Editorial
Incoherencias e irrelevancias
Por Jorge Raventos
El carácter "chavista o vendepatria" que se adjudiqua al gobierno atraviesa una paulatina irrelevancia ante el acuerdo con Chevron, la situación judicial de Jaime y el respaldo a la designación del general César Milani.
“Pasamos de chavistas a vendepatrias en un día", declaró el viceministro de Economía, Axel Kicillof en relación con el pacto entre YPF y el gigante petrolero estadounidense Chevrón, suscripto el martes 16.

La frase quiso ser un sarcasmo sobre la oposición (a la que la mismísima Presidente acusó de gataflorismo), pero en boca de Kicillof hasta podía interpretarse como una autocrítica: él había sido uno de los atizadores del retórico (dizque épico) nacionalismo petrolero con el que hace 14 meses se presentó la confiscación a Repsol de su mayoría accionaria en YPF.

Aquel vocabulario inflamado (“chavista”) no parece demasiado compatible con el acuerdo que abre las puertas de los yacimientos no convencionales de Vaca Muerta a la segunda empresa energética estadounidense (cuarta del mundo), a la que se le ofrecen condiciones mucho más benignas que las que gozaba o pretendía Repsol, sin excluir la jurisdicción judicial estadounidense o francesa.

La fuerza de las cosas

Kicillof argumenta ahora, forzado por las circunstancias, que "no hay una gran empresa estatal de petróleo en el mundo que no esté asociada a capitales extranjeros". Chocolate por la noticia. Tal vez porque abrevó más bien en la bibliografía “progresista” y marxistoide que en la tradición doctrinaria peronista, Kicillof ignora que el estatismo petrolero ya había sido fulminado por Perón hace seis décadas. Con realismo, Perón señalaba (por ejemplo, en La Fuerza es el derecho de las bestias) que, puesto que la empresa estatal no tenía “capacidad organizativa ni capacidad técnica, ni capacidad financiera” para permitir el autoabastecimiento, era necesario abrirse a la inversión privada y a la inversión extranjera. ”Hacer de esto una cuestión de amor propio es peligroso y es estúpido”. Perón, con algunas décadas de anticipación, practicaba un principio con el que Deng Xiaoping impulsó el desarrollo moderno de China: “No importa el color del gato, sino que cace ratones”.

Sucede que esta no es el relato del fundamentalismo cristinista, por eso suena tan desafinado en esas gargantas. No, en cambio, en la de Daniel Scioli. El gobernador defiende la inversión de Chevron con más coherencia que Kicillof: "Se puede producir en el país y los capitales los aportan otros”, dijo. Y agregó: “Es preferible producir aquí, ya que tenemos el recurso, y no gastar las divisas que genera la producción en importar”. Un rasgo de franqueza: la política energética del gobierno terminó con el autoabastecimiento y condenó al país a dedicar unos 15.000 millones de dólares (aportados, sobre todo por la´competitiva producción agroalimentaria) a importar combustibles.

Daniel Scioli, convertido en cabeza de la campaña bonaerense del oficialismo, aporta argumentos razonables para una política energética que, a raíz de los fracasos, debe corregir el rumbo y acercarse a lo que determina la realidad.

Tanto la necesidad de apoyarse en la imagen pública del gobernador bonaerense como la de convocar a una gran transnacional petrolera estadounidense son, mirados desde cierta perspectiva, señales de resignación a la realidad: ¿quién podría incrementar el capital electoral natural de Martín Insaurralde , cabeza de la lista oficialista bonaerense? ¿Amado Boudou, Aníbal Fernández, Carlos Kunkel, Luis DÉlía, la propia Cristina de Kirchner? El oficialismo debe tragar amargo y escupir dulce: el único que puede es Daniel Scioli, al que no consideran de la misma raza ideológica.

¿Y quién puede aportar un poquito de capital para que YPF pueda mejorar su performance, habida cuenta de que su inversión real en el último año, desde la expropiación de Repsol, fue nula? Por el momento, sólo Chevron, que pondrá en principio 300 millones de dólares de las utilidades no remesables al exterior y promete sumar otros 940 en un año. Es algo, aunque sea una gotita en el océano de inversiones que requiere un área como Vaca Muerta, que se calculan entre 30.000 y 40.000 millones de dólares.

Las convicciones en el umbral

Acuciado por la necesidad, el gobierno avanza en un sentido en el que íntimamente no cree, pero que anticipa el futuro rumbo de los acontecimientos. Sin la rémora de quienes hacen las cosas no porque crean en ellas sino porque no queda más remedio, en un futuro no tan lejano se podrá profundizar en políticas realistas y razonables.

Dentro de ese paradójico movimiento en el que un gobierno en retroceso y empujado por los hechos trata de borrar con el codo lo que escribió con la mano hay que inscribir datos como la crítica del secretario de Seguridad, Sergio Berni, a las políticas “garantistas” que, dijo, “parece que sólo defienden los derechos de los delincuentes y no los de los ciudadanos” y su cuestionamiento a que se apañe “a la gente que corta la calle en vez de dar una orden para que se la desaloje”.Berni, al fin de cuentas, es alto funcionario de un gobierno que promovió la mitología del “garantismo” y tuteló a los principales jefes piqueteros.

En ese orden de anomalías hay que inscribir la reintroducción de las Fuerzas Armadas en el escenario político, operada a través de la designación presidencial del general César Milani como jefe de estado mayor del Ejército. Dicen que Dios escribe derecho en renglones torcidos: que personajes como Horacio Verbitsky (regidor del Centro de Estudios Legales y Sociales) o la señora Estela de Carlotto, emblemáticos acusadores de militares en nombre de los derechos humanos hayan ofrecido en este caso una absolución a un general señalado públicamente por hechos análogos a los que a otros les han costado vilipendio y cárcel ( y a las Fuerzas Armadas un repliegue vergonzante y una virtual desarticulación operativa ) marca el eclipse de un relato y, otra vez, un paso obligado hacia lo que la realidad determina, que supera la cuestionada y pasajera figura del general Milani.

Claro está, esos pasos, si se quiere anticipatorios de lo que vendrá, al ser menos el fruto de convicciones que de acomodamientos forzados, lucen incoherentes no sólo con el catálogo de recetas y consignas que esgrimía hasta ahora el relato oficial (¡y que muchos de sus voceros siguen recitando!), sino que son poco conducentes a los fines perseguidos.

Ruidos internos

La inversión de Chevron es, se ha dicho, insuficiente para incrementar significativamente la producción energética. Y aunque pueda operar como llamador de otras, el camino elegido por el gobierno para abrir esa puerta (un decreto sorpresivo, puenteo del Congreso y de las provincias, ausencia de acuerdos con la oposición) dista mucho de ofrecer garantías de seguridad jurídica a otros eventuales inversores externos. La revista Fortune, al comentar el caso Chevron, aseveró que la reputación del país, en ese sentido, "ya se encuentra en las cloacas".

La incoherencia obstruye los mejores resultados potenciales y desmoraliza a la propia tropa. Hay sinceros militantes de la causa de los derechos humanos que no comprenden la movida oficial de promover a Milani a la jefatura del Ejército. ¿No era ya bastante que manejara la inteligencia militar?

El ruido interno se agrava con la atmósfera generada alrededor de las persistentes denuncias de corrupción que tocan inclusive al extinto ex presidente Néstor Kirchner. Si dos años atrás un reputado intelectual K como José Pablo Feinmann ya afirmaba públicamente que “es muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes multimillonarios que te hablan del hambre”, en estos días, con el condimento del pedido de captura del ex secretario de Transporte Ricardo Jaime, ese ingeniero exitoso que amasó una fortuna en la función pública, la incomodidad se ha extendido considerablemente.

Desde la afirmación de autonomía de un número amplio de intendentes bonaerenses y el lanzamiento de la candidatura de Sergio Massa, la atmósfera de fin de ciclo que rodea al gobierno se ha condensado más.

El eclipse

Aunque la eximición de prisión concedida a Jaime en Buenos Aires y en Córdoba hacia el fin de la última semana pueda atenuar esa sensación, que con diferencia de algunas horas la Justicia hubiera ordenado unos días antes su detención, citara a declarar como imputado al secretario de Comercio, Guillermo Moreno y pidiera investigar como sospechoso al ex jardinero y hombre de confianza de los Kirchner, Ricardo Fabián Barreiro, señalaba ya con elocuencia que el ciclo marcado por la letra K está llegando a su fin.

No hay duda de que el gobierno tiene aún en sus manos innumerables instrumentos de poder y maneja recursos caudalosos (sin ir más lejos, en la primera mitad de 2013 lleva gastados en la compra de publicidad oficial 490 millones de pesos, el 64 de su presupuesto anual, que seguramente será incrementado por decreto, y casi 700 millones en el programa “Fútbol para Todos”). Pero ese manejo no consigue eliminar los crujidos de la estructura oficialista, las tensiones intestinas, la centrifugación y la diáspora. El poder se debilita. Y aquellos políticos e instituciones que durante años sufrieron sus presiones y se sintieron sofocados por ellas, ahora respiran con alivio y sienten que han reconquistado grados de libertad.

La Justicia, que soportó y asimiló durante años la agresividad o la desobediencia oficialistas, ahora, cuando la decadencia del ciclo se recorta en el horizonte, impulsada por las cacerolas pasadas y las urnas próximas, recupera su fuerza relativa, redescubre sus energías y no sólo resiste la prédica insidiosa que se disemina desde el atril presidencial, sino que se anima a tocar figuras emblemáticas de la administración.

Lo que se fue, lo que se va

Probablemente la economía es, como postulan muchos analistas, una clave importantísima en el ocaso del ciclo kirchnerista: el despilfarro, el desprecio por la productividad, la quimera de conducir las variables a través de úkases divorciados de la realidad y el sentido común produjeron desastres, déficit energético, voracidad fiscal… Sin embargo, las dificultades inmediatas del gobierno no son ni exclusiva ni principalmente económicas.

El gobierno ya ha perdido los pilares que sostuvieron su mejor etapa: ya no cuenta con los famosos superávits gemelos, ya no cuenta con la inversión hundida que le dejó a la primera década del siglo XXI la denostada década del 90; tampoco se asienta en el cambio competitivo que heredó de la monumental devaluación de Eduardo Duhalde. No puede sostener el ritmo de incremento del gasto público, está aislado del mundo (una situación que Chevron no remedia). Tiene menos reservas y las que le quedan se van yendo, sea por la desconfianza, sea por la necesidad de importar energía.

En virtud de ese paisaje, se ve obligado a cambiar y así se despoja de argumentos. Su relato hace agua. Y en pocas semanas las urnas van a terminar con una fuente principal de legitimación, que es la invocación de la mayoría y el mito del 54 por ciento.

No es tan importante el carácter más o menos “chavista o vendepatria” que se adjudique al gobierno. Ante los hechos que están a la vista (Chevron, situación judicial de Jaime y de Moreno, ascenso de la figura de Scioli en la campaña, respaldo a la designación del general César Milani, etc.) lo que pasa a ser decisivo es su paulatina irrelevancia.
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  • 1
    01/08/13
    15:03
    raventos delinkuente kajero del inutil y ladron con guido di tella, no tenes autoridad moral! karadura!!! chupasela ahora a torcuato como hacias con guido!!!! segui reuniendote conla banda de guadagni &co., todas viudas
    Responder
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