Mendoza
El dilema entre minería y desarrollo sostenible
Por María Gabriela Lizana
Lo que estamos viendo en Mendoza, es el reflejo de un país que parece haber tomado una decisión. El camino corto, el atajo de la primarización

 Argentina hoy pareciera haber tomado un rumbo, aunque enfrenta una decisión estructural: ¿apostar por modelos extractivos o de comercialización de commodities que ofrecen ingresos inmediatos pero alta vulnerabilidad, o por un desarrollo sostenido basado en valor agregado, empleo genuino y cuidado del ambiente?

En Mendoza, mi provincia, estamos en el centro de esa discusión. Pero no nos engañemos: el dilema no es solo provincial, sino que refleja una tensión nacional entre dos formas de concebir el futuro productivo del país.

Mendoza en contexto nacional

En 2024, el Producto Bruto Geográfico (PBG) de Mendoza fue de 15.822 millones de dólares, representando el 3,5% del total nacional. El ingreso per cápita estimado fue de 7.800 dólares, y la economía provincial cayó un 1,6%, apenas por debajo de la contracción nacional (-1,8%).

Tres de los cinco motores económicos provinciales -la economía nacional, el mercado laboral y el sector público- mostraron signos contractivos. En este contexto, se renueva el impulso por la minería como solución rápida. A como dé lugar. (Interesante ver las detenciones de Mauricio Cornejo y Federico Soria, ambientalistas). Pero, ¿es ese el camino?

El espejismo del oro: San Juan como modelo

San Juan, con fuerte desarrollo minero, exhibe indicadores llamativos: un salario promedio en el sector privado registrado de $846.545, por encima de los $803.381 de Mendoza.

Sin embargo, es una provincia altamente dependiente del precio del oro, con fuerte presión sobre los recursos hídricos y escasa diversificación productiva. En Mendoza, el petróleo representa el 16,7% del PBG y la vitivinicultura el 10,9%.

No obstante, sectores como el agro (3,2%) o la construcción (2,6%) pierden peso, aun cuando podrían tener mayor efecto multiplicador en términos de empleo y desarrollo territorial.

A esto se suma una baja productividad laboral estructural, altos niveles de litigiosidad (52 juicios cada 1.000 trabajadores) y un dato alarmante: casi un tercio de la fuerza laboral no completó la educación secundaria.

Frente a esto, la apuesta por acelerar la minería sin resolver estos problemas de base resulta una receta limitada y riesgosa.

El modelo alternativo: agroindustria, innovación y valor agregado

Las provincias que apostaron a la diversificación, la innovación y el agregado de valor muestran mejores resultados. En Santa Fe, el salario promedio registrado es de $1.297.860 y en Córdoba de $1.046.545.

No por casualidad: ambas cuentan con infraestructura logística, inversión en formación técnica y cadenas de valor agroindustriales potentes.

Mendoza también tiene lo necesario: tierra, clima, sistema de riego, capital humano y una economía del vino y los alimentos con prestigio global. En 2024, por ejemplo, las exportaciones agroindustriales crecieron un 13% gracias a rubros como las papas industrializadas.

Aun así, los riesgos persisten: los altos costos en dólares, la apertura económica sin protección inteligente y la falta de crédito están haciendo lo suyo para revertir ese proceso. Increíble, ¿no?

Agua: un recurso clave en disputa

La minería metalífera demanda enormes volúmenes de agua, sobre todo en zonas áridas como Mendoza. En contraste, la agricultura bajo riego genera más empleo por litro usado, arraigo territorial y exportaciones con identidad.

¿Qué priorizamos? ¿Un modelo con alta concentración y bajo impacto distributivo o una economía con efecto multiplicador?

Mendoza, siguiendo el modelo propuesto por el gobierno nacional, parece haber tomado una decisión.

IMPSA: un caso testigo del desarme industrial

En paralelo, el país asiste a la pérdida de activos estratégicos. La reciente privatización de IMPSA -histórica metalúrgica mendocina, proveedora del reactor CAREM y exportadora de turbinas hidroeléctricas- fue concretada por apenas 27 millones de dólares.

La empresa pasó a manos de un fondo extranjero que asumió su deuda, mientras más de 700 trabajadores enfrentan despidos.

Así, Argentina se desprende de una empresa con capacidad tecnológica de punta mientras promueve modelos extractivos sin creación de conocimiento local. Una contradicción que debilita nuestra soberanía productiva.

Las economías regionales también resisten

El Alto Valle de Río Negro atraviesa la peor crisis en más de una década en la producción de peras y manzanas.

En San Juan, la vitivinicultura enfrenta caída de precios y dificultades para exportar, pese a una cosecha 46% mayor. En La Rioja, la olivicultura sobrevive sin acceso al crédito.

Todas estas actividades, como otras tantas más que podríamos mencionar, generan empleo y arraigo territorial, pero no reciben la atención que hoy se le da al extractivismo.

Es cierto también que hace años los sectores reclaman estar en el centro de la escena por lo que aportan, por lo que representan y lo que implican en el desarrollo del país.

Pero lo cierto es que ha habido políticas que las intentan promover, y otras que abiertamente generan las condiciones para que desaparezcan.

Propuestas para un desarrollo sostenible y federal

El IERAL propone reformas estructurales para Mendoza: mejorar la productividad laboral, revisar los sistemas de retenciones como SIRCREB, reducir la presión impositiva (IIBB duplica los niveles de los años 90) y modernizar el Estado.

Coincidimos, pero eso debe ir acompañado de una mirada de triple impacto en cada decisión sobre la matriz productiva.

Reafirmamos la necesidad de:

  • Invertir en infraestructura productiva (riego, conectividad, caminos rurales).

  • Formar capital humano técnico vinculado a las economías locales.

  • Facilitar crédito productivo y acceso a mercados.

  • Impulsar exportaciones con identidad cultural y valor agregado.

  • Exigir licencia social, controles ambientales y uso racional del agua en cualquier proyecto extractivo.

No se trata de oponerse por ideología, sino de definir un modelo de país.

¿Queremos seguir dependiendo de la extracción de recursos naturales o apostamos a la construcción de una economía del conocimiento, con arraigo territorial y justicia social?

Mendoza -como muchas otras regiones del país- puede liderar un nuevo modelo productivo basado en la inteligencia, la sostenibilidad y la identidad.

Pero para eso, hay que dejar de mirar solo el oro. Y empezar a mirar el futuro.

Lamentablemente, lo que estamos viendo en Mendoza es el reflejo de un país que parece haber tomado una decisión: el camino corto, el atajo de la primarización.

Pero quiero que pensemos una y otra vez: hay otro modelo de país al que podemos aspirar.

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