Para la administración Trump el gobierno mexicano está reprobado en lo que se refiere al combate al narcotráfico. Los aranceles que vienen son apenas el inicio de la escalada. |
El plazo para convencer a Estados Unidos de que el gobierno mexicano no está coludido con el crimen organizado terminó y los resultados avizoran una crisis binacional inédita. La entrada de aranceles a finales de la siguiente semana será apenas el inicio de un cúmulo de medidas en contra de México. La sed de Washington no parece estar saciada con lo que sí ha hecho el gobierno mexicano en la materia. No se tragan el cuento. La arquitectura criminal es vasta y compleja. No solo quieren a los capos y operadores, sino a los facilitadores: empresarios y políticos que sostienen el narcotráfico.
La acusación no es nueva, pero sí su formalización. La narrativa de Trump -simplificada, brutal, eficaz- coloca al gobierno de Sheinbaum en una doble trampa: o colabora con una purga que inevitablemente tocará a figuras de su propio movimiento, o se convierte en cómplice. No hay términos medios ni zonas grises en el mapa que Washington ha trazado.
Pero lo que en otro momento habría desatado una defensa cerrada de la militancia, hoy produce señales mixtas. Los gestos desde Palacio Nacional son difusos. La presidenta parece dispuesta a explorar un nuevo tipo de relación con la Casa Blanca. Una "coordinación" que -sin anunciarlo- puede convertirse en el instrumento con el que Sheinbaum reconfigura su poder. Su posición no es sencilla pero decidir aprovecharla sí está en sus manos. Desde marzo se retrató en este espacio la complejidad en el texto titulado: Sheinbaum: emanciparse de AMLO o ser devorada por Washington.
Para algunas figuras, esta colaboración representa una amenaza directa: cualquier intento serio de compartir inteligencia, de facilitar extradiciones, de abrir flujos de información, termina apuntando a nombres que han sido intocables por años. Pero para otras, incluida la propia titular del Ejecutivo, puede ser una oportunidad. La presidenta recibe una presión que no generó, pero que puede aprovechar. Puede decidir hasta dónde llega, con quién se rompe, qué estructuras sacrifica y cuáles consolida.
La "coordinación" con Washington se convierte en una herramienta para construir su propia legitimidad y gobernabilidad. Un medio para trazar distancia con el pasado reciente. La ausencia en lo público de Andy López Beltrán, la erosión de Adán Augusto, el repliegue de operadores territoriales ligados al viejo grupo, no parecen episodios aislados, sino señales de un proceso más amplio. El poder no siempre se gana imponiendo. La purga, en este contexto, no requiere de confrontación abierta. Basta con dejar hacer, dejar caer, dejar actuar.
La presidenta no necesita romper con AMLO para emanciparse de su sombra y sus operadores. Solo tiene que administrar la tormenta que ellos mismos desataron. Y en esa tormenta, Washington juega un papel instrumental. No porque tenga la razón o la legitimidad moral -ambas son muy discutibles-, sino porque ha puesto en marcha una lógica implacable: si México no entrega culpables visibles, asumirá represalias colectivas. Si no ofrece resultados concretos, enfrentará sanciones estructurales.
Bajo esa amenaza, la administración Sheinbaum tiene una oportunidad que no muchas veces se presenta en política: puede marginar -desaparecer- actores y redefinir alianzas sin asumir el costo político. Pero no es tan fácil. De concretarse esta dinámica, el propio Estados Unidos tomará nota de la fragilidad de la mandataria.
Atrapada entre la herencia maldita que le dejó AMLO y el poco margen de maniobra que tiene derivado de figuras políticas incrustadas en su tablero que, no solo escapan de su control, sino que operan abiertamente en contra de ella, la "ayuda" externa que pueda recibir la presidenta podría ser cobrada más adelante con altos intereses.
El nerviosismo en el aire que respiran políticos y empresarios afines al "movimiento" parece responder la pregunta de si la mandataria está considerando entrar en una nueva fase de coordinación con la administración Trump. En términos estrictos no parece tener otra opción por la asimetría de poder que prevalece entre ambas naciones. La pregunta inmediata y natural es ¿hasta dónde? ¿realmente será hasta donde tope? porque para las agencias de inteligencia estadounidenses es muy fácil mostrar o filtrar a medios las "pruebas" que tanto exige la mandataria.
Qué actores entregará, qué historias permitirá que se cuenten, qué estructuras del poder heredado está dispuesta a desmontar, son preguntas que se suman para intentar desentrañar el dilema. Si Sheinbaum logra superar la presión -entre lo que Washington exige y lo que la realidad política mexicana permite- no solo evitará una crisis mayor, sino que habrá convertido una amenaza en un momento para consolidar su propio liderazgo y legitimidad, los cuales, hasta ahora, continúan prestados.
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