Editorial
Los candidatos bromosódicos
Por Pablo Unamuno
El festival de candidaturas truchas se parece a una broma pero constituye una de las mayores estafas electorales de toda la historia argentina. El "distanciamiento" kirchnerista monta un simulacro teatral, pero nos advierte que tras el rutilante elenco anunciado en programas y marquesinas la obra será interpretada por partiquinos de cuarta.
Parece un chiste cordobés, pero no lo es. Nuestro pueblo, como el Ulises “pródigo en ardides”, en el año 1922 supo burlarse del establishment político promoviendo una candidatura estrafalaria surgida de la Córdoba rebelde y reformista.

Enrique Badesich, un bohemio y loco lindo fue electo diputado y para sorpresa de todos llegó a las mismas puertas de la docta legislatura, que terminó rechazando su diploma por falta de idoneidad ética e intelectual.

La broma de los estudiantes del clínicas y la facultad de medicina terminó allí.

La utilización del sufragio popular sirvió en este caso para irritar la siesta conservadora y señorial de una sociedad pacata.

Pero en la Argentina contemporánea, todo está dado vuelta, estamos en el mundo del revés. Invirtiendo la lógica del pensamiento alemán, que postula que la historia suele darse como si dijéramos dos veces, aquí lo que comienza como farsa se repite en otra instancia como tragedia.

En la víspera de los comicios del 28 de junio, el festival de candidaturas testimoniales, virtuales o truchas se parecen a una broma o a una tomadura de pelo aunque no lo son, porque constituyen una de las mayores estafas electorales de toda la historia argentina.

Pero el carnaval no muere, necesitamos periódicamente, evadirnos de la constitución, las leyes y las costumbres sociales; borramos el respeto, la mesura y la prudencia del lenguaje por el atropello alborotador, la burla pedante y la estridencia gritona.

El poder se disfraza ocultando las cifras de la pobreza y la indigencia, solapando la “política de la miseria” detrás de una presunta defensa del modelo nacional y popular, que no es otra cosa que un auténtico testimonio de las miserias de la política.

El pejotismo en su metamorfosis y asombrosas mutaciones irrumpe en la campaña electoral como en la conspiración operística de un “ballo in maschera”, epílogo verdiano para el fin de un régimen. El desenfado comicial pretende encubrir pero también muestra. Siguiendo a Shakespeare en memorable texto “una máscara sobre otra” no para ocultar sus intenciones sino para exhibirlas obscenamente.

Incapaces de elevar el debate, huyen hacia los suburbios del caos e impotentes de salvarnos por el lado sublime, nos degradan por la pendiente del lado grotesco.

Como en un sainete con aires de técnicas brechtianas “presidentas” testimoniales, ministros lenguaraces, gobernadores sumisos, intendentes pícaros y banqueros oportunistas todos son hablados por el discurso ramplón y binario del proyecto nacional del gran ventrílocuo.

El “distanciamiento” Kirchnerista monta un simulacro teatral, pero nos advierte que tras el rutilante elenco anunciado en programas y marquesinas la obra será interpretada por partiquinos de cuarta.

Debajo de la máscara de cartón se cae disimuladamente el antifáz de su verdadero rostro, el auténtico y descarnado perfil del cesarismo autoritario.

Cayo Suetonio narra que Calígula hizo cónsul a su caballo preferido , “incitatus”, como primer paso en el cursus honorum para acceder al senado romano. De la caballeriza al foro.

Dos mil años después en un arrabal del mundo, una oligarquía política se reproduce a sí misma a través del nepotismo y la endogamia electoral: padres, hijos, esposas, amantes, suegras y por qué no alguna leal mascota.

Lo que nació como una estudiantina irreverente en la Universidad de Trejo entre los elementos químicos del bromo y el sodio, hoy son una alquimia del desprecio a la inteligencia y la voluntad popular.

Aunque todo suene a broma nada de esto es chiste, porque se lesiona gravemente el fundamento de toda democracia, el sufragio universal y secreto.
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