Las polÃticas migratorias que impuso Donald Trump a través del bullying comercial convirtieron a México en un tercer paÃs seguro en todo excepto el tÃtulo. Bajo las nuevas directrices, aquellos que pidan refugio en Estados Unidos deberán esperar en territorio mexicano hasta que su solicitud sea procesada en las cortes migratorias estadounidenses. El proceso toma años.
Queda claro que ciudades como Juárez no estaban preparadas para recibir a esos migrantes. Aun asÃ, las comunidades lo hacen. En cuestión de meses la sociedad civil se organizó y docenas de albergues abrieron sus puertas, muchos de un dÃa para otro. Sin recursos, con poco apoyo del Gobierno Federal, y rebasados por una polÃtica migratoria diseñada en el despacho de Stephen Miller con el objetivo de complacer a un diminuto sector de votantes conservadores. Sin análisis de datos, ni mejores prácticas, ni diseño institucional. Sin perspectiva humanitaria.
Félix me recoge el domingo a las 17:31 afuera del Airbnb en uno de los barrios más viejos de Ciudad Juárez. El fotorreportero veterano me va a acompañar a algunos refugios de migrantes y documentará lo que veamos.
La mañana del lunes la administración Trump informó que pondrÃa en marcha una nueva regla para limitar el número de permisos de trabajo para migrantes en Estados Unidos. El argumento de Ken Cuccinelli, director interino del Servicio de Inmigración y CiudadanÃa, es que esperan que los migrantes puedan ser autosuficientes en territorio estadounidense y que no dependan de programas públicos. La nueva medida podrÃa ser usada para rechazar a la mitad de los solicitantes de residencia en Estados Unidos.
Apenas hace unos dÃas el Gobierno Federal mexicano abrió su primer refugio para migrantes en esta ciudad fronteriza. El resto de la demanda es atendida por refugios particulares operados por organizaciones de la sociedad civil, la mayorÃa de ellas religiosas. El único albergue federal, instalado en lo que fue una fábrica y que se supone está acondicionado para recibir a 3,500 migrantes, según cifras del gobierno. Desde afuera y por lo que hemos oÃdo, hoy hay menos de medio centenar.
A unos kilómetros de ahà está el albergue El Buen Pastor. "Reabrimos el albergue en septiembre de 2017, pero en noviembre de 2018 empezó a llegar mucha gente de Cuba, que nunca habÃan venido para acá", me cuenta el pastor Juan Fierro GarcÃa, director del centro ubicado cerca del barrio de Zapata, donde más de cien inmigrantes esperan turno para defender su caso en las cortes de Estados Unidos.
"En unos cuantos dÃas tenÃamos 60 migrantes cubanos. Me fui a una capacitación en la Ciudad de México y le dije a la hermana que se quedó encargada que ya no podÃamos aceptar más. Pusimos letreros afuera. Cuando regresé la hermana me dijo que no pudo rechazar a quienes venÃan a pedir ayuda. Ya tenÃamos 90 residentes. A mà me pasó lo mismo y al poco tiempo ya eran 160".
El pastor cuenta que los enviaban del Instituto Nacional de Migración y de la SecretarÃa de Desarrollo Social, "hasta que llegamos a tener a 260 y ya no cabÃa nadie más, tenÃamos una colchoneta junto a la otra".
Ahora reciben un máximo de 130 residentes, sin embargo, otros grupos han abierto más albergues en la ciudad, por lo que la situación es menos urgente. "En este momento hay 115 residentes. Apenas el domingo nos trajeron 20". Están por abrir una nueva sección en la acera de enfrente donde planean recibir a más familias. Por ahora tienen un dormitorio para hombres, uno para mujeres, y en el templo donde hacen los servicios religiosos hospedaron a las familias con niños.
Fierro asegura que se trata de dos flujos de migrantes, unos se forman en la fila eterna esperando turno, y otros cruzan por el rÃo y se entregan a la Patrulla Fronteriza. "Vienen abogados de EU que les dan asesorÃas. Otros los orientan y después ofrecen sus servicios", explica. "Hay una asociación que se llama DIA. Ellos detectan quiénes sà son candidatos para recibir asilo y asesoran a ese grupo".
De acuerdo con el clérigo, los activistas migratorios cabildearon para lograr que el gobierno otorgara permisos de trabajo a los migrantes que regresan de EU. También presionaron para que les dieran seguro médico y otras prestaciones.
"Pero no pensaron en que la mayorÃa de los migrantes vienen en familia, con hijos. ¿Entonces quién cuida a los hijos cuando ellos trabajan? Muchos tienen ese problema. Aquà no podemos cuidarlos mientras los papás trabajan. El gobierno les ofrece las guarderÃas del IMSS, pero no son suficientes ni para los mexicanos. Hay listas de espera".
A varios kilómetros de ahà está el albergue Pan de Vida, bajo el control del pastor Ismael MartÃnez. Se trata de diez casitas en un terreno grande ubicado en la zona de Anapra que, hasta hace poco, era un poblado independiente de Juárez que terminó devorado por la mancha urbana.
Antes de llegar al albergue pasamos al punto 357 de la cerca fronteriza, donde ocurren las misas binacionales y donde artistas, activistas y manifestantes montan sus protestas. Los barrotes enormes y oxidados se extienden 20 metros hacia el cielo, y se pierden en el horizonte montaña arriba, a cientos de kilómetros de donde estamos.
"En este punto antes habÃa un paso al otro lado. La malla se abrÃa y pasaban los tráilers con mercancÃa", me cuenta Félix. "Esta barda la puso George W. Bush".
Subimos en el coche hasta el cerro más próximo, por un camino paralelo a la lÃnea fronteriza. De subida nos cruzamos con un Hummer de la Guardia Nacional. Les tomo varias fotos de frente, cuando los dos vehÃculos se cruzan en el camino de terracerÃa. "Andan muy tranquilos estos. Traen la orden de no abrir fuego ni hacer nada", dice Félix con una risa. "Qué lástima que van bajando. Hubiera estado muy buena la foto allá arriba".
Desde la parte más alta del cerro se puede ver todo el valle de Juárez y El Paso. Del otro lado de la frontera está el suburbio de Sunland Park, Nuevo México.
"Cuando se desató la violencia era otra cosa. Desaparecieron a mucha gente", dice el reportero. ¿Por qué te quedaste en Juárez? "No sé. Mi hija estudiaba el highschool en El Paso. ¿A dónde me iba?"
Hasta 400 mil personas abandonaron Juárez durante los peores años de la guerra contra el narco en el sexenio de Felipe Calderón. "Se supone que ya está regresando la gente. Está mucho más tranquilo". El 25% de los predios de la ciudad están abandonados.
Félix me cuenta que los enfrentamientos ahora son contra bandas pequeñas que producen cristal para el mercado local. Hay laboratorios clandestinos en algunas zonas de la ciudad. Son estos puntos los que el cártel ataca para eliminar la competencia y, supuestamente, proteger a los consumidores.
"Los que se meten cristal se mueren en dos-tres meses. No aguantan", dice Félix. "Los narcos dicen que le matan a sus consumidores".
En Pan de Vida el espacio se ve más cómodo, pero no logramos localizar al pastor para conocer más a fondo la situación financiera del lugar. Igual que en El Buen Pastor, la mayorÃa son familias de tres o cuatro integrantes provenientes de Guatemala, Honduras, o El Salvador.
"Tenemos cita hasta el 4 de diciembre. No hay nada seguro, si nos dejan pasar o no", me cuenta Umberto, quien viajó junto a su pareja y dos hijos desde Guatemala. "Llegamos a lo desconocido. En autobús hasta Juárez. Entramos a EU y nos entregamos a migración, y ellos nos devolvieron a Juárez", recuerda.
Me dice que fueron tratados mal bajo la custodia de las autoridades estadounidenses, "y eso que son puros latinos los de la Patrulla Fronteriza, no se ponen la mano en la conciencia por nuestros niños".
Yezenia, compañera de Umberto, me cuenta que estuvieron cinco dÃas encerrados en cuartos congelados: "Nos trataron como criminales, como si hubiéramos asesinado a alguien. Dijeron que iban a llamar a nuestros familiares, pero es pura mentira. Después de cinco dÃas nos regresaron a Juárez. Hay mucha discriminación", dice. "Somos cuatro. Mis dos niños, él y yo".
Bajando de regreso a Juárez, por un camino de terracerÃa, le pregunto a Félix por qué algunos vehÃculos civiles en esta zona llevan una sirena naranja. "Son radio banda civil; voluntarios", responde. "En Anapra casi no entra la policÃa. Ellos patrullan, y si ven algo raro llaman a la policÃa".
El pastor Fierro lamenta que el gobierno de AMLO no haya pensado en las necesidades de los migrantes y los refugiados antes de acceder a las demandas de Trump.
"A ellos nadie les preguntó si querÃan regresar a México a esperar. Muchos están confundidos. Lo que está haciendo Estados Unidos es contra la ley y esta polÃtica de enviarlos a México va a decidirse en las cortes".
En junio la Corte Federal de Apelaciones del 9º Circuito dictaminó que la polÃtica de la administración no era violatoria de la ley y echó para atrás la decisión de una corte menor. El asunto podrÃa terminar en la Suprema Corte, pero por ahora la polÃtica se queda.
"Creo que México está haciendo su parte, pero no están viendo por los intereses de los migrantes y solicitantes de asilo", lamenta Fierro. "México está manejando una situación inesperada lo mejor que puede. Aquà queremos atenderlos lo mejor que se pueda y ofrecerles las mejores oportunidades mientras esperan".
De vuelta en Juárez hacemos parada cerca del Puente Internacional, uno de los cruces fronterizos. El RÃo Bravo corre paralelo a la avenida. "Aquà es donde cruzan el rÃo para el otro lado", dice Félix. Nos acercamos caminando. El sol comienza a caer. Noto que hay otro coche estacionado. Un hombre observa el rÃo recargado en una barda de acero. Trae una cámara réflex colgada al cuello. ¿Qué hubo? ¿Cómo estás? Ambos fotorreporteros se rÃen. "Llevo aquà todo el dÃa esperando a que alguien cruce", dice.
"Antes te parabas y en un ratito pasaban varias familias. VeÃas cientos de personas cruzar todos los dÃas", responde Félix.
"Ahora tienes suerte si te toca uno o dos en un dÃa", dice el otro.
"Hay que esperarse un buen rato. ¿Se acuerdan de que les dije que habÃa que aprovechar cuando todavÃa cruzaban?". Los dos hombres se recargan en la barda de acero viendo el agua mientras el sol se pone naranja. Esperando que algo pase, pero esta tarde nadie cruza el RÃo Bravo.
Por favor no corte ni pegue en la web nuestras notas, tiene la posibilidad de redistribuirlas usando nuestras herramientas.