Editorial
Guerra de trincheras
Por Marcos Novaro
La ofensiva oficial de los últimos días contra Cobos, tal vez rebele que los Kirchner ya no quieren pelearse con el "la derecha peronista", sino polarizar con el vicepresidente para orecerse como aliados del PJ para retener el gobierno.
La ofensiva oficial de los últimos días contra Cobos, que incluyó reiterados pedidos de renuncia, puede ser vista como otro manotazo más de un gobierno desesperado por retomar la iniciativa, tras varios intentos fallidos por conservarla.

Después de los papelones de la distribución de comisiones en Diputados, el Fondo del Bicentenario y la fallida expulsión de Redrado, algo tenían que hacer.

Pero tal vez encierra otro significado más interesante: los Kirchner estarían abandonando la idea de que les conviene polarizar con lo que llaman “la derecha gorila”, para dejar fuera de juego a lo que con equivalente inventiva denominan “la derecha peronista”, y retener el control de la mayor porción posible del poder institucional y los votos del PJ; en su lugar, estarían iniciando una guerra más decidida contra el vicepresidente, que hoy por hoy es, de lejos, el mejor ubicado para sucederlos, para mantener lo más abierta posible la competencia por su sucesión en el poder, y tratar de convencer a sus compañeros de partido no ya de algo imposible, que ellos les pueden garantizar el control del PEN por mucho tiempo más, sino de algo aunque sea un poco más creíble, que pueden colaborar con otros peronistas capaces de ganar en 2011, despejándoles el camino de adversarios de otras familias políticas.

Puede que no logren mucho en este sentido. Y que ni siquiera consigan horadar mucho la imagen del mendocino. Pero en cualquier caso, esto no afectaría un hecho novedoso que estaría revelándose y consolidándose con el cambio de actitud del vértice gubernamental: más que a una escalada de los conflictos que atraviesan la política de nuestros días, estamos asistiendo a un empantanamiento de los mismos. Y ello no deja de ser, relativamente al menos, una buena noticia.

Cuando un boxeador está grogui, y falta demasiado tiempo para que suene el silbato, lo que le conviene es trabar al adversario, enredarle los brazos, así evita seguir ligándola y de paso usa la fuerza del otro para mantenerse en pie. Por más que los Kirchner gesticulan como si fueran retadores desafiantes e inmaculados plantados en medio del ring, mueven sus fichas con algo más de realismo, y eso puede permitirles ganar tiempo. Además, al hacerlo pueden ayudar involuntariamente a otros, incluidos sus más temibles adversarios, a administrar el tiempo y las energías de que disponen, que no son tantas como para andar derrochándolas en palizas sangrientas.

Y es que la batalla por las reservas también puso en evidencia que el entendimiento entre las fuerzas de oposición está cerca del límite de sus posibilidades. Cobos no logró solidaridad siquiera de muchos radicales, cansados ya de que quiera llegar a la Presidencia como dueño exclusivo de los votos y sin comprometerse con sus correligionarios a nada en concreto.

Los peronistas disidentes y Carrió se desquitaron con los radicales dejando expuesta la oferta que los mismos habían hecho al Ejecutivo a favor de una salida negociada, mostrando lo costoso que puede ser en el actual contexto no comportarse como un reverendo irresponsable.

Por su lado, Solanas quiso correr a todos los demás opositores con su reclamo de una revisión de la legitimidad de la deuda, agitando viejos rencores nacionalistas contra los prestamistas a que el país recurrentemente ha tenido que someterse debido a su también recurrente costumbre de gastar más de lo que tiene.

Un reclamo que, visto que abría una puerta demasiado evidente para planteos populistas que sólo Kirchner podría en su sano juicio compartir, obligó a su vez a los socialistas y al GEN a volver sobre sus pasos en su estrategia de bascular entre “una gran convergencia de la centroizquierda” y la continuidad del ACyS con Cobos y los radicales, hasta que estos decidan armar una coalición de gobierno potable y viable, en la que puedan hallar conveniente participar esas fuerzas nuevas y progresistas, o demuestren que como mucho reeditarán las ya típicas vías de escape a la inviabilidad de los modelos inventados por los peronistas. Una vía que el 2011 no augura hacer mucho más placentera para quienes la administren que la que pudieron ofrecer en el ocaso del menemismo.

Cerrando el círculo, Sanz les ha advertido a Stolbizer y los socialistas, tal vez con un exceso de optimismo, que ellos, los radicales, pueden ganar solos, así que si dudan tanto mejor se vayan con Solanas.

Puestas así las cosas, cabría concluir que también para el conjunto de la oposición, los que van ganando la pelea contra un gobierno en decadencia, es conveniente que ella deje de ser una “guerra de movimiento” y pase a ser una de trincheras. Una en que los contendientes darán seguramente un mal espectáculo, se la pasarán trabándose y abrazándose para no caerse. Pero al menos podrán ganar tiempo para llegar al final, y evitarán hacer un papel aún más lamentable, con patinazos, resbalones, rostros desfigurados y trompadas lanzadas al aire.

Columna publicada en el blog El agente de Cipol.
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