultable. Los paparazis no podían tener suficiente del par. Las fotos delataban que eran inseparables. Los roces. Los abrazos. Los comentarios indiscretos y los gestos tiernos. Si en Paris se conocieron, en Washington florecieron. Pero como toda luna de miel, ésta llegaría a su fin.

Vinieron los aranceles, y luego el despecho. Los guiños a Vladimir en Quebec. Los ruegos de Emmanuel y los recuerdos de esa tarde en Champs Elysees no fueron suficientes. "No es nada personal", debió decirle Donald. Los rumores del pleito telefónico dieron la vuelta al mundo, y luego la relación se desmoronó; esta vez sería ante los ojos de todos. El gran bromance de la era había terminado y se instaló la amargura.

Donald y sus amores fugaces

"Podrían haberme criticado por no haberlo enfrentado, por no haber intentado convencerlo", explicó Emmanuel junto a Justin, de pie frente a las cámaras. "Creo que hemos hecho todo lo que hemos podido, y hemos puesto todo en la línea", suplicó.

Luego los golpes bajos: "Donald, no estás cómodo con un acuerdo firmado por tu antecesor, tal vez sólo porque fue firmado por tu antecesor, pero no impidas que otros lo respeten", dijo.

Cuando la gente preguntó por aquella fatídica llamada, Emmanuel respondió: "Si le explicamos a la gente cómo se hacen las salchichas, es improbable que las sigan comiendo".

Con el tiempo vendrían otros nombres y otros cielos. Kim, Vlad. Pero nunca nada como esa noche iluminados por las luces de París. Nada sería igual.

Y luego llegaste tú, Andrés, con las palabras precisas. "Me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir", dijiste. "Todo está dispuesto para iniciar una nueva etapa en la relación". Cerraste discreto pero directo: "Le mando un abrazo afectuoso".

La respuesta de Donald no tardó en llegar. "Una relación fuerte llevará a un México más fuerte, ¡que francamente me haría muy feliz!".

Ya sabemos lo que sigue. La cumbre fugaz. El encuentro feliz. Las declaraciones generosas y las fotos indiscretas. Igual que en Helsinki, Quebec y Singapur. Igual que París. Pero al final los aranceles se quedan, el muro va, y el amor acaba. "Nada es personal, Andrés".

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