¿Puede que los Kirchner estén ganando algo, sino invisible al menos difícil de percibir, con su ofensiva contra los medios? La primera reacción de los analistas ha sido atribuir al deseo de venganza, la falta de flexibilidad táctica, o más simplemente la brutalidad los recientes pasos dados por el matrimonio en su batalla contra Clarín y, más en general, los medios independientes.
Ello explicaría que, pese a conocer de antemano los testimonios de los Graiver, insistieran en avanzar con su denuncia contra Papel Prensa de la mano de los impresentables Papaleo; y que se lanzaran contra Fibertel y Cablevisión pese a que era previsible que las empresas afectadas y sus clientes tendrían buenas chances de detenerlos en la Justicia; o que se decidan ahora a reglamentar la ley de medios, para colmo agravando sus peores rasgos de intervensionismo y discrecionalidad, en el preciso momento en que la Cámara Federal en lo Comercial anulaba la intervención a Papel Prensa. Todo esto les ha traído en pocos días conflictos con los empresarios, con la prensa internacional, con el Departamento de Estado, con la familia judicial, y la lista continúa.
La polarización
¿Para qué? Una primera explicación se funda en la ya habitual referencia a las ventajas de la polarización: obligando a los opositores a tomar partido a favor del gobierno o de “las corporaciones”, los divide (sobre todo en el sector de centroizquierda, el que más ansía cooptar), los fuerza a aparecer defendiendo un “interés particular”, para colmo, el de grandes empresarios de oscuro pasado y pocas credenciales democráticas, y de paso impone su agenda sobre los “cambios necesarios” que son resistidos por “la derecha”.
Convengamos, con todo, en que en este caso los costos en que incurre para lograr estos objetivos son mucho más altos que los que pagó en su batalla por el matrimonio igualitario, la estatización del sistema previsional, o incluso la apropiación de las reservas del Banco Central.
Más aún, en la medida en que se enajena a parte importante de los actores de la sociedad, y no logra tampoco aval para sus decisiones ni en el Congreso ni en la Justicia, el resultado se puede parecer, más que al logrado en esos casos, al de la 125. Como mucho, podría aspirar a un prolongado empantanamiento de la pelea, con la superposición y choque entre disposiciones administrativas y decretos, contra amparos y fallos judiciales, acompañados de iniciativas legislativas a favor y en contra que también se neutralizarían unas a otras.
Todo ello puede parecer bastante poco alentador. Pero tal vez que lo sea es parte de otra explicación posible de la ofensiva gubernamental. Una según la cual lo esencial para el gobierno no es tanto fomentar la polarización, como la confusión.
Fomentar la confusión
Al atacar abiertamente a los medios independientes, y en particular a los dos grandes diarios que en buena medida definen con sus tapas y producción periodística los parámetros de lo que se discute en la escena pública, es decir, lo que son “hechos relevantes” de cada día, está no sólo forzando a los partidos opositores a “actuar como voceros de la dictadura mediática”, sino arrojando a esos diarios en brazos de esos partidos, es decir, los obliga a “tomar partido” abiertamente.
Se podría creer que, al hacerlo, “desnuda” la postura opositora que ya desde antes determinaba toda la información brindada por esa prensa. Y logra entonces dos objetivos simultáneos: se arrastra al lodo de la desconfianza, en que ya estaba sumergido el gobierno (y del que asume no tiene forma de salir) a todas las demás voces públicas (afirmaciones según las cuales “no se puede creer en nadie”, “no hay información confiable, sólo relatos interesados, y hay que elegir el que más nos guste o convenga”, etc. se vuelven plausibles), y se difuminan los hechos en discusión, porque en la densa polvareda que nos envuelve todo es confuso y opaco, los objetos pierden consistencia, y se puede creer que son lo que no son.
En este sentido, la ofensiva oficial nos revela hasta qué punto el “caso” del Indec ha dejado de ser un episodio desafortunado, para convertirse en el modelo paradigmático con que el kirchnerismo desea de aquí en más manejar el poder.
Un discurso encendido de combate a los “enemigos del pueblo” y una patota bien entrenada para hacer desaparecer las evidencias sobre hechos que puedan desmentir las pretensiones oficiales son dos componentes que, lejos de contradecirse, se amalgaman pues se necesitan mutuamente. Osvaldo Papaleo y Hebe de Bonafini marchan de la mano, ya plenamente reconciliados, para reeditar esos viejos y gloriosos tiempos en que “el pueblo” tenía bien en claro quiénes eran sus enemigos, y los combatía sin piedad. ¿Alguien puede razonablemente esperar que semejante entente se detenga por la simple interferencia de un escrito judicial? Sólo un reflejo hasta aquí dormido de espíritu republicano en los peronistas, que han ayudado a crear semejante monstruo y todavía en gran medida lo acompañan, y en el electorado podrá hacerlo.
Columna publicada en el blog
El agente de Cipol.