El peronismo funciona como un subsistema del sistema político que articula rupturas y continuidades. |
¿Vuelve el peronismo? ¿Vuelve la ortodoxia? ¿Se ponen de moda las 20 verdades? ¿Se acaba el cénit cultural de la izquierda peronista y radical de esta década (una melodía desencadenada entre la Gloriosa Jotapé y el alfonsinismo oficialista)? Muchos vinculan la figura de Scioli a la vuelta cultural de un peronismo clásico. Aunque esa percepción convive con el balance de muchos kirchneristas que le achacan a DOS que aún no trajo “sus” votos prometidos (como si las listas “puras” de PBA y CABA ayudaran en el esfuerzo electoral). La revista Anfibia largó en estos días una encuesta para medir un “peronómetro”. Era un “chiste cultural” que -linealmente- medía las proporciones de “grasa en sangre” para coronar el nivel de peronismo, haciendo síntoma de época, de cambio de época. El aliento a esa versión culturalista del peronismo sabemos que no conduce a nada, salvo a una suerte de democratización pop que ya fue llevada a cabo en la década kirchnerista (el peronismo de clases medias). Y tiene el eco de una lógica que el politólogo Pablo Touzon describió de un modo sintético: es el ‘peronismo gorila’, que hace del peronismo la identidad positiva de lo que el anti peronismo siempre afirmó negativamente de él. ¿Qué es el peronismo, entonces, en esta estética que cristaliza lo “plebeyo”? Fácil: lo que el anti peronismo dice que es. Si los “gorilas” putean el “chori”, el peronismo estético reivindica el “chori”. En fin. No se me ocurre mejor remate que un tuit del escritor Carlos Busqued: “hoy sacás zapatillas con la firma de Ruckauf y las vendés a 1500 mangos en Palermo”.
Macri también hace fácil eso difícil, incluso para quienes (me incluyo) creímos ver en él a un peronista con antifaz durante sus años mozos en la CABA, y nos sorprendimos cuando rechazó cualquier acuerdo nacional con el peronismo. Digamos que sus decisiones políticas estuvieron guionadas por una actitud despreciativa a cualquiera de los peronismos realmente existentes (el de CFK, el de Massa, el de Scioli, el de Menem, el de siempre). ¿Y ahora? Ahora, de raje, trata de quebrar el corset de votos al que el destino no peronista te condena montando la estatua vacante de Perón, hecho un poco en la versión del “último Perón” herbívoro, al que todos pueden abrazar sintiendo el “momento Balbín”, ese batir de alas en nuestro espíritu republicano. El sublime encanto de despedir al adversario como a un amigo. Pero Macri hace un peronismo urgente, coloca a Hugo Moyano y Eduardo Duhalde a su lado, en las dos versiones que soporta el peronismo en su discurso: como sindicalismo y como pasado. Viajemos en el tiempo.
Miro un video viejo. Del siglo pasado. Del que nos separan 17 años. Se puede ver a Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, Julio Bárbaro, Alberto Fernández, Julio De Vido, Esteban Righi, Carlos Tomada, Mario Cámpora, entre muchos otros… La imagen es del 5 de octubre de 1998. El marco es el Grupo Calafate, ¿lo recuerdan? Esa especie de pingüinera sin patagónicos en la que tallaban muchos peronistas progresistas aglutinados por Alberto Fernández con un plan a diez años que llevaría a Kirchner a la presidencia del país. Duhalde encontraba en Kirchner muchas cosas: un gobernador peronista que se mantuvo orgánico al partido y que era un disidente de ese segundo gobierno de Menem, el gran gestor de una provincia muy beneficiada –paradójicamente- por la descentralización del Estado nacional y sus recursos naturales.
Kirchner (amigo de Miguel Bonasso y Torcuato Di Tella) era el gobernador con posiciones nacionales más progresistas de todo el espectro de caudillos de esa Liga de gobernadores a la que Menem había dejado crecer demasiado. El dilema de Duhalde pasaba por asegurarse la hegemonía del peronismo, armonizar lo más que se pudiera con Menem, pero a la vez mostrarse como alternativa al “modelo”, dando por concluida una etapa (la “macro”, la de la estabilidad). Una suerte de combinación conocida entre ruptura y continuidad que no le entregara todas las banderas progresistas a la -en ese momento- exitosa Alianza de radicales y Frepaso. Duhalde, como buen ortodoxo, había quedado a la izquierda del giro demasiado liberal del peronismo con Menem. Imaginaba construir desde las propias entrañas del peronismo la alternativa y la continuidad, en dosis exactas. Hablaron Duhalde y Kirchner en ese acto cerrado, en el sur. Ambos coincidieron en lo esencial: hubo que estabilizar la economía, ahora llegaba una etapa… humana.
Días después, el 17 de octubre Duhalde llenaba la plaza de mayo, con toda su pompa bonaerense. Néstor y Cristina también estaban ahí. Alberto Pierri, Osvaldo Mércuri, José María Díaz Bancalari, etc., eran los nombres de los feos, sucios y malos que componían el escenario de movilización de las bases peronistas con que Duhalde quería asegurarse el peso de la nueva columna vertebral en su versión de la ortodoxia: municipal, territorial. 30 minutos de discurso donde dijo cosas: “Quiero decirles a nuestros opositores y quiero que escuchen bien: estoy orgulloso de haber acompañado a Menem para salvar la economía argentina. Y ahora vamos a salvar al hombre y a la familia argentina.” Y más: “En apenas 9 años construimos un sólido edificio, con poderosas columnas. Pero no lo hicimos para que una minoría quede adentro y la mayoría a la intemperie. Lo hicimos para que la Argentina sea un hogar que cobije a todos. Ahora a esta construcción tenemos que ponerle alma, justicia, amor y honestidad.” En la amplísima cobertura del diario Página 12 de aquel acto (fue tapa de domingo con las firmas de Miguel Bonasso, Mario Wainfeld, Felipe Yapur y Fernando Almirón) se recogieron declaraciones variopintas de todo el espectro peronista díscolo (el candidato menemista era Palito Ortega), y entre otras aparecen las declaraciones de Cristina Fernández elogiando a Duhalde por su mención a los desaparecidos y a las Madres de Plaza de Mayo. Sí. Duhalde también quería para sí, en ese instante, para el peronismo, recuperar una enorme cuota simbólica del pasado trágico. Y Duhalde tenía un problema: Menem lo odiaba.
Aquel día de “fiesta” nadie oía ese discurso. Nadie de esa base golpeada, sobreviviente, en cuyas facciones ya se hacían visibles también los efectos duros de la crisis. Eran los pobres y su representación duhaldista. Alberto Pierri había sido de los más convocantes, con su base matancera. El peronismo de Menem era un golpazo contra su sujeto histórico: los humildes. Años después, cuando esa historia quedó sepultada (la Alianza ganó, la Alianza se fue en helicóptero, Duhalde llegó con los votos de la política y no del pueblo, luego su antiguo aliado Kirchner resultó el elegido por default en la terna fallida de candidatos contra Menem) perdimos de vista esta historia entre Kirchner y Duhalde, pasó desapercibido este movimiento de piezas al interior del peronismo que intentaba -sin romper con el partido- producir un quiebre y un disenso. Y lo perdimos de vista más, porque Kirchner se cargó a Duhalde.
Pero esa historia de “hombres” no puede hacernos perder los trazos profundos. Quiero decir: Kirchner no se inventó en el 2003, aunque la amplia mayoría no tuviera noción de quién era. El origen kirchnerista se puede rastrear también en la política, en la política peronista de los años 90, en esos políticos vapuleados durante el desenlace de la crisis, en el interior del partido hegemónico. Las omisiones narrativas ubicaron sólo afuera de la política (en la clase media de la crisis, en el “campo popular”, en la izquierda social) las raíces del kirchnerismo. El kirchnerismo fue también un hijo de la política. Tiene una historia mestiza. Nada puede ser omitido en la reconstrucción de ese ADN dominante de estos años, como si el 25 de mayo de 2003 hubiera descendido de otro planeta. La clase política es la clase más dinámica de la argentina (con su espíritu inmoral y aventurero guiando “capitales” en un país sin burguesía). El kirchnerismo no llegó al gobierno el 21 de diciembre de 2001, el día después del helicóptero y las llamas. Hubo una transición omitida.
¿Por qué vale este recuerdo? De arranque: como espejo de otra transición circunstancialmente en paz, también articulada por el peronismo (este 2015 sólo puede ser comparable a 1999, como apuntó José Natanson). Y también, para mostrar que es relativamente falso ese rezo integrista de Macri que dice que de “desde 1989 gobiernan los mismos de siempre”. En un grado el peronismo funciona como un subsistema del sistema político que articula rupturas y continuidades y expone una caja de resonancias ideológicas. ¿Qué le dio el kirchnerismo al peronismo, entre otras cosas? Una estructura de sentimientos. Pero no le dio “mayorías”. Esa interdependencia entre kirchnerismo y peronismo, es lo que no quiebra esa relación tensa en un espacio donde conviven (y saben que lo harán siempre por un tiempo competitivo) un Urtubey con un Aníbal Fernández. Cualquier idea de que el peronismo es una máquina infalible de poder territorial, sin ideología y sólo guiado por la astucia maquiavélica es puro idealismo. A quien piense eso, se le tendría que bajar un camionero en el embotellamiento del tráfico y rayarle en el auto: “es más complejo”. La historia no es siempre la lucha abierta y descarnada entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer, sino, a veces, su copulación silenciosa.
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- 215/10/1518:22El peronismo destruyó la Argentina y la clase media MACRI presidente
- 115/10/1515:27Tan malo el articulo que muestra exactamente lo que quiere negar, el peronismo es siempre igual a si mismo, poder inescrupuloso, el resto es sanata para la gilada. El mejor interprete de Juan Peron, su mas puro exegeta fue Carlos Menem, y los Kirchner son de la misma escuela. El resto de la clase dirigente argentina no es mejor, es diferente pero no mejor.