Opinión
Ucrania: una mirada desde el realismo periférico
Por Lisandro Sabanés y Alfredo Lopez Rita
El realismo periférico es una teoría de las relaciones internacionales autóctona, un enfoque propio "desde el sur", del que se pueden interpretar los actuales conflictos globales desde una inusitada perspectiva.

Hace unos años, Marco Aurelio García, profesor de Historia de la Universidad de Campinas y otrora Asesor Especial en temas de política exterior de los dos primeros gobiernos de Lula Da Silva, visitó la sala de conferencias del IDES en la calle Araoz de la ciudad de Buenos Aires, y en su exposición dejó un concepto al auditorio: "sin soberanía popular no puede haber soberanía nacional". 

Esta mirada, sobre todo en la primera década y media del presente siglo, representó una cuña en la idea marxista preponderante en las organizaciones populares latinoamericanas (cuya excepción en la segunda mitad del siglo XX fue el movimiento justicialista en Argentina) de que el Estado representa el instrumento de dominación de la clase burguesa, propietaria de los medios de producción, y que luego de consolidada materialmente la forma de dominación capitalista fue la propia burguesía la que con el instrumento estatal (luego también cultural) montó la superestructura que diera legitimidad legal a la dominación sobre el proletariado. 

En esos años de gobiernos populares en la región -"marea rosa" los llamaron algunos-, por el contrario, comenzó a gravitar la idea de que era posible por medio del Estado la emancipación nacional. Se invirtió la idea de la organización estatal como instrumento de dominación de los grupos de poder por aquella del Estado como instrumento popular de la emancipación nacional. Algunos destacados intelectuales, inclusive, llegaron a proponer una denominación y lo llamaron "Estado libertario".

Aunque pueda parecer sorprendente, existen algunos puntos de encuentro entre esta idea con algunas nociones que se encontraban incorporadas en lo que a la política exterior se refiere en "El realismo periférico" de Carlos Escudé (1992), obra que inspiró en Guido Di Tella la política exterior de la década de los 90 en nuestro país. Escudé nunca perdonaría al canciller de Menem la expresión de "relaciones carnales" que utilizó para referirse al tema, ya que consideraba que con esa originalidad de mal gusto toda su compleja, innovadora y muy bien fundada teorización de política exterior no escaparía al ridículo, perdurando como banal.

Allí se ponen en crisis muchas corrientes de pensamiento predominante, como el realismo, el liberalismo y el constructivismo procedentes de los centros de producción académicos del mundo anglosajón y que en estas latitudes se pretenden reproducir sin más. Escudé propone una contrateoría de industria nacional que denominará Realismo periférico.

Son muchas las opciones que se presentan como posibles al momento de proyectar la política exterior de un país; pero esto dependerá, fundamentalmente, además de la habilidad y el profesionalismo de los agentes de esa política, de la identificación del sujeto de la misma. Esto es, quién es el beneficiario último de la política de relaciones internacionales de una unidad autónoma de poder.

Es entonces que hay algo en la idea de Marco Aurelio García que se vuelve compleja, ya que cabe preguntarse quién representa esa soberanía popular luego nacional. Las elites políticas pueden perseguir distintos objetivos. Por ejemplo, poder respecto a otros Estados en sentido clásico: poder militar, incrementar la seguridad, producir hegemonía.

 O para un beneficio ulterior, que puede ser el de proyectar ese mismo poder pero hacia adentro, como poder interno, fortaleciendo la posición de la élite toda respecto de la ciudadanía o de una facción de esta misma élite sobre otra u otras. Los Estados también pueden aspirar a mayor riqueza como medio para un mayor poder estatal y, eventualmente, convertirlo en poder político y militar. 

O bien, esa misma riqueza puede buscarse para servir a intereses privados dominantes o para generar mayor bienestar ciudadano. Esa élite puede pretender proyectar la propia ideología o la propia religión. Desarrollar cada uno de los casos no procede aquí, pero se trata de un entretenido ejercicio intelectual no muy difícil de realizar para los interesados en estos menesteres.

A esto hay que agregarle otra variable (solo para tener en cuenta), que tiene que ver con los grados de libertad individual y de la opinión pública. Algunos gobiernos tienden a ser menos sensibles a sus poblaciones y menos vulnerables a la opinión pública debido a las características del régimen político del que se trate y de la propia estructura social. 

Lo que para las democracias occidentales (con muchos matices, por cierto) es una fortaleza intrínseca del propio sistema republicano de gobierno, y más aún, es uno de los "valores" que no se está dispuesto a ceder, las grandes potencias emergentes del mundo en desarrollo no deben lidiar con ello. Sobre todo porque, a diferencia de Occidente, no es un valor, como sí lo pueden ser la religión y las tradiciones que en Occidentes parecieran cada vez más irrelevantes.

A partir de aquí puede vislumbrarse mejor los distintos sujetos de la política exterior, que pueden ser el "interés nacional" (el interés de largo plazo de las ciudadanía, es decir de los habitantes, los hombres y mujeres del país); el "interés del Estado" (estos es, el interés de largo plazo del conjunto de instituciones que lo conforman); los "intereses del gobierno"; los "intereses del estadista" (para Zelenski que Donald Trump no gane las elecciones, para Milei, que las gane).

Uno de los peores errores que los líderes pueden cometer es atribuirle al Estado y la política exterior atributos "antropomórficos", conductas humanas, como el creer que estos son "buenos" o "malos", que aspiran a la "gloria", que tienen "orgullo" o son "débiles" o "fuertes", que tienen "honor" o son "humillados". 

¿Corea del Norte es un Estado fuerte o es fuerte porque tiene armas nucleares? ¿Quién es el fuerte, el Estado norcoreano, el partido del Trabajo que gobierna Corea del Norte desde 1953 o las autoridades del partido dirigidas por la familia Kim? ¿Cómo impacta la "fortaleza", el "orgullo" y la "gloria" de Corea del Norte en el índice de desarrollo humano de la ciudadanía norcoreana?

Estas preguntas, naturalmente, le caben a todas las unidades jurídicas del derecho internacional (los países) y sirven para identificar los sujetos de las relaciones internacionales y los asuntos globales.

En el mes de marzo, el Papa Francisco sostuvo en una entrevista para la TV suiza que las autoridades ucranianas debían "tener el coraje de izar la bandera blanca y negociar" con Rusia el fin de la guerra. Los medios internacionales afirmaron que los dichos del Santo Padre causaron "la ¨indignación¨ de Ucrania". 

El propio presidente Volodimir Zelenski, autoridades de los gobiernos europeos aliados y de la Unión Europa, así como el Canciller Olaf Scholz y su Ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, del inefable Partido Verde, se mostraron inflexibles ante los dichos del Papa. Unos meses después, a principios de noviembre, el grupo parlamentario del gobierno alemán se ha roto, sobre todo por el tratamiento que el oficialismo entiende debe imprimírsele a la economía, para lo que se ha destinado miles de millones de euros a apoyar a Ucrania, descuidando el frente interno. 

La renuncia del Ministro de Finanzas del partido Demócrata Liberal, en desacuerdo con el Canciller, dejó sin mayoría parlamentaria a ahora la alianza Socialdemócrata y Verde, por lo que cual se deberá convocar a elecciones en lo inmediato.

Las palabras de Francisco resultan disonantes en un continente que, producto de la guerra, tiene más de 6 millones de ucranianos desplazados forzosamente (Alemania, Polonia y Republica Checa cuentan con los mayores volúmenes), y más de 3,7 millones de desplazados internos. Además, el ACNUR estima que 13 millones de ucranianos se encuentran varados en distintas zonas de su país con voluntad de escapar y no pueden hacerlo. Esto hace un total de casi 23 millones de personas de una población total de 36,7.

La elite ucraniana, que en 2019 encontró en un popular actor, productor televisivo y bailarín de 41 años, que a lo largo de cuatro temporadas había interpretado en la serie "El servidor del pueblo" a un joven profesor de historia secundaria que llega a presidente de Ucrania viralizando videos con consignas anticasta, tres años después, con la "Operación militar especial" u "Operación a gran escala" -depende del emisor-, veía cómo se perdía una quinta parte del territorio nacional que se sabe irrecuperable, el 18% de la superficie, además de los datos citados más arriba, entre otros.

Es en este estado de cosas que las palabras del Papa resuenan e "indignan" por igual. Lamentablemente, se trata de un fenómeno de larga duración, de raíces históricas y geográficas inconmovibles, sobre el cual jamás hubieran sido suficientes los esfuerzos de todas las partes por mantenerlo encapsulado. A veces, en política internacional, todas las energías deben orientarse a mantener el dentífrico dentro del pomo, porque una vez que sale no se lo puede volver a meter.

El coctel de contratistas militares privados que se camuflan en la "Legión Internacional de Defensa Ucraniana" para ampararse en las garantías de la Convención de Ginebra (siendo el caso de organizaciones como Academi /ex Blackwater o Grupo Mozart), algo similar a lo que ocurre con la presencia de organizaciones vinculadas a Rusia en las regiones ocupadas del Donbás, que Kiev se niega a considerar como perdidas (Grupo Wagner, Patriot, Task Force Rusich), son sólo algunos de los numerosos actores estatales, no estatales y supranacionales involucrados en este drama cuyo punto geográfico es, en principio y por ahora, Ucrania. Que el conflicto armado puede tener un desenlace posible con el cambio de administración estadounidense no quiere decir que esté próximo a terminar. Se trata de una historia que recién empieza.

En efecto, la victoria de Donald Trump, quien a lo largo de la campaña ha sostenido que acabaría con esa guerra de inmediato, trae del pasado los mayores temores del actual sujeto de la política exterior ucraniana. El acuerdo entre Roosevelt y Stalin sobre Polonia en la Conferencia de Yalta. 

El abierto desacuerdo de un gigante de la historia contemporánea como Winston Churchill (la historia ocurre primero como tragedia y se repite luego como farsa) casi ochenta años después y con tanta agua habiendo pasado bajo el puente, es hoy una simple anécdota.

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