Coronavirus
El trabajo: un botín para los patoteros y los que atrasan
Por Claudio Romero
El bloqueo de Camioneros a Mercado Libre para discutir la afiliación de 17 trabajadores en violación de los derechos de los demás pone de relieve puso de relieve que sus intereses no consisten en proteger al trabajo de los argentinos

La velocidad del cambio y las transformaciones, agudizada por la pandemia, otra vez corre un telón y descubre los modos de ciertos sectores que actúan sin limitaciones para alcanzar un único objetivo: el dinero. Uno de esos sectores es el sindicalismo, aunque no todo el sindicalismo.

No defienden los derechos de los trabajadores como en épocas pretéritas. Hoy, y ya desde hace varias décadas, el idealismo fue reemplazado por la plata, la biyuya.

Desde el 20 de marzo último en que comenzó la cuarentena los sindicatos dieron muestra de sus características esenciales: la negociación por un lado como herramienta "pacífica" de cambio, y la deformación de los métodos para obtener los objetivos.

Esta semana concluye con la reaparición de la violencia típica del Sindicato de Camioneros, bloqueando los depósitos de una de las empresas más exitosas de los últimos años: Mercado Libre. Los Moyano, padre e hijo, hicieron ese movimiento patotero con la excusa de siempre: reclamar que ciertos trabajadores tienen, sí tienen, que ser afiliados al sindicato que manejan desde los años 90. ¿Cuántos son? 17. ¡Semejante movimiento por el aporte sindical de 17 personas! Obviamente, una excusa.

No es inocente la movida de los Moyano. La mayoría interpreta que hay detrás de sus actitudes un lazo con Cristina Fernández de Kirchner, que odia a los grandes empresarios con el resentimiento de los que creen que nunca tendrán lo que otros tienen, y con el presidente Alberto Fernández.

Dos opciones: 1) O es verdaderamente una maniobra emparentada con el poder, o 2) los Moyano actúan por su cuenta, hacen lo que se les da la gana y no responden a nadie. A elegir.

Lo grave es que, no conformes con el retorno de un gobierno de signo afín, volvió el patoterismo con esa capacidad de causar daño económico, frenar las actividades productivas y comerciales, y hacer alarde de un poder que no pueden demostrar desde la CGT, porque ya no los dejan entrar. Los movimientos sociales no salen a la calle a reclamar por estos días; sus caciques integran el poder, tiene los cargos tan ansiados, se han convertido en funcionarios y custodian sus cajas desde adentro.

Al mismo tiempo, simultáneamente, los actuales dirigentes de la CGT optaron por reflotar el viejo mecanismo de la negociación y la política, una vez que se desligaron de las presiones de las izquierdistas CTA. Con exagerado asentimiento, para "colaborar" con la paz nacional, paralizaron todo tipo de negociaciones colectivas en sus respectivos gremios. Es más, adelantaron que están dispuestos a rebajar los salarios si hiciera falta.

Los popes sindicales no participaron de ninguna de las decisiones tomadas por el gobierno de los Fernández para paliar los defectos de la cuarentena en los bolsillos de la gente, ni siquiera fueron peones en el tablero del poder cuando se analizó el "parate" de sus afiliados y el desamparo de aquellos que quedaron fuera del sistema integrando la inmensa masa de los "informales".

El sector peronista piensa y sufre el dolor de ver una realidad en la que el tradicional "movimiento obrero" se va diluyendo como un gran bloque de hielo bajo el sol del verano. Después de 75 años su potencia desaparece y ellos ya no tienen vitalidad porque no hicieron el recambio generacional de puro egoistas que son.

Una visión histórica razonable aceptaría que las fuerzas políticas, sin importar su esencia, tienen una vitalidad con fecha de caducidad para dar paso a lo nuevo, reformulándose o aceptando el certificado de defunción.

Pero el sindicalismo argentino está perdido, no sabe qué hacer, ni en política ni en la reformulación que le pide esta hora de cambios planetarios.

Esta misma semana, dieron muestra de ello en el Congreso de la Nación, cuando permitieron que una urgencia inexplicable de ciertos legisladores inexpertos en la formulación de leyes, presentaran y buscaran aprobar rápidamente la ley del Teletrabajo.

Tan extraño fue que los mismos empresarios tuvieron que salir a los medios a explicar que ese proyecto -así como está ahora en el Senado- va en contra de la defensa de los mismos trabajadores, quienes ya aceptaron la posibilidad de trabajar desde su casa como algo normal. La pandemia reveló esta cuestión positiva que regirá las modalidades laborales del siglo XXI.

Los sindicalistas están perdiendo el tren: si no aceptan que ya está lejos la exitosa década del 45-55, cuando el laborismo tomó preeminencia y se puso al día con los derechos que les fueron negados por siglos a los trabajadores, comenzando por el reconocimiento de su nominación: los obreros de origen comunista anarquista y socialista, pasaron a ser trabajadores con el peronismo. Los campesinos no entraron en esta cuestión pues en Argentina siempre fueron peones rurales.

Las tragedias, como la que trajo el COVID 19, suelen provocar cambios, negativos y positivos, desatan demonios y convocan a ángeles, pacifican y enardecen, dejan los territorios revueltos, las costumbres entre paréntesis, y abren espacios nutritivos para actualizar las legislaciones que contribuyan con el nuevo orden.

En este aspecto, subrepticiamente, fluyen proyectos apresurados que se postergan los debates, hunden los necesarios consensos para llegar a un resultado legislativo que beneficie a la sociedad entera y no solo a un sector.

El trabajo es, quizás, el principal tema que debería convocar a las mentes más lúcidas para repensar, actualizar y construir las normas que debieran regir con firmeza los próximos 50 años en el país. Un instrumento capaz de reemplazar la protesta y la huelga por acuerdos y consensos de protección no solo de los trabajadores sino de las mismas empresas, fuentes de trabajo. Una norma que revise la forma de acordar otros convenios colectivos y establecer los salarios según las nuevas modalidades del teletrabajo; que analice el sistema de jerarquías internas para garantizar el crecimiento y ascenso de los trabajadores, verifique los vínculos laborales y el modo de crear ámbitos de empatía entre dueños y empleados y empleados entre sí, flexibilice el tiempo de trabajo y sobre todo establezca fuertes protecciones para las pequeñas y medianas empresas. Cuidar el trabajo, es cuidar la empresa.

Claro que, frente a esa necesidad, primero deberá cambiar la cabeza de los sindicalistas. Dos casos sorprendentes de que el cambio comenzó son Luis Barrionuevo y Armando Cavalieri, que esta semana le pidieron expresamente al presidente Alberto Fernández: "menos planes y más trabajo".

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