Lula no tiene apoyo del Congreso ni recursos para diseñar polÃticas creativas de inclusión como en 2003. La novedad de este tercer ciclo es la erosión de su poder. |
Lula es un presidente sin poder. Gobierna con poco dinero y sin apoyo del Congreso. El tercer Lula fue elegido por escaso margen, es visto como el enemigo por parte del establishment militar y en el Congreso, vital para que el Ejecutivo gobierne, su base leal de izquierda cuenta sólo con el 20% de los diputados. Además, Lula no tiene dinero suficiente para realizar las obras y proyectos que desea ni fuerza polÃtica siquiera para despedir al presidente del Banco Central.
Esta semana, el gobierno cumplió la efeméride de los primeros 100 dÃas. En sus méritos, tuvo que lidiar rápidamente con profundas crisis resultantes de la omisión del gobierno anterior, la más grave de las cuales fue la hambruna y la malaria entre los yanomami en la selva amazónica, donde hay una gran cantidad de pruebas en actos administrativos y discursos de que la lÃnea del gobierno de Bolsonaro era dejar morir a los indÃgenas.
En gestión pública, reinauguró proyectos de administraciones pasadas del Partido de los Trabajadores como Bolsa Familia, "Minha Casa Minha Vida" de vivienda y "Mais Médicos", que lleva a profesionales de la Salud a rincones pobres y desasistidos de este enorme, pobre y desigual territorio brasileño.
Lula y el heredero de Bolsonaro
En economÃa, busca repetir la fórmula de la década pasada: Petrobras dará subsidios a la gasolina y al diesel y el banco de desarrollo BNDES será un brazo de la diplomacia en Sudamérica. Además, Lula se enzarzó en una pelea pública con el presidente del Banco Central (BC), Roberto Campos Neto, por los altos tipos de interés.
El primer Lula criticó las elevadas tasas de interés del BC en cada oportunidad que tuvo entre 2003 y 2010. En 2008 estuvo a punto de destituir al entonces banquero central, Henrique Meirelles, pero cambió de opinión después de que la calificadora de riesgos Fitch Ratings elevara a Brasil al grado de inversión. Lo nuevo no es que Lula critique las altas tasas de interés y al Banco Central, sino que no tenga poder para despedir al funcionario.
Según la Ley de AutonomÃa del Banco Central, aprobada en el gobierno de Bolsonaro, el titular de la entidad financiera sólo puede ser destituido por el Presidente de la República con el apoyo de la mayorÃa de los Senadores. Con una mayorÃa conservadora y tan solo un 20 por ciento de leales, eso no es posible. Por eso, la novedad es la falta de poder real de Lula.
Los primeros 100 dÃas de gobierno son una fecha recordada por la burbuja hiperpolitizada de analistas, periodistas y funcionarios. Para el ciudadano que se pasa la vida de casa al trabajo en un transporte público deficiente, el dÃa 100 de un nuevo gobierno es un dÃa como cualquier otro.
Lo que le importa a este ciudadano son cosas prácticas como el sueldo, el trabajo, su seguridad y la de su familia, el colegio de los niños y la posibilidad de ser atendido por un médico en el hospital. Si le sobra dinero, ir al cine, al estadio a ver jugar a su equipo, hacer un donativo a la iglesia, hacer un asado, un viaje de fin de semana, planear un ahorro para renovar la casa, pagar la universidad de los hijos... Cosas "pequeñas" que la burbuja hiperpolitizada tiende a olvidar.
El ciudadano de a pie se enfrenta a la polÃtica cuando la polÃtica falla y esto repercute en su vida privada. Cuando suben los precios, no hay empleos de calidad, hay colas de meses para ser atendido en un hospital, hay huelga de profesores en el colegio de sus hijos, son robados en la parada del autobús y pierde el móvil. Cuando la polÃtica no es capaz de ofrecer soluciones a problemas como estos, el terreno es fértil para los demagogos que prometen cambiarlo todo y dicen que para ello es necesario el autoritarismo. En la burbuja hiperpolitizada llamamos a estos demagogos "antisistema".
Ahora bien... para que la polÃtica consiga mejorar la vida de la gente corriente, el gobierno debe tener la capacidad de efectuar cambios. Eso significa identificar correctamente los problemas y movilizar los recursos necesarios.
El problema con el tercer Lula es que hoy no parece haber capacidad del gobierno federal para hacer el diagnóstico sobre si las acciones y programas realizados entre 2003 y 2016 -en los gobiernos Lula y Dilma Rousseff- sigan teniendo sentido en 2023. Las circunstancias han cambiado y la novedad es la erosión del poder presidencial.
El Congreso de 2023 tiene mucha más autonomÃa que el parlamento con el que tuvo que lidiar el primer Lula en 2003, porque una serie de reformas en las leyes han permitido a diputados y senadores tener mayor poder sobre el presupuesto, siendo asà menos dependientes del reparto de dinero por parte del Presidente de la República.
A esto se suma el entorno cultural: la izquierda no cuenta con grandes medios de comunicación y sigue perdiendo frente a la extrema derecha en las redes sociales.
En resumen: el escenario para el tercer Lula es de erosión de la autoridad presidencial, con poco dinero en caja y falta de nuevos diagnósticos. El riesgo es que, si Lula no cumple las promesas de una vida mejor para los ciudadanos de a pie, éstos recurran a la opción del demagogo que promete cambiarlo todo con autoritarismo. Si sale mal, el bolsonarismo está bien posicionado para volver en 2026
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