El poder técnico de la presidenta sustituye al carisma de AMLO, pero reduce los márgenes de gobernabilidad. |
La percepción del retorno a una presidencia todo-poderosa no parece consolidarse en los hechos. El régimen que instaló Andrés Manuel López Obrador fue diseñado para evitar precisamente esa concentración. Sin embargo, a un año de separarse -por lo menos de manera formal-- del poder, su "movimiento" presenta fracturas que no solo ponen en riesgo el proyecto trazado sino también la gobernabilidad.
La primer mujer presidenta de México parece haber delineado los nuevos límites de la justicia selectiva y con ello perfilado a los legisladores, alcaldes y gobernadores que deberán enfrentar en el desamparo y sin el respaldo del aparato el desprestigio de ser vinculados con el crimen organizado, nepotismo, soberbia y mantener cuentas multimillonarias que se estrellan con la narrativa de supuesta izquierda.
Ricardo Monreal, Adán Augusto, Gerardo Fernández Noroña, Mario Delgado, Andy López Beltrán, Octavio Oropeza, Raquel Buenrostro, Rubén Rocha Moya y otros personajes de segundo nivel -todavía- representan los diques y contrapesos colocados por AMLO. Su desgaste, en buena medida consecuencia de su propia ineptitud y petulancia, ha sido también alentado por un grupo de propagandistas disfrazados de periodistas cercanos a Palacio Nacional.
En el arranque del año 2 de la presidenta, la pregunta que recorre el círculo rojo es ¿Quién acompañará a la mandataria si se deshace de su primera línea?
El bloque duro, vinculado al ex presidente López Obrador y cuyos integrantes están en desgracia parece no estar dispuesto al repliegue. Su lógica nada tiene que ver con la lealtad "movimiento", sino su supervivencia. Desde sus posiciones en el Congreso, en gobiernos estatales o en la administración pública, esos cuadros entienden que el poder que acumularon durante el sexenio anterior se desvanece a la misma velocidad en que la presidenta busca construir el suyo.
El desgaste es producto de una nueva pedagogía política. López Obrador diseñó un sistema que dependía de su presencia diaria, de su "autoridad moral" y de su control sobre la narrativa. Ese mecanismo funcionaba mientras él ocupaba el centro. Al retirarse formalmente, dejó una maquinaria que opera sin su conducción y sin la cohesión que le daba sentido.
Claudia Sheinbaum enfrenta el dilema de los gobiernos que relevan a los populismos carismáticos: cómo ejercer el poder sin destruir la red que lo hizo posible. Su administración intenta construir legitimidad desde un endurecimiento del régimen a partir de nuevos mecanismos. El segundo piso de la autodenominada Cuarta Transformación exige una autocracia más técnica con KPI's medibles.
El desgaste selectivo de sus correligionarios crea una paradoja. Cada "aliado" debilitado libera a la presidenta de presiones, pero incluso --aunque no terminen en la cárcel- su capacidad de control del aparato se reduce. Los sistemas políticos no se sostienen sólo por la voluntad del líder, sino por las redes de intermediación que amortiguan los conflictos, procesan las demandas y reparten el costo del poder. Romper esos equilibrios equivale a aislarse del tejido que da estabilidad a la autoridad.
Es decir, el riesgo de forzar una eficiencia acelerada del Estado autoritario podría desconectarla de la política real y del "movimiento" que la instaló en la silla presidencial. Una mano dura demasiado pesada irremediablemente se traducirá en un gobierno sustentado en la desconfianza y la conspiración, aspectos que impactarán en la gobernabilidad.
Sheinbaum, con apoyo de Washington, parece haber elegido un tipo de liderazgo que privilegia la gestión sobre la pertenencia. Una lógica de supervivencia que busca solventar la ineptitud y corrupción de su antecesor. En los próximos meses se pondrá a prueba si la disciplina basta para enfrentar los problemas, siendo México un país en donde la gobernabilidad no se construye sólo con planeación pues su complejidad exige alianzas y acuerdos.
Al marginar a quienes dominan ese lenguaje sin aún tener personajes que logren sustituirlos en sus capacidades, la presidenta reduce la capacidad del Estado para absorber el conflicto y anticipar sus crisis. El segundo año de gobierno marcará el punto de inflexión. Si Sheinbaum logra transformar la disciplina en cohesión, y la eficacia en confianza, podrá consolidar una nueva etapa del poder. Si su estrategia de aislamiento persiste, la primer mujer presidenta de México tendrá todo el poder sí, pero sobre un territorio político más reducido y con menor margen de maniobra.
Por favor no corte ni pegue en la web nuestras notas, tiene la posibilidad de redistribuirlas usando nuestras herramientas.