Opinión
Soy inocente, dijo el verdugo
Por Jesús Pérez Gaona
¿Habrá llegado la hora de que un presidente vaya a la cárcel en México? "Lo niego calderónicamente", responden Lozoya, Peña Nieto, Juan Collado, Rosario Robles.

Never rat on your friends, and always keep your mouth shut.

Goodfellas (1990)

Fue desagradable escuchar la declaración de inocencia de Emilio Lozoya, dos veces. Primero por el caso de Agronitrogenados y luego por el caso Odebrecht. «Ahora resulta que fue obligado a robar», opinó una diputada panista, en una osadía del descuido. Leer las cifras de esos quebrantos al erario (ya sea por la compra de una empresa chatarra, o por la operación para privatizar Pemex y CFE usando dinero ilegal) no encuentra proporción en la cólera y la frustración acumulada durante una década. ¡Eso se hace cáncer! 150 millones de dólares malgastados aquí. 10 millones y medio de dólares de sobornos acá. Y allá hay más: 120 millones de pesos en moches para un diputado y cinco senadores. Lo que se ha hecho público hasta ahora, y contando.

Meramente al repetir los números se da forma a una figura jurídica y a la implicación en un delito. Pero no hay correspondencia con el vacío de quienes nos opusimos durante años a todo el aparato del estado (a la vieja clase política embriagada de poder, a los depredadores llamados empresarios, al grupo de opinólogos y publirrelacionistas) que defendió y promocionó al peñanietismo y su apuesta energética. Tras años donde se usó y tergiversó al mismo Lázaro Cárdenas para inflar de popularidad a la gran estafa que siempre fueron las Reformas Estructurales del Pacto por México (PRI, PAN, PRD y el Partido Verde).

«No soy culpable ni responsable de los hechos que se me imputan. Y en el marco de la investigación quiero hacer de su conocimiento, su señoría, que con relación a los hechos que se me imputan fui intimidado, presionado, influenciado e instrumentalizado», dijo Lozoya Austin ante la pantalla de una computadora donde veía al juez Juan Carlos Ramírez desde el Hospital Ángeles del Pedregal, recuperándose de un incomodísimo cuadro de «anemia desarrollada» y «problemas sensibles en el esófago». Para mala suerte de Luis Videgaray, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, Emilio «L» («ERLA») ha mejorado y no ha perdido sus ganas de hablar.

No es un misterio el motor que mueve a quienes participan en estos delitos, aun cuando condenan a la pobreza a quienes dicen representar. Tampoco es una sorpresa que la corrupción -la de verdad, la de pagos de más de siete cifras y donde se juega el destino de gente inocente- se pinte de la bandera tricolor y la operen personas normales, en cuya normalidad son responsabilidad de otros (mis superiores, sólo sigo órdenes) el hambre y la miseria, el crimen y la violencia. Basta escuchar a la senadora Vanessa Rubio hablando de su memorable paso por la administración pública bajo las órdenes de José Antonio Meade, mientras prepara las maletas para huir a Inglaterra antes de la extradición de Lozoya a México.

Hay un par de libros de Hannah Arendt que explican este comportamiento usando los juicios de Núremberg contra los nazis. «El problema con Eichmann fue precisamente que muchos fueron como él, y que la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales», se lee en la famosa cita de La banalidad del mal. «Esta normalidad resultaba mucho más aterradora que todas las atrocidades juntas».

«Se me juzga por quien soy y no por lo que supuestamente hice», fue otra manifestación de inocencia vergonzante, aunque esta última amparada en la «violencia de género». «Estoy aquí [en prisión] porque me llamo Rosario Robles. También porque soy mujer». Y por ser secretaria de Desarrollo Social (Sedesol) y de Desarrollo Agrario, además de impulsora de la Cruzada Nacional contra el Hambre. Todo lo anterior durante el gobierno de Peña Nieto. De acuerdo con la Fiscalía General de la República, en las investigaciones del caso que Animal Político bautizó como «Estafa Maestra» se encontró un daño patrimonial al estado mexicano por hasta 15,000 millones de pesos, mientras que en el caso de Emilio Lozoya el quebranto ronda los 400 millones de pesos. Quizá los nombres de las celebridades pasaron a segundo plano cuando el desvío de recursos llegó a miles de millones y se involucró a ocho universidades públicas y a once dependencias federales. Quizá.

'Niego calderónicamente', es el chiste que se hace en redes sociales sobre las acusaciones que tienen preso en Nueva York a Genaro García Luna, y por los que el Gobierno de EU solicitó órdenes de captura con fines de extradición contra Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño García.

«Quieren borrar una vida entera de lucha por mejorar nuestro país, y por abrir espacios y pelear por los derechos de las mujeres. Quieren borrar mi historia, anularme, silenciarme», respondió Rosario Robles al fiscal Alejandro Gertz Manero ante lo que la FGR calificó de falta de solidaridad por «no "delatar" a otros funcionarios» en contraste con la disposición y cooperación de Lozoya, como hizo notar la defensa de la funcionaria de Peña Nieto, cuyo equipo está empeñado en que el verdugo sea declarado inocente, y que hasta admiremos lo que hizo. Pero si no nos engañó la primera vez junto a todos sus poderosos amigos aplaudiéndole, ahora que los acusa de «cobardía y silencio cómplice» tampoco podrá convencernos de que su apelación tiene más valor que la conspiración exculpatoria que denuncia Javier Duarte.

«NIEGO categóricamente mi participación en los hechos que refiere el denunciante. No he cometido ningún delito». Las mayúsculas en negras son de Juan Collado en una carta pública donde declara -para variar- su inocencia. «Niego calderónicamente», es el chiste que se hace en redes sociales sobre las acusaciones que tienen preso en Nueva York al Secretario de Seguridad de Felipe Calderón (Genaro García Luna), y por los que el Gobierno de Estados Unidos solicitó órdenes de captura con fines de extradición contra los más altos mandos policiales de aquel sexenio (Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño García).

«Niego categóricamente la cobarde insinuación que desde el poder se hace de que yo he organizado, o estoy detrás de las protestas de los policías federales», aseguró Calderón en julio de 2019. «Niego categóricamente tales presiones y sí me gustaría más bien que el presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, diga en qué consistieron, diga además qué fue lo que hizo al respecto, cuándo se produjeron, en qué casos», insistió en octubre de ese año sobre las denuncias de coerción contra la Suprema Corte de Justicia por los casos de la Guardería ABC y de Florence Cassez.

«Niego categóricamente que él [Luis Felipe Calderón Hinojosa] tenga algo que ver con la creación o propiedad de @tumbaburross ni con el contenido de las publicaciones que se hacen en mis cuentas», publicó desde el perfil de Twitter de Luis Alberto Rosas el pasado 4 de noviembre de 2019. «Niego categóricamente haber incurrido en acto alguno de corrupción en la "Estela de Luz"», volvió a embestir en la misma red social el 25 de ese mes.

El chiste se vuelve más divertido, ad absurdum. Niego calderónicamente ser Felipe Calderón. Niego calderónicamente haber sido presidente de México. Niego calderónicamente haber declarado la guerra contra el narco... Pero por más chistoso que sea este juego (take the money and run), una pregunta resuena cada vez con más fuerza: ¿habrá llegado la hora de que un presidente vaya a la cárcel en México? La evidencia se acumula -ahora en las oficinas de la justicia, no sólo en la memoria y cicatrices de buena parte de los mexicanos- y muchos creen que ignorarlo sería un insulto a tantos muertos y desaparecidos. Y detrás de esa pregunta, una preocupación: la pesadilla de pensar que la 4T busque imitar la vieja costumbre priista -que también adoptó el panismo- de la inmunidad a los expresidentes. Porque de ser así, dejaría de ser gracioso.

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