Opinión
Genarco (o cómo mueren las narcodemocracias)
Por Jesús Pérez Gaona
No pienso en el Tartamudo García Luna, es Calderón quien viene a mi mente cuando el juez Brian Cogan afirma: "su conducta es la misma que la del Chapo". Sheinbaum le recordó a Trump que ya no gobierna Calderón.

El 21 de febrero de 2023 el mundo murió, envejeció de pronto para muchos, aunque para el resto fue la confirmación de que no estábamos solos, ni locos. Esa misma noche del 21 de febrero de 2023, en Nueva York, Anabel Hernández con la voz afectada, en contra de su acostumbrado tono apasionado, confesó a Elisa Alanís en Milenio que sí se había restituido un poco del orden roto que había provocado su exilio de México, mientras que Peniley Ramírez impresionada no pudo contener las lágrimas ante las cámaras de Sin Censura de Vicente Serrano (ambos en espectros políticos y periodísticos diametralmente opuestos, pero esa noche igual de conmovidos). La emoción, la alegría, la restitución. Un lastre menos, un triunfo más. «Genaro García Luna es culpable», se dictó ese día.

Un buen amigo periodista me comentó que, además de la alegría al conocer el veredicto del jurado de la Corte Federal del Distrito Este de Brooklyn, sentía -y lo cito- «como si las marchas que armé o a las que fui significaron algo». Yo le respondí sin rodeos: ahora siento que no soy un paranoico. ¿Cuántas veces, como en su momento entre los entusiastas de la campaña presidencial de Xóchitl Gálvez o entre los asistentes a las marchas «el INE no se toca», los victimarios quisieron burlarse -y en efecto se burlaron- de las víctimas? ¿Cuántas veces? ¿Alegando inocencia, absolución, falsa empatía, cuántas veces creyeron mofarse de nosotros aplastando toda exigencia de justicia? Hasta ahora.

No hay palabras, y es extraño. Es extraño y sorprendente cómo lo cambia todo esta sentencia de 38 años, después de una larga espera, ocurrida apenas en octubre pasado: Genaro García Luna culpable. Culpable de conspiración para la distribución internacional de cocaína. Culpable de posesión e importación de cocaína. Culpable de participación continua en una organización criminal. Y sí, culpable de emitir declaraciones falsas a autoridades de Estados Unidos.

A algunos les sabe a poco, no es suficiente, aseguran, merecía una cadena perpetua. Yo escucho «culpable» y, en cambio, pienso en Atenco, en Américo del Valle y en doña Trini. Escucho «narcopolicía» y pienso en la Guardería ABC, en Villas de Salvárcar, en «No más sangre» y en Juan Francisco Sicilia Ortega, congelado en el tiempo como un joven por el que su padre sigue derramando lágrimas sin poemas. Escucho «guerra contra el narco» y recuerdo a Jorge Antonio y a Javier Francisco, los estudiantes del Tec de Monterrey. Escucho «calderonato» y pienso en los Diálogos por la Paz en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, en don Nepomuceno Moreno. ¿Qué van a saber de esto los panistas y los neopanistas naranjas de Movimiento Ciudadano que ni por error dieron crédito a las denuncias de homicidios y desapariciones durante sus propios gobiernos?

Ni siquiera viene a mi mente «el Tartamudo» García Luna, es Felipe Calderón a quien veo sentenciado: culpable, responsable, autor intelectual, genocida. Son más de dos décadas de una persona en la vida pública pudriendo todo lo que toca y afectando en el peor de los sentidos el mundo cotidiano de todos. Son dos décadas y un poco más de una forma de ser mexicano en la resistencia, contra el fraude electoral, contra la corrupción, contra la guerra, contra la policía y contra la militarización (también contra la militarización de la 4T).

Usted tiene una doble vida: usted vestirá muy elegante, usted podrá decir que respeta la ley y seguro lo cree, pero su conducta es la misma que la del Chapo Guzmán.

Es en Calderón en quien pienso cuando el juez Brian Cogan le dice a García Luna: «Usted tiene una doble vida: usted vestirá muy elegante, usted podrá decir que respeta la ley y seguro lo cree, pero su conducta es la misma que la del Chapo Guzmán». También esto podría leerse al sinvergüenza de Calderón: «Hay personas que pueden vestir muy bien, tener muy buenos modales, pero eso no implica que al mismo tiempo sean capaces de hacer cosas horribles».

Y a los que siguen defendiendo a Calderón y a su régimen de terror que yo llamo narcodemocracia (con un guiño al cielo a Eduardo Valle, el Búho), y que como el PAN hoy se hacen que la virgen les habla, les vendría bien escuchar las siguientes palabras: «Usted dice aquí que tiene más de 30 premios... algunos dicen que fue alguna vez Policía del Año. Pero, señor: esto no hace más que confirmar que esa es solo una de sus dos vidas. Es su cortina de humo. Es lo que aprovechó para facilitar todos los otros crímenes horribles».

«Con el juicio a García Luna pasa lo mismo que con el caso del Padre Maciel: se confirma lo que muchos denunciamos y criticamos en su momento y que los medios corporativos negaron una y otra vez. Ahora, esos mismos medios se hacen los sorprendidos. Cinicazos», resumió el monero Hernández en un tweet lo que se sentía entre viejos defensores de derechos humanos, reporteros, activistas, hackers o víctimas de los sexenios panistas y priistas.

Esta culpabilidad tomó por sorpresa a todo el que tenga una caradura como Vicente Fox, presidente de México con quien García Luna se encumbró en el poder a través de la AFI (Agencia Federal de Investigaciones); o al panista Santiago Creel, secretario de Gobernación de Fox a quien todas las agencias y órganos de seguridad rendían informes pormenorizados de cada uno de los integrantes del gabinete legal y ampliado. Pero para aquellos a quienes la sangre de los homicidios, la sombra de los desaparecidos, o el silencio de los silenciados significó y significa algo desde el funesto 12 de diciembre de 2006, ¿esta sentencia de 38 años resultó una sorpresa? No. Y no hay palabras, no hay más palabras, mientras Calderón aparece en todos los noticieros como un inocente expresidente que hizo muy bien las cosas y que lucha contra la dictadura en Venezuela, y la presidenta Claudia Sheinbaum lo alude para responder a Donald Trump -la amenaza naranja- que en México ya no gobierna Calderón, no más. 

Me gustaría concluir citando a Drácula, o a algún autor de literatura de horror, algo que de sólo escucharlo arquearía el cuerpo para vomitar. Pero nada me resulta más siniestro que las propias palabras del García Luna del PRI, que lo tuvieron, ¡recuérdelo priistas!: «¡Qué gran país México que soporta a hijos de la chingada como yo!», se sinceró alguna vez Arturo «el Negro» Durazo. Eso mismo podría decir ahora Felipe Calderón, pero ¿hasta cuándo?

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