Editorial
El Marginal: avance electoral de posiciones extremas
Por Cristian Solmoirago
Si no se logran consensos básicos, en el siguiente proceso electoral las posiciones extremas pueden radicalizarse aún más.

Miedo, asco, enojo son algunas emociones que influyen directamente en nuestro instinto de supervivencia. No importa la edad, la posición económica o intelectual, percibimos nuestro miedo, sabemos lo que nos da asco o nos enoja. Y si a esto le sumamos un contexto social generalizado de bronca, indignación y frustración, las posiciones antagónicas se hacen más extremas y los candidatos marginales que apelan a esas emociones básicas comienzan a tener mucha más atención.

En la mayoría de los procesos electorales el grueso del electorado se ubica en el centro, atraído por candidatos predecibles y confiables, se aleja de los extremos, escapando de posiciones radicalizadas. Cuando un candidato de extremo o marginal comienza a crecer en la consideración y percepción del electorado, aumentando así sus chances de ser competitivo, existe la tendencia a moderarse para poder penetrar en esa base más amplia de electores. El Brexit, Donald Trump y Jair Bolsonaro rompen esta regla, lejos de moderarse los candidatos o espacios intensifican su posición extrema, y son los electores que se trasladan de su lugar moderado hacia el extremo, votando a quien fuera el candidato marginal.

Santos o demonios, sin grises. Te doy mi voto, porque no quiero que gane él. Comienzo a tenerte afecto, porque a él lo odio. Los escenarios electorales se están configurando en una relación antagónica, muchas veces asimétrica y desigual, en la que el elector elige a quien le va a garantizar, en principio, su supervivencia.

La disputa electoral queda configurada en dos espacios, los otros competidores comienzan a ser intrascendentes tanto para la opinión pública, como así también para el establishment.

Es él o yo.

Este modelo dicotómico, básico y binario, es el que determina cada posición de extremo, demonizando al oponente: el otro es el malo, vende patria, corrupto, gobierna solo para un sector. Estas posturas extremistas, sin embargo, coinciden en la metodología, la práctica política y de comunicación. El agravio, la descalificación, la denostación, son acciones de una y otra parte, sin distinción. El peligro de este tipo de conductas, tanto de los candidatos como de los electores, hace casi imposible lograr acuerdos de gestión y de gobernabilidad.

Bajo este tipo de escenarios la construcción de consensos básicos será una tarea titánica. Si no se logran, en el siguiente proceso electoral estas posiciones extremas pueden radicalizarse aún más. No solo nos encontraremos ante un país dividido en términos electorales o partidarios, sino frente a la división de todo el tejido social.

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