Opinión
Se viene la tercera (y no es la copa)
Por Lisandro Sabanés y Alfredo Lopez Rita
¿Cómo se prepara Argentina para una eventual tercera guerra mundial que podría corporizarse con la expansión de los actuales conflictos armados en Gaza y Ucrania?

En su ya célebre discurso de apertura de la Cátedra de Defensa Nacional en la Universidad Nacional de La Plata el 10 de junio de 1944, el entonces Coronel Juan Perón desarrolló el concepto de "la guerra como hecho social inevitable" y cómo, ante esa certeza, debía inevitablemente prepararse la Argentina para una próxima confrontación a nivel global (la Segunda Guerra ya entraba en su tramo final) respecto a la cuál Perón sólo se equivocó en la fecha en que se daría.

Efectivamente, Perón, como muchos otros en su época, creyó que la tensión entre Estados Unidos y la hoy extinta Unión Soviética llevaría en poco tiempo a que hubiera una nueva guerra mundial. La historia es conocida, los conflictos efectivamente se sucedieron, pero a través de terceros beligerantes, y nunca de manera directa. La llamada "Guerra Fría".

Sin embargo, como bien anticipó en septiembre de 2014, y ratificó hace poco nuevamente el Papa Francisco (quien es informado por una de las más prestigiosas diplomacias del mundo, la vaticana), la Tercera Guerra Mundial ya está entre nosotros, aunque se desarrolla "en partes". Dato ilustrativo: el actual 2024 es el año con mayor cantidad de conflictos armados desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

Los focos de conflictos más visibles (producto de una permanente y premeditada sobreexposición mediática) son los que se desarrollan en Gaza y en Ucrania. Pero están lejos de ser los únicos y, por el contrario, está en el menú de opciones del futuro inmediato que apelar a las armas sea nuevamente una herramienta más válida para resolver diferencias entre distintos países que los mencanismos previstos en el derecho internacional.

 En efecto, el papel de la ONU hoy consiste en sostener una prédica moral y pacificista, desplegar los mecanismos de ayuda humanitaria y, en menor medida, facilitar las instancias de negociación entre las partes en tensión que (otro dato) suelen asignarse a potencias emergentes de segundo orden, como puede ser el caso de Qatar o Turquía, sólo por citar dos ejemplos.

No solo eso, las guerras mencionadas que se están dando en Medio Oriente y Europa, son proxys con probabilidades de expandirse. En la Unión Europea, la histórica alianza de conservadores, liberales, socialdemócratas y verdes que lidera al bloque desde su nacimiento en 1957, volvió a ratificar su condición mayoritaria al promover la reelección de la conservadora alemana Úrsula Von der Leyen como titular de la Comisión Europea, su principal órgano de gobierno.

Esa alianza política es la que sostiene la ayuda militar a Ucrania, y algunos de sus líderes, como el Presidente de Francia Emmanuel Macron, quieren ir por más y proponen enviar tropas y armas de largo alcance al territorio en disputa. Por su parte, su par ruso Vladimir Putin ya ha advertido a sus pares europeos que tiene misiles apuntando a las principales capitales del continente y ha recordado que está roto el acuerdo con Estados Unidos que limitaba la expansión de armas terrestres de alcance medio, que databa de 1987, en una época de creciente debilidad de la extinta Unión Soviética en la que sería su derrota final casi un lustro después. Un escenario que no se corresponde con la realidad actual.

Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, la disputa entre demócratas y republicanos ha cobrado nuevos bríos. Su papel en el debate presidencial y el atentado fallido del que fue victima parecían haber depositado a Donald Trump - quien ha mencionado en actos de campaña la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial - a las puertas de la Casa Blanca. Pero la renuncia de Joe Biden a la reelección, la veloz resolución del Partido Democrata al ungir como su reemplazante a la actual Vicepresidente Kamala Harris, a lo que se suma la que pareciera haber sido una acertada decisión de seleccionar como compañero de fórmula al carismático gobernador de Minesotta, Tim Walz, parecieran al menos haber frenado ese impulso arrollador.

A efectos prácticos, la hipotética victoria de Harris podría ser un estímulo a la expansión de la guerra en Ucrania. Al igual que Biden y que los líderes de la UE, la actual VP es partidaria de que Ucrania ingrese a la OTAN. Un tal acontecimiento implicaría una escalada de imprevisibles consecuencias entre otras cosas porque fué la presunción de que eso mismo iba a ocurrir lo que llevó (al menos oficialmente) a Rusia a invadir a su vecino del otro lado de la frontera.

Este escenario dantesco, es peor aun en el Medio Oriente, aunque con dos agravantes. El primero, es que ese conflicto inicialmente previsto para Gaza ya se expandió. Además de las operaciones en la Franja, Israel está confrontando con sus vecinos de El Líbano y Siria, a los que se debe añadir la inminente respuesta que se espera de Irán tras la muerte que Israel dio a Ismail Haniye, jefe de Hamas que se encontraba en Teheran para la asunción del nuevo gobierno "reformista" de Masoud Pezeshkian, que no por ello se privó de una drástica respuesta retórica, en principio, contra Tel Aviv, al que acusó de "régimen sionista y criminal".

En segundo lugar, a diferencia de lo que sucede en Ucrania, salvo las formaciones de izquierda, el resto de los espacios políticos europeos, aunque con matices, están en una posición más cercana a Israel; y en Estados Unidos, aunque Trump ha dado algunas señales de "disidencia", como la de publicar la carta que le envió el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbás, en líneas generales, republicanos y demócratas tienen un fuerte e histórico compromiso con el Estado de Israel, cualquiera sea la variación que presenten las multiples posibilidades que a menudo ofrece el teatro de operaciones del Oriente Medio.

Ahora bien, frente a un escenario altamente probable de expansión de los conflictos y de Tercera Guerra Mundial, ya no en sucesivas fases sino desplegada en gran parte del Hemisferio Norte, ¿como se prepara la Argentina?

Naturalmente, descartada la existencia de un Consejo Nacional de Posguerra como el que creo el entonces Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación Perón en agosto de 1944, precisamente para preparar a la Argentina de cara al nuevo orden mundial que veía desplegarse una vez finalizada la guerra. Pero de un simil Consejo de Seguridad Nacional estadounidense o un Consejo de Estado francés, mismo un Departamento del Asesor Especial de Política Exterior como tiene Brasil. 

¿Hay alguien en el gobierno argentino del Presidente Javier Milei pensando qué puede pasar con nuestro país si la guerra se desata más temprano que tarde? La respuesta es no, entre otras cosas porque el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas no tiene entre las prioridades del ejercicio de la Jefatura del Estado los asuntos estratégicos de interés nacional permanente. Y como, en alguna medida, el actual estado de cosas en el que se encuentra inmersa la República Argentina debe ser forzosamente excepcional, es lícito, como hacemos en estas líneas, que el ejercicio de reflexión y esclarecimiento intelectual de lugar a la presentación de efectividades conducentes. En ese sentido es que aquí van algunas ideas, en la inteligencia de que, pareciera, surge en nuestro país la oportunidad de pensarlo todo nuevamente:

La tesis en torno a la conveniencia de la neutralidad argentina en las guerras del siglo XX está lejos de ser un tema resuelto. El argumento de los neutralistas y multilateralistas, se sustenta, fundamentalmente, en que esa posición permitía venderle los productos de nuestro agro a todos los actores beligerantes. Se sumaría ahora la posibilidad de exportar energía sobre todo a una demandante Europa. 

El resto de los mercados están en Asia, Africa y la región Latinoamericana. Argentina debería entonces hacer equilibrio entre ser una unidad de poder confiable para los intereses occidentales (que es el lugar adonde pertenece) al tiempo que preserve los intereses de sus mercados que deben incrementarse y que, por cierto, no están en Occidente. 

Por lo tanto, en esta ocasión, la posición de neutralidad no debe basarse en la tradición de la histórica postura argentina o en lo que sería la preservación de mercados, entre otras razones, porque esa postura inicial corresponde a un mundo en el que tenía muchos menos países y en los que esos países, que hoy son actores llamados a tener un rol fundamental en el siglo XXI, entonces eran colonias dependientes de los países beligerantes. Es decir, es como si quisieramos jugar la próxima Copa Libertadores usando el calzado que usó Diego Maradona en Argentinos Juniors.

En la misma línea hay que contemplar que en un escenario de guerra mundial, las reservas energéticas y alimenticias que posee nuestro país, multiplicarían su valor. En ese sentido, más allá de la sanción del RIGI y del llamado "Pacto de Mayo" (que no fue Pacto ni fue en mayo), en un contexto de desprestigio de la política y de la dirigencia política tal vez mayor que la de 2001, es imprescindible que los líderes dejen los enconos de lado y fomenten un acuerdo entre la mayor cantidad de fuerzas políticas posibles para darle solidez institucional a un marco legal que fomente la inversión en la explotación de nuestros recursos naturales.

 Estos diálogos, en el contexto de un gobierno que pareciera que une a diversos espacios no por amor sino por espanto, comienzan a darse y nunca pueden ser el corolario de un Pacto de Mayo, sino que este último normalmente debería ser corolario de lo primero.

Sin este acuerdo, ¿quién invertiría en un país donde las leyes salen ya judicializadas del Congreso, donde la Corte Suprema está enfrentada con el Gobierno, donde la Vicepresidente está enfrentada con el Presidente, donde la principal oposición amenaza con dar de baja todos los contratos si volviera al poder y donde el gobierno solo tiene un puñado de legisladores que le responden?

A lo largo de su historia Argentina no ha podido desarrollar una ocupación armoniosa de su extenso territorio nacional, la octava superficie del mundo o la septima, si se computa toda la plataforma submarina y el territorio antartico. Recientemente el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados contabilizó más de 117,3 millones de personas en el 2023 obligado a desplazarse forzosamente por el impacto de la violencia, los conflictos armados, las guerras, el cambio climático y la violencia generalizada, entre otros impulsores.

 Este número no ha hecho más que crecer desde 2014, cuando llegaba a los 60 millones, un número ya por entonces muy elevado. El universo de desplazados forzados deja de lado a los migrantes ordinarios, que van hacia otro país en busca de trabajo, a estudiar, a reunificarse con su familia. 

La guerra en Siria, la situación en Afganistán, la migración venezolana y centroamericana con destino a Estados Unidos, la guerra en Ucrania y la incursión israelí en Gaza son algunos de los hechos que movilizan millones de personas que, tal vez, ya no vuelvan a sus hogares. Mientras que en Argentina estos temas apenas llaman la atención de algunos curiosos, en lo que no hace sino reforzar esa mirada muy insular, conflictiva, que tiene el Estado y la sociedad con relación a lo internacional, en Europa la sensación de una guerra mucho mayor está a la vuelta de la esquina.

Hace un año nomás leíamos cómo muchos rusos venían a la Argentina por las numerosas oportunidades que, a pesar de lo que a menudo se pretende creer, tiene nuestro país. Los organismos especializados en materia de movilidad humana comienzan a promover países fuera de escenarios de conflicto que por tener una generosa tradición de brazos abiertos con la migración puedan resultar una plaza importante para brinda protección. 

Hombres y mujeres jóvenes, familias enteras, de Europa, de Asia, de América Latina y Oriente Medio puede representar el vector de una migración nueva, dinámica, altamente capacitadas, con talento humano, emprendedora y para la cual el sistema migratorio argentino no está en condiciones no sólo de gestionar sino de promocionar y distribuir con sentido federal. El ordenamiento migratorio y de ciudadanía responden a un mundo que ya no existe, en particular este último, que en otros países es una institución fundamental y que en el nuestro lo regula una ley de 1869, o sea, una ley dictada en el gobierno fundante de Domingo Sarmiento.

Antes de su presidencia en 1857, da en Chivilcoy, un discurso adelantando algunas ideas de lo que él describió que sería, en caso de llegar a la presidencia de la Nación, su programa de gobierno, dijo el entonces senador: "...les digo pues, a todos los pueblos de la República, que Chivilcoy es el programa de gobierno del presidente Domingo Faustino Sarmiento. Decidles a mis amigos, que no se han engañado al elegirme presidente de la República, porque les prometo hacer cien Chivilcoys en los seis años de mi gobierno, con tierra para cada padre de familia, con escuelas para sus hijos. 

He aquí mi programa, y si el éxito corona mis esfuerzos, Chivilcoy tendrá su parte en ello, por haber sido el pionero, que ensayó con mejor espíritu la nueva Ley de Tierras, y ha estado demostrando que la Pampa no está condenada, como se pretende, a dar exclusivamente pasto a los animales, sino que, en pocos años, aquí, como en todo el territorio argentino, ha de ser luego asiento de pueblos libres, trabajadores y felices".

Hoy tenemos por delante el desarrollo de cien Añelos como los de la provincia de Neuquen o de cien Punta Colorada si finalmente se concreta la inversión de Petronas en Rio Negro. Ya vemos lo que implica la sobre población y la informalidad urbana en las areas metropolitanas de nuestras grandes ciudades, su creciente favelización, el impacto que tiene no sólo en la geografía humana sino en la ruptura del tejido social, una creciente zoologización demográfica con un subproducto cultural alarmante.

La planificación en materia población no sólo garantiza el desarrollo humano sino también, y, sobre todo, la protección del territorio nacional, al reducir los vacíos geográficos. Las oportunidades que se abren en materia de explotación de recursos naturales como nunca antes en nuestro país posibilitan la diagramación de planes que sólo en la época del peronismo clásico fueron abordados seriamente. El Norte Grande, la potencialidad cordillerana cuyana en materia minera e hidrocarburífera expanden el "campo de juego" de un país que parece extendido desde las zonas portuarias hasta sus conurbanos.

Complementariamente, pero no menos importante, debe discutirse se resulta procedente avazar en esquemas mixtos estatal-privado para resolver el desafío histórico que tiene nuestro país con respecto a la flota mercante. 

En el contexto global del que estamos haciendo proyecciones, logicamente, traerá aparejado un tráfico marítimo mucho más peligroso. Una muestra de ellos es lo que se ve en el estrecho de Bab Al Mandeb, que comunica al Mar Rojo con el Golfo de Aden, donde las guerrillas yemeníes atacan los barcos comerciales. Los costos de los fletes internacional se van a encarecer por la peligrosidad de las rutas y el riesgo de la pérdida de cargas. 

La potencialidad argentina de la que ya hemos hablado en otras columnas respecto de sus ventajas geográficas en materia de seguridad y de pivot global, choca con una constante histórica que no es resoluble por el hecho de la geografía no cambia, que hace que los costos del flete siempre sean caros por la distancia que tiene nuestro país con los mercados más dinámicos del mundo. Los del hemisferio Norte durante los siglos xix y xx o los del Asia hoy. Basta detenrse a mirar un mapa para identificar este aspecto. Dificil entender la política y lo internacional sin un mapa a mano.

Se comprenderá, entonces, la relevancia que adquiere, una vez más, la discusión en torno a la infraestructura física de nuestro país, líneas férreas, transporte de pasajeros, puertos.

Por último, se impone la jerarquización de dos instituciones fundamentales y a los que la política y la opinión pública miran de reojo: estas son: las Fuerzas Armadas y la diplomacia. Si, como insinuabamos al principio, es importante explorar una posición no beligerante de la Argentina en un tal contexto, es indudable que la fortaleza para no verse arrastrado por las presiones internacionales (y sobre todo domésticas), para garantizar la paz en lo que debiera ser la recuperación de su zona de influencia, es indispensable tener poder disuasorio frente a quienes tengan intereses en sentido contrario.

"Si vis pacem, para bellum" (Si realmente quieres la paz, prepárate para la guerra) dijo en el siglo IV el romano Vegecio, asesor del emperador en temas militares, y la máxima sigue vigente porque, además de nuestro propio conflicto con el Reino Unido por la cuestión Malvinas, dependiendo del devenir del caso Venezuela, nuestra región, que épocas contemporáneas ha sido relativamente esquiva a los conflictos armados, puede tomar otro rumbo.

En la misma línea, el Servicio Exterior de la Nación, referenciado en las mejores tradiciones diplomáticas argentinas que nos llevaron entre otros logros a tener un canciller con un Nobel de la Paz, una jurisprudencia que veta el uso de las armas para cobrar deuda y un acuerdo de paz en la frontera más extensa del mundo, debe ser fortalecido, respetado renovado y re profesionalizado. 

Como quedó en evidencia justamente en lo que sucede en Venezuela, Itamaraty, que es sin duda una de las cancillerías más prestigiosas del mundo (que en su hora hasta llegó a tensionar con Jair Bolsonaro para que no comprometiera la política exterior de Brasil), cumple su rol de interlocutor confiable tanto para el gobierno de Nicolás Maduro como para el de Estados Unidos, en tanto potencia regional y, en ese rol, queda oficialmente como representante de los intereses argentinos ante el gobierno bolivariano y en términos geopolíticos como líder indiscutible en el subcontinente, lugar que alguna vez ocupó nuestro país y que podría volver a ocupar con la planificación adecuada. El talento está y las puertas de esas oportunidades ante el actual desorden mundial no deben ser (como muchas veces a lo largo de nuestra historia nacional lo fueron) desaprovechadas.

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