
A casi seis meses del inicio del gobierno de Claudia Sheinbaum, crecen las tensiones y las divisiones internas en Morena y con el PT y el Partido Verde. El poder en disputa y el escenario hacia el 2027. |
En Morena ya no se respeta nada ni a nadie. En un episodio reciente, la diputada Irma Juan Carlos, de Oaxaca, exigió la destitución de Ariadna Montiel, la secretaria del Bienestar, una de las funcionarias que obtuvo un cargo transexenal, lugares reservados para los favoritos del expresidente Andrés Manuel López Obrador.
La presidenta Sheinbaum, como es natural, respaldó a Montiel, operadora eficaz del arma "secreta" del partido oficial: los programas sociales. Montiel fue descrita con duros calificativos por sus compañeros: la llamaron déspota y nefasta.
Casi un centenar de diputados se quejaron de que la funcionaria los maltrata. La soberbia morenista se sufre también en casa. Uno de los socios de Morena, el PT no ha escapado a la humillación morenista. En su congreso nacional, Gerardo Fernández Noroña fue abucheado de manera tan sonora que se vio obligado a abandonar el salón donde se congregaban los militantes del partido que lo hizo senador y que los despreció afiliándose a Morena. El presidente del Senado afirmó que el enemigo principal de la alianza tripartita en el poder es el sectarismo. Punto para Noroña.
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Ricardo Monreal, el coordinador de los diputados, procuró normalizar los lamentos de sus compañeros de bancada. Pero lo cierto es que los desencuentros entre la presidenta y su partido se han propagado. En una de las primeras grandes diferencias, los legisladores morenistas, verdes y petistas se opusieron a la presidenta como no lo ha hecho la oposición, para impedir que se aplicara su ley contra el nepotismo desde la elección de 2027. Esa lejana contienda es la que aceleró a la senadora Andrea Chávez, que rompió todas las reglas para sacar una ventaja tan amplia en Chihuahua que no haya nadie que pueda disputarle la candidatura, salvo la presidenta, que la apercibió tras el escándalo que desató su campaña.
En otro episodio de la oposición somos nosotros mismos, los morenistas se dividieron en dos: unos para promover y otros para evitar que su compañero diputado, el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco fuera desaforado para enfrentarse a la justicia, acusado por su media hermana de violación. En ése, también el PT les dio la espalda y la distancia crece. Es posible que este partido lance a sus propios candidatos en las próximas elecciones estatales y en la intermedia, lo que pondría en riesgo la mayoría morenista en el congreso.
La ruptura en el partido hegemónico no es imaginaria. Comenzó con la cruenta disputa por la candidatura presidencial. La posterior repartición de premios de consolación no cerró las heridas de los perdedores: Monreal, Adán Augusto y Noroña.
Después del priismo, donde los gobernadores eran peones presidenciales, los enanos crecieron durante el sexenio de Fox y se aglutinaron en la Conferencia Nacional de Gobernadores. Se conducían como genuinos virreyes que disponían de los bienes de sus entidades como propios y que afirmaban fortalecer el pacto federal.
Los gobernadores de ayer son los legisladores de hoy: Monreal y López --que no son aliados-- y Noroña, han eclipsado el poder presidencial. Personifican las dificultades que enfrenta la popular mandataria, cuya simpatía no vale de nada a la hora de imponer su agenda en el Congreso de mayoría morenista que, paradójicamente, es su única oposición, y provocan roces con sus aliados verdes y petistas sin contemplar que arriesgan su cómoda mayoría. El equilibrio de fuerzas dentro y fuera del partido está en juego.
La fragmentación de Morena, producto de luchas internas, ambiciones personales y diferencias ideológicas son una amenaza para el partido en el poder. Su futuro depende de la forma en que logre mantener la cohesión interna. Pero como dijo el diputado Juan Carlos Varela, los tratan como perros de rancho: "Cuando hay pleito, nos sueltan; cuando hay fiesta, nos amarran". Y para los barones morenistas, la fiesta apenas empieza.
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