
¿Qué clase de paÃs es aquel en el que enterrar a tus muertos es un privilegio? ¿Es humanista el que gobierna en la complicidad, en la negligencia, en el abandono de los desprotegidos? |
Hace tiempo que mi cuerpo no se manifestaba de una manera tan rotunda frente a un hecho noticioso. Me he propuesto no acostumbrarme a leer en los periódicos sobre la desaparición de una persona, el abuso de un niño, una mujer o un hombre, o el asesinato de unos u otros, sin examinar mis emociones. Me he forzado también a no desviar los ojos para evitar las atrocidades que se suceden en nuestro paÃs, que ocurren con tal frecuencia que nos han entumecido, solo para despertar cuando la brutalidad supera de nuevo nuestros lÃmites.
La revelación del campo de exterminio del Rancho Izaguirre -no por parte de las autoridades, sino de los Guerreros Buscadores de Jalisco-, sacó a miles de ciudadanos con 400 velas y el mismo número de pares de zapatos en las manos. La cifra no es arbitraria: es el número de personas que se calcula perecieron en ese infierno.
El número de habitantes de Teuchitlán es menor que la cifra de desaparecidos en el estado de Jalisco. Hasta allá han viajado desde el 5 de marzo familias de estados vecinos que presumen que una o un hijo, una hermana o un hermano fue vÃctima del Cártel Jalisco Nueva Generación. ¿En qué paÃs un deudo se aferra a una astilla de hueso para que su duelo pueda comenzar? ¿Qué clase de paÃs es aquel en el que enterrar a tus muertos es un privilegio?
Como dice la canción, aquà la vida no vale nada. Eso muestran las autoridades con su actuación negligente y con su indiferencia. En México no se escuchan los gritos de los torturados ni las balas que atraviesan a los ajusticiados.
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El rancho Izaguirre no debe dejar margen para que la presidenta Sheinbaum se sacuda la culpa, una culpa sin principio ni final, que nos pertenece a todos. Al gobernador en funciones y al anterior, al expresidente López Obrador y a los que lo antecedieron, a la presidenta, a quienes han permitido que en nuestro paÃs reine la violencia y la crueldad.
¿Quién es culpable de que a los criminales ya no les baste con asesinar, porque matan con saña? ¿A quién reprochamos que México haya retrocedido cientos de años para poner a pelear muchachos hasta la muerte del primero? Varios han comparado el horror de México al de la Alemania de Hitler y sus campos de concentración. Las imágenes son demasiado semejantes para negarlo: pilas de ropa, montañas de zapatos y mochilas, objetos que nos obligan a imaginar los gustos, la edad, el oficio de su dueño, y sÃ, a temer que ahà pudo haber estado el suéter o la maleta de nuestros hijos.
Es innegable que los grupos criminales forman ejércitos de pobres que convierten en soldados, de manera voluntaria o involuntaria. La barbarie de sus campos de adiestramiento ha impuesto a la presidenta Sheinbaum una estrategia para las desapariciones: una reforma para fortalecer a la Comisión Nacional de Búsqueda (que precarizó y prácticamente borró su antecesor) y equiparar el delito de desaparición al de secuestro para homologar las penas (en un paÃs que supera el 99% de impunidad). Se ha comprometido a dar certeza y verdad y a no construir falsedades para disolver responsabilidades.
Ya era tiempo de darle a la tragedia de las desapariciones la prioridad que merece si la presidenta quiere seguir llamándole a su administración humanismo mexicano. ¿Es humanista el que gobierna en la complicidad, en la negligencia, en el abandono de los desprotegidos? Que tenga presente que los ausentes desaparecen dos veces: primero, cuando se pierde su rastro; luego, cuando se niega su existencia.
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