Medio Oriente
Documento: Dubai o como crear la arabia del futuro en treinta años
Abu Dabi y Dubai son el resultado de una decisión monarquica tomada en 1971. Un viaje a la arabia cosmopolita.

Si Arabia Saudita se abre al turismo como proponen sus líneas renovadoras, no será fácil que algún habitante de los Emiratos Árabes vuele dos horas para cambiar un rato el glamour de sus calles por la grisura medieval de sus vecinos.

Pero la armonía que domina Abu Dabi o Dubai, los dos emiratos más importantes de los 7, se origina en una decisión monárquica, en este caso de los jeques que en 1971 enterraron los años de colonia inglesa, crearon un país federal y pronto entendieron que se podía venerar a Mahoma sin huirle a los beneficios de la modernidad.

Abu Dabi y Dubai son los dos emiratos más importantes de los siete que componen el reino, creados a partir de un acuerdo firmado por los jeques en 197 que enterró años de dominación inglesa.

De esa combinación nacieron los Emiratos Árabes, la Arabia del siglo 21 como le llaman, una tierra dominada por reyes musulmanes pero poblada mayormente por ciudadanos de todo el mundo, que llegan para atender un comercio o conducir una multinacional líder. Ninguno obtiene la residencia permanente y si pierden el trabajo vuelven a sus casas.

La población nativa estable es sólo el 13% de los habitantes, con mujeres que se envuelven en túnicas negras pero rara vez tapan sus caras. Esa porción incluye las familias reales que gobiernan y piensan el país en el tiempo.

O sea, mientras en los shopping los turbantes resultan exóticos, quienes definen cada paso del país siguen luciéndolos día y noche. El gobierno de Dubái se rige por un sistema de monarquía constitucional, encabezado por el jeque Mohamed bin Rashid Al Maktum desde 2006. 

Y nadie lo discute: la agencia de noticias emiratí (WAM) describe en forma telegráfica la versión oficial y es misión imposible saber algo más.

Claro que las preocupaciones son menores. Es tan baja la inseguridad que la gente es capaz de adquirir electrodomésticos, pagarlos, dejar el carrito en la puerta del local para ir al sector de alimentos a hacer más compras y retornar a buscarlo por el mismo lugar.

Un mundo sin veredas

Las ciudades de los Emiratos fueron construidas con pocas veredas, muchas avenidas y autopistas, porque a nadie se le ocurre caminar demasiado bajo el sol abrasador de esta región. 

Un lujoso tren sobrevuela Dubai en paralelo a las carreteras, pero el ciudadano medio tiene su auto, que puede conseguir por poco dinero y lo evita del calor del verano, capaz de superar los 50 grados. El único filtro es el carnet de conducir: el examen es caro y suele reprobarse al menos una vez, cuenta Bárbara, una argentina de 40 años que  hace 8 trabaja de la costa árabe. Aún así, los conductores son atropellados y evitan dar el paso, algo habitual en todo medio oriente.  

La caída del precio del crudo valorizó la apertura a nuevos negocios que los emires hicieron hace décadas, pero ellos no se engañan: el país aún vive del petróleo y el gas extraído en su mayoría de Abu Dabi y si bien el comercio y el turismo son sectores pujantes, jamás podrían justificar el actual estándar de vida.

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Sin el crudo ni siquiera habría agua, que en el medio del desierto sólo es posible obtener por el mar mediante un proceso de desalinización.

No alcanzarían la renta para adquirir alimentos de todo el mundo, que le provee el 85% del consumo de comida; y los poderosos activos financieros caerían como castillo de naipes, porque se originan con los dividendos del crudo.

De ahí la preocupación de los jefes por diversificarse, con apuestas fuertes como el transporte, a través de DP World, la concesionaria del puerto de Buenos Aires que puja por acaparar la costas de la mayor parte del planeta.

La compañía reside en el puerto de Dubai, donde pasa el flujo de mercadería para la mayor parte del mundo islámico, una enorme oportunidad de negocios que los empresarios sudamericanos rara vez interpretan.

La meca del turismo

El turismo de estas ciudades se convirtió en un modelo para el mundo árabe. Dubai es un enjambre de autopistas, hoteles y edificios inmensos (con 825 metrós, el Burj Khalifa es el más alto del mundo), donde llegan turistas de alto poder adquisitivo.

Abu Dabi es más pequeño pero no menos majestuoso, adaptable a turistas con menos capacidad de ostentación. La fisonomía no cambia: avenidas anchas, autos de lujo y torres que arañan el cielo.

Hay ensayos en industria farmacéutica y en telecomunicaciones, pero todo experimental: el jeque de Abu Dabi sigue siendo el presidente de los 7 Emiratos porque el país necesita de su oro negro. Desde 2004 está al frente de Bin Zayed bin Sultan Al Nahayan. Las elecciones son restringidas a la mitad del parlamento, pero con un electorado reducido.

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Sin "los problemas de la democracia", como bromean los funcionarios islámicos cuando se reúnen con sus pares occidentales, los planes a largo plazo ya empezaron. Para 2020, prevén cubrir energías renovables al menos el 7 de su matriz energética.

Para eso diseñaron Masdar, una ciudad ecológica diseñada en Abu Dabi para crear fuentes energéticas sin emisión de dióxido de carbono.

La visita de la delegación Argentina mostró interés en mantener relaciones estrechas con los países más australes, capaces de garantizarles alimentos y posibilidades de negocios nuevos. Dos demandas de los Emiratos en un mundo en crisis.

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