La captura de Ismael El Mayo Zambada, líder del Cártel de Sinaloa, es la detención más importante en la historia contra el jefe de una organización criminal global, violenta y poderosa en cinco continentes. Zambada fue puesto en custodia por las autoridades de Estados Unidos el jueves en El Paso, Texas, sin una herida, sin un moretón, y sin despeinarlo siquiera. La operación de su captura, junto con la de Joaquín Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, acusados por el Departamento de Justicia norteamericano de homicidio, distribución e introducción de cocaína, heroína, metanfetaminas y fentanilo, fue impecable. El problema es que el éxito de esa acción desnuda la incompetencia del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
La captura de Zambada, de acuerdo con el procurador general de Estados Unidos, Merrick Garland, tuvo su génesis el año pasado cuando ordenó llevar ante la justicia a los responsables de la crisis del fentanilo en Estados Unidos, y tuvo una primera conclusión con la caída de El Mayo de y de Guzmán López. La operación, señaló en un comunicado dado a conocer el jueves, fue ejecutada por la DEA y el FBI. No lo dijo abiertamente, pero no hay duda, que agentes de las dos dependencias trabajaron en territorio mexicano sin informar al gobierno de López Obrador, con lo cual violaron las leyes y la soberanía nacional.
Desde el jueves por la noche ese era el sentir en Palacio Nacional, que se tradujo en el mini editorial de La Jornada en su contraportada este viernes, donde equiparó la captura de Zambada con el secuestro del doctor Humberto Álvarez Macháin a mediados de los 80's, acusado de haber sido quien mantuvo con vida, para que pudiera ser torturado por el Cártel de Guadalajara, al agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar. Para el diario, que expresa cotidianamente el pensamiento de López Obrador, lo que sucedió con Zambada es lo mismo que un grupo de caza recompensas hizo con Álvarez Macháin para entregarlo a la DEA en territorio estadounidense.
Si analizamos el parangón, es más grave lo que sucedió con Zambada y Guzmán López, y más indigna la respuesta del gobierno de López Obrador que la del gobierno de Miguel de la Madrid. En aquel entonces hubo una molestia política que se tradujo en una obligación: los agentes de la DEA tenían que ser acreditados ante el gobierno como miembros de la agencia contra las drogas, y no pasar encubiertos bajo un cargo diplomático falso. Hoy, no hay indignación, sino aceptación de que fueron dejados al margen, resignación ante la impotencia por los hechos consumados, subordinación ante el silencio a una protesta por la violación a la soberanía mexicana y preguntas, para ver si en Washington alguien les hace caso y se las responden.
La secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, admitió que el gobierno obradorista no participó en la captura de Zambada y de Guzmán López, pidiendo a Washington que les informaran si Zambada se había entregado o lo habían capturado. López Obrador, en la confusión mental pensando en la propaganda y su popularidad, dijo que la captura era muestra de la cooperación bilateral. La candidez lastima la lógica política. Rodríguez, que fue puesta a hablar por López Obrador, no entiende nada. Pero no solo ella. Tampoco el presidente. ¿Qué no han entendido que agentes de la DEA y el FBI actuaron clandestinamente en México para llevarse a Zambada y a Guzmán López? Versiones diferentes sobre lo que sucedió el jueves aparecieron en la prensa estadounidense abonando en la confusión, que quedó zanjada en un primer momento el viernes por la mañana cuando Zambada, en una corte federal de El Paso, dijo su abogado a los medios, se declaró inocente de las acusaciones como se esperaba, pero dejó caer una bomba: no se entregó; fue llevado a Texas en contra de su voluntad. En castellano claro, lo secuestraron.
Desde la captura de Miguel Ángel Félix Gallardo, el jefe del Cártel de Guadalajara, la primera organización criminal del narcotráfico en México en 1986, ninguna detención había sido tan importante como la de Zambada. Pero sus capturas son notablemente diferentes. El primero fue detenido por el gobierno del presidente Miguel de la Madrid como resultado de la presión de Estados Unidos por el asesinato un año antes de Camarena Salazar, responsabilidad directa de sus lugartenientes, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca. El segundo, cuya organización gozó de impunidad y libertad para operar durante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, cayó en manos de la DEA sin que las autoridades mexicanas tuvieran ninguna participación. Ni siquiera, admitieron altos funcionarios del gobierno, estaban enterados de lo que sucedería el jueves. El presidente fue informado por el embajador Ken Salazar -su interlocutor de bajo nivel-, hasta después de que empezaba a circular en medios.
Detención o entrega pactada, como fue la del ex fiscal de Nayarit, Édgar Vieytia, que fue utilizado para judicializar los casos del general Salvador Cienfuegos, exsecretario de la Defensa Nacional, y de Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública, la caída de Zambada muestra varios elementos que tendrían que perturbar al gobierno mexicano.
No necesitaron los estadounidenses de la cooperación mexicana para capturar al principal jefe del narcotráfico en México, con lo cual las decisiones del presidente de cortar toda la colaboración con Estados Unidos y sus alardes bravucones, probaron ser inútiles. El golpe al corazón del Cártel del Pacífico tiene un valor superior a cualquiera de las anteriores capturas en casi cuatro décadas, como las de Félix Gallardo o la de los hermanos Juan y Humberto García Ábrego, líderes del Cártel del Golfo, o su sucesor Osiel Cárdenas, que fundó a Los Zetas, y los hermanos Arellano Félix, que rompieron con su familia en Sinaloa para crear el Cártel de Tijuana. En todas estas hubo participación del gobierno mexicano, o fueron acciones realizadas por las autoridades mexicanas. En la de Zambada, el gobierno obradorista se enteró por los medios, y todavía un día después, no tenía idea clara de lo que había pasado frente a sus narices.
Tanto y tan fuerte acusó López Obrador a las agencias estadounidenses de intervencionistas, tras haber detenido al general Cienfuegos en Los Angeles, como notable y vergonzoso su silencio y falta de indignación cuando, ahora sí, intervinieron actuando a sus espaldas en operaciones contra el jefe del Cártel del Pacífico, máxime porque fue público y notorio que a lo largo del sexenio, salvo en aquellos casos donde las resistencias a la presión de Estados Unidos fueron insostenibles, no se afectó la operación ni la estructura fundamental de esta organización.
La respuesta del gobierno el viernes por la mañana fue lamentable, que se acentuó por la revelación de que la Fiscalía General había logrado cuatro órdenes de aprehensión contra Zambada. ¿Por qué nunca las ejecutaron? Si el Ejército sabía que Zambada vivía en la sierra de Durango, ¿por qué tampoco actuaron para detenerlo? ¿Fallaron todos los sistemas de inteligencia de la Defensa, de la Marina, de la Fiscalía y del Centro Nacional de Inteligencia? O acaso hay razones inconfesables para que ello sucediera.
Las acusaciones de complicidad con ese cártel han ido creciendo en el gobierno y el Capitolio en Washington desde hace dos años, junto con la exasperación de la clase política estadounidense. ¿Fue esta la razón por la que ocultaron por meses la investigación sobre Zambada y Guzmán López y la operación para que llegaran a El Paso? No habría ningún otro motivo salvo la desconfianza que las agencias le tienen a López Obrador. Pensó que las había puesto en su lugar, y este jueves le respondieron humillándolo, aunque quizás esto, aún no lo entiende el presidente.
Zambada fue capturado vivo. El Chapo Guzmán también, pero durante buena parte de este siglo fue la marca del Cártel de Sinaloa, pero sin la capacidad operativa de El Mayo. Pablo Escobar, el legendario jefe del Cártel de Medellín, una organización y un liderazgo que podría rivalizar con Zambada y Sinaloa, no fue capturado vivo; lo mataron. No había necesidad de dejarlo con vida para interrogarlo. No es el caso de Zambada. Se cierra el ciclo del último capo de su generación, pero inicia otro, aún en un túnel oscuro, sobre lo que pueda salir de su captura.
X: @rivapa
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