
EU podría entrar en una crisis constitucional, mientras emite sanciones contra la expresidenta argentina Cristina Kirchner luego de señalarla por actos de corrupción. El hecho cimbró a México. |
Donald Trump se acaba de convertir en el único presidente en la historia de Estados Unidos en registrar un índice de aprobación negativo en el segundo mes de mandato. La guerra arancelaria con sus principales socios, el desmantelamiento burocrático e institucional en pro de una supuesta eficiencia gubernamental, así como la incertidumbre legal a partir de nuevas normativas, leyes y decretos unilaterales, son parte de las razones.
Ante este escenario, el magnate parece estar delineando una estrategia que lo ayude a escapar hacia adelante de la crisis y el mal humor desatado en su propio país. Las primeras señales fueron leídas la semana pasada con la sanción del Departamento de Estado a Cristina Fernández de Kirchner -una de las figuras más reconocidas del progresismo regional- por los actos de corrupción que operó mientras fue presidenta de Argentina; país en donde ya fue juzgada y declarada culpable.
Pero el timing, la forma y el contexto revelan algo más: fue un gesto pensado no solo para tener efecto en Buenos Aires o en Latinoamérica, sino para tener eco en Washington en donde empiezan a oler la sangre de un Donald Trump debilitado. Con 132 demandas legales, la administración del magnate se acerca peligrosamente a una crisis constitucional de la cual plantea escapar mediáticamente. Y en este punto, Latinoamérica es el escenario perfecto.
Castigar a una expresidenta y mostrar firmeza frente al "desorden" del sur, encaja dentro de una lógica más amplia, donde América Latina tiene material suficiente para saciar las ansias de un líder en declive que necesita proyectar fuerza en el exterior para atajar y equilibrar la erosión de su legitimidad que sufre en casa.
En México, la señal sobre la sanción a Kirchner por corrupción fue recibida y encendió las alertas. El comunicado oficial que emitió la Casa Blanca tiene frases que alteraron a la clase política mexicana que, en los hechos, ha sido vapuleada una y otra vez en los tempranos dos meses de la nueva administración estadounidense.
"Estados Unidos seguirá promoviendo la rendición de cuentas de quienes abusan del poder público para beneficio propio. Estas designaciones reafirman nuestro compromiso de combatir la corrupción global, incluso en las más altas esferas del gobierno", se puede leer en la comunicación oficial. Es decir, nadie en la región está exento de las sanciones que pueda impulsar Washington.
Sin embargo, Trump no viene a ordenar América Latina. Busca utilizarla para cambiar la conversación. Para presentarse como líder global mientras su presidencia tropieza en casa. Para convencer a su base -y a sus críticos- de que, aunque todo esté fallando, él aún puede castigar, mandar e imponer su voluntad más allá de las fronteras. En cada uno de los países de la región, los opositores a sus gobiernos se equivocan cuando ven a Estados Unidos como un salvavidas al desmoronamiento sistemático de la democracia latinoamericana.
En todo caso, la desventaja para Latinoamérica y sus gobiernos es que son un abanico de oportunidades para dotar de éxitos simbólicos a un Donald Trump en muy temprano declive.. En lo que se refiere a México la expectativa se mantiene en la cacería de políticos y empresarios vinculados con el narcotráfico. Washington ha sido enfático desde el día uno: el gobierno mantiene alianzas intolerables con el crimen organizado.
Desde los señalamientos de corrupción sobre Gustavo Petro y su familia en Colombia, pasando por la crisis de representación en Venezuela con un Nicolás Maduro que se aferra al poder, hasta la desaparición de Derechos Humanos en Nicaragua o El Salvador, la Casa Blanca cuenta con un catalogo amplio de casos que podría administrar según le convenga para revitalizar la imagen de su presidente. ¿Logrará Trump detener su agonía en casa utilizando y exhibiendo el desorden latinoamericano? Está por verse.
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