La noche del Ángel, que fue un canto de unidad, también se convirtió en un recordatorio de cómo el clasismo puede intentar opacar la luz de la diversidad. |
Bajo el manto estrellado de la noche de Año Nuevo, el Ángel de la Independencia se convirtió en el epicentro de una celebración donde la ciudad entera pulsaba a un solo ritmo. Polymarchs, con su música, tejió un manto de unión, invitando a todos a olvidar por un momento las barreras sociales y a bailar en la misma pista de avenida de la Reforma. Fue una promesa de unión, de un México que se abraza en su diversidad.
La celebración fue un festín de colores, sonidos y risas; un crisol donde cada asistente aportaba su esencia y sus mejores pasos, siendo la "Fiesta del Pueblo". Desde los más jóvenes, vibrando con cada beat, hasta los mayores, recordando los tiempos pasados, todos eran parte de un mismo sueño colectivo. Aquí, en este espacio envuelto de tradición y modernidad, se forjó una noche de hermandad, un oasis en el desierto del clasismo.
En el vasto tapiz de la sociedad mexicana, donde cada hilo representa una historia, una cultura, una lucha, el clasismo se ha tejido como una sombra persistente. Es una mancha en el lienzo de la diversidad, una máscara que algunos usan para esconder sus inseguridades y fracasos tras una supuesta superioridad: es lo que nos demostró Laisha Wilkins en eses sociales.
Entre tanta luz, una sombra se proyectó. Laisha Wilkins, una vez estrella en el firmamento de la telenovelas, ahora busca un escenario diferente, uno donde su brillo parece apagado. Su transición de la actuación al activismo y la conducción no ha sido lo que esperaba; el aplauso le ha dado un silencio de frustración. En su intento por recuperar la atención, Wilkins decidió no celebrar con el pueblo, sino contra él.
El clasismo no es un fenómeno nuevo; es como un río que ha fluido a través del tiempo, cambiando de curso pero manteniendo su esencia. En México, ha tomado muchas formas: desde el desdén por el acento de alguien, hasta la burla hacia las tradiciones regionales, pasando por el menosprecio hacia aquellos cuya música, vestimenta o forma de vida no encaja en un molde elitista. Es la voz que susurra en las esquinas de los eventos sociales, la mirada que juzga sin conocer, la risa que se burla de lo diferente.
Wilkins no es la única figura pública que ha dejado ver su rostro clasista. La historia reciente ha visto a otros actores y personalidades como Bárbara de Regil, con sus comentarios gordofóbicos y elitistas; Sergio Goyri, cuya diatriba contra Yalitza Aparicio mostró un racismo y clasismo descarnado; y Arath de la Torre, cuya burla hacia los Voladores de Papantla en un comercial evidenció una falta de respeto hacia las tradiciones indígenas. Cada uno, de diferentes maneras, ha contribuido a tejer una narrativa de exclusión, donde el valor de una persona se mide por su apariencia, su origen o su cultura, y no por su humanidad.
Wilkins, en su nueva vida como activista y comentarista, busca ser relevante, pero su método es dañar al mismo pueblo que una vez aplaudió sus actuaciones. Su frustración por un cambio de carrera no deseado, por el paso de ser adorada a ser criticada, se manifestó en un acto de desdén que no solo revela su desconexión con la realidad cultural de México, sino también un intento desesperado por ser escuchada de nuevo a través del escándalo.
En su comentario, se nota claramente una lucha interna, una batalla entre la nostalgia de ser la estrella del espectáculo y la realidad de un activismo que no le ha dado el reconocimiento anhelado. Wilkins, en su intento por llamar la atención, eligió el camino del clasismo, dañando el tejido social de la misma celebración que debería unir.
La noche del Ángel, que fue un canto de unidad, también se con convirtió en un recordatorio de cómo el clasismo puede intentar opacar la luz de la diversidad. Laisha Wilkins, con su acto, no solo mostró su propia frustración y lucha por la relevancia, sino que también puso en el espejo de la opinión pública el rostro de un México que todavía necesita aprender a caminar en unidad, sin juzgar a otro.
Este acto no es solo es el drama de una actriz; es el reflejo de una sociedad que aún batalla con el clasismo, que aún necesita recordar que la verdadera riqueza está en la diversidad, en las historias que cada persona trae consigo, Laisha, con su desdén, nos recuerda la importancia de mirar más allá de las máscaras.
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