La tercera elección contra Donald Trump quizás sea la vencida para el Partido Demócrata y ponga en marcha, finalmente, un proceso de renovación interno, programático y electoral necesario para enfrentar el nuevo mandato del neoyorquino y competir, primero, en las elecciones de medio término de 2026 y, segundo, en las presidenciales de 2028. El gobierno que comenzará el 20 de enero adelanta una serie de retos más importantes que los de 2016 para los que la oposición norteamericana ya se debe empezar a preparar.

Al igual que hace ocho años, la estrategia demócrata chocó con el muro trumpista. La primera etapa de la campaña con Joe Biden estaba condenada al fracaso luego de su pobre actuación en el debate. El partido tomó nota y cambió el rumbo, pero ya era tarde. El efecto Kamala Harris no alcanzó y Trump se impuso en los siete swings states que estaban en juego al recuperar seis de los que perdió en 2020. Al igual que en Argentina y México, la campaña centrada en la democracia, los derechos y en contra de la polarización no fue suficiente.

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El peor golpe para el Partido Demócrata ya pasó, pero el 20 de enero llegará otro con un renovado Donald Trump. El republicano ya no es el outsider de 2016. Vuelve con experiencia y con conocimientos del deep state al que promete destruir o, como mínimo, cooptar e infiltrar desde adentro. Podrá controlar el Poder Legislativo si las tendencias en la Cámara de Representantes se confirman luego de asegurarse el Senado. Además, tendrá una fuerte influencia en el Tribunal Supremo, al que promete blindar como una trinchera reaccionaria por las próximas décadas. Además, es el líder indiscutido de los republicanos. Esta vez no habrá un Mitch McConnell con el que deba negociar ni una Liz Cheney que le vote en contra. Por ahora, las trabas que podría encontrar parecieran ser pocas.

Trump vuelve con experiencia y con conocimientos del deep state al que promete destruir o, como mínimo, cooptar e infiltrar desde adentro

Para enfrentar ese segundo golpe, el Partido Demócrata deberá poner en práctica una renovación que ya llega tarde. Para dicha actualización un dato deberá ser tenido en cuenta: por primera vez en 20 años el Partido Republicano ganó el voto popular. Entre 2020 y 2024 los demócratas perdieron 14 millones de votos: de 81 millones a 67 millones. Sin embargo, Trump tampoco creció porque pasó de 74 millones a 71. Es decir, el descontento con la administración Biden es más alto que el apego al magnate. El problema para el oficialismo no fue la edad de su presidente-candidato, fue su propio gobierno.

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Para lograr ponerle un freno al nuevo Trump, los demócratas tendrán que volver a recuperar ese voto que perdió. ¿Dónde buscarlo? En la heterogeneidad de la población que durante los últimos años dejó de representar. Las primeras encuestas de salida muestran una tendencia clara: el Partido Republicano creció entre el electorado afroamericano y latino, especialmente en estados claves como Michigan, Pennsylvania y Georgia. Por su parte, Harris lo hizo entre los sectores de mayores ingresos y entre las mujeres blancas con estudios universitarios. Es decir, en aquellos grupos donde ya controla y que no están en disputa.

En estos ocho años, el Partido Demócrata se volvió una fuerza más homogénea al mismo tiempo que Trump penetró en sus históricos votantes porque en la política los vacíos se llenan. Hasta que no los vuelva a recuperar, la vuelta demócrata a la Casa Blanca parece improbable. Para ello deberá renovar su discurso, ampliar sus campañas y rejuvenecer a sus liderazgos. Trump ya gobernó cuatro años y sus consecuencias todavía se sienten. Esta vez, con mayor poder y experiencia, promete dejar una huella aún más profunda en los Estados Unidos y el mundo.