Región
La Cumbre y el laberinto de AMLO
Por Raymundo Riva Palacio
Diferencias y confrontaciones con Biden y Trudeau. La compleja agenda comercial.

 En vísperas de su encuentro con el presidente de Estados Unidos Joe Biden y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, el anfitrión de esta cumbre a la que desde hace varias décadas se la llama "de los amigos", se encuentra en un laberinto.

Sus contradicciones ideológicas y fijaciones políticas rompieron con ese clima de "amigos" con lo que se caracterizaron cumbres similares en el pasado, por la forma como se iba afianzando la relación económica y política entre los tres socios norteamericanos, convirtiéndola en sinuosa, difícil muchas veces, tensa y de confrontación en otros momentos.

Nunca, desde que entró en vigor el primer Tratado de Libre Comercio de América del Norte el 1 de enero de 1994, los gobiernos habían estado tan distantes y con tantas diferencias, pese que durante este tiempo pasaron seis presidentes de México, seis de Estados Unidos y seis primeros ministros de Canadá. Tampoco ningún líder mexicano había sido tan indiferente a ceñirse a los compromisos del acuerdo comercial, y a violar aquellos capítulos que no se ajustaran a los intereses domésticos políticos y particulares, como sucede con López Obrador.

La cumbre se celebrará el próximo martes en la Ciudad de México y las diferencias son claras, como dejó entrever Trudeau en una entrevista con la agencia Reuters el viernes pasado, al referirse a la disputa que existe en estos momentos por violaciones al capítulo energético del acuerdo. "Tanto el presidente Biden como yo vamos a ser bastante claros con el presidente López Obrador que (esto) necesita ser entendido como una forma de ayudar al desarrollo de México, para atraer inversiones de empresas en Canadá y Estados Unidos", señaló.

López Obrador piensa todo lo contrario. Rechaza que haya violado algún capítulo del acuerdo comercial, alegando que nada está por encima de la Constitución mexicana, pero ignorando al mismo tiempo que existen compromisos internacionales, donde están resueltas las objeciones que alega. Hasta hoy, nada lo ha movido de esa posición, pese a reuniones directas con emisarios del presidente Biden o encuentros con los presidentes de las empresas extranjeras afectadas.

La radicalización de López Obrador llevó incluso a remover a la secretaria de Economía, Tatiana Clouthier, que fue su coordinadora de campaña presidencial, por inclinarse por la negociación y no la confrontación, y la relevó con una halcón, Raquel Buenrostro, que en la misma línea de pensamiento del presidente, suele confrontarse en lugar de negociar.

López Obrador no entiende el mundo actual. Su mente se ancló en los 60's, pese a que el modelo económico vigente en aquellos años desapareció hace más de 50 años, y no alcanza a comprender el objetivo estratégico que persigue el acuerdo comercial norteamericano.

El presidente mexicano lo ha dicho desde hace más de un año y volverá a insistir durante la cumbre del martes. Quiere que el acuerdo trilateral se extienda a todo el Continente. Alega que Estados Unidos, no Canadá al que trata con indiferencia y desprecio, tiene que incorporar a todas las naciones latinoamericanas y del caribe en un acuerdo comercial marco que camine hacia una comunidad económica, como la europea, que eventualmente construya un edificio como la actual Unión Europea. Eso no sucederá, ni hoy, ni mañana y probablemente nunca.

López Obrador sueña con una utopía, que alimenta con una sola idea: que Estados Unidos financie a la región, similar a lo que propuso el presidente John F. Kennedy en 1961, que entre sus prioridades estaba el libre comercio y apoyar la reforma agraria. Esa alianza, que en realidad no buscaba el desarrollo de las naciones latinoamericanas, sino un dique para evitar que la influencia de la revolución cubana -país que no estuvo incorporado en el programa-, se extendiera, fracasó en buena medida porque los gobiernos en la región nunca se comprometieron para que funcionara.

Hoy, la reforma agraria es un capítulo de la historia, porque el propio desarrollo de las naciones las llevaron a otros sectores de la economía, primero la manufactura y más adelante, como en la actualidad, a los servicios. López Obrador tampoco ha procesado este cambio, como se ve en una propuesta que anticipó presentaría a Biden y Trudeau: apostar a la sustitución de importaciones para generar todos los alimentos que se consumen en la región dentro de la región, y enfrentar de esa forma a China.

La propuesta no irá a ningún lado. Por una parte, desde hace más de medio siglo la apuesta para el desarrollo no se finca en la teoría de la sustitución de importaciones como el vehículo, sino en la industrialización. Por la otra, desde finales de los 70's, el mundo entero, sin importar ideologías ni regímenes políticos, caminó hacia la globalización con andamiajes de interdependencia económica. El acuerdo comercial norteamericano es una expresión de ello.

La locuacidad de López Obrador, acompañada de violaciones a los acuerdos comerciales, no ha tenido freno porque  Estados Unidos y Canadá se lo han permitido hasta ahora. La disputa energética a la que se refirió Trudeau terminó su plazo para la conciliación a mediados de diciembre, pero optaron por no activar -aún- el panel para resolver la disputa.

No se ha debido al cálculo de que podrían perderla, lo que ningún experto ve como posibilidad real, sino que la autocontención, en particular con Biden, tiene otra motivación: la migración. El flujo migratorio a Estados Unidos ha sido una pesadilla política para Biden, con números que alcanzan máximos históricos, y la principal llave para abrir o cerrar la migración se encuentra en México.

López Obrador lo sabe y utiliza esos márgenes políticos para la negociación. La semana pasada aceptó la propuesta de Biden para ampliar en número y nacionalidades el programa iniciado durante la Administración Trump para que quienes pidan asilo de nacionalidades específicas, permanezcan en México mientras se realizan los trámites. En paralelo, México reforzó sus controles migratorios en la frontera con Guatemala.

El presidente mexicano ha jugado con ese sutil chantaje para irse saliendo con la suya en el acuerdo comercial y aplazar las sanciones. Según Trudeau, ya se cansaron de estos juegos y presionarán a López Obrador en la Cumbre. Dijo el primer ministro que confía en que las cosas se resolverán, sugiriendo que su socio levantará las restricciones a empresas de energía extranjeras. No está claro.

López Obrador tiene ideas muy fijas, y ha logrado que Biden y Trudeau entren a su laberinto. Saben cuál es la salida y, en el caso del presidente de Estados Unidos, una probable consecuencia. Pero mientras López Obrador siga viendo en la indulgencia de sus socios debilidad y él se sienta con la fortaleza política para imponer sus deseos, las cosas seguirán como hasta ahora, o sea, un impasse  para los sectores económicos en Estados Unidos y Canadá que cada vez es menos tolerable.

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