Argentina en el mundo
Hay algo ahí
Por Lisandro Sabanés y Alfredo Lopez Rita
En un mundo cada vez más globalizado e interconectado, las capacidades deportivas, culturales y científico-tecnológicas no solo son sinónimo de progreso económico, sino también de credibilidad y autoridad moral en materia de política internacional. La medalla que el Presidente Biden le otorgó a Messi es un ejemplo del camino a seguir.

En un mundo interconectado y globalizado, los países que logran proyectar su influencia más allá del poder económico o militar están utilizando las herramientas de soft power y la smart diplomacy de forma cada vez más estratégica. Argentina, con su impresionante legado de "intangibles culturales", se encuentra en una excelente posición para redefinir su rol en la diplomacia global. A través de sus activos en deportes, literatura, música, cine, ciencias, tecnología y cooperación humanitaria (podemos agregar unicornios y ¿freestylers?), debe construir una estrategia de política exterior que además de impulsar su imagen como líder mundial en distintas áreas implique mensurables beneficios económicos.

En efecto, mucho más allá de Maradona y Messi, Argentina ha sido históricamente una potencia deportiva en disciplinas que trascienden el deporte de masas más espectacular del mundo, y esto representa una verdadera oportunidad para la diplomacia deportiva y cultural. Desde Juan Manuel Fangio en el automovilismo (el propio Perón hizo mucho para mantener al oriundo de Balcarce corriendo en Europa con su Alfa Romeo pintado de azul y oro, otorgandole incluso la Medalla Peronista por sus logros deportivos durante la posguerra) hasta el prometedor Franco Colapinto que ha revolucionado la máxima con talento y carisma; del primer equipo campeon del mundo de basquet en el Luna Park en 1950 hasta la Generación Dorada liderada por Manu Ginóbili, miembro del Salón de la Fama de la NBA; de Adolfo Cambiaso (una verdadera celebridad para las elites de los países árabes e indostaníes amantes del polo) hasta Diego Maradona y Lionel Messi (que en unos días será el primer argentino en ser reconocido con la medalla presidencial de la libertad, máximo honor civil de los Estados Unidos), reconocidos embajadores globales de la cultura argentina. Tal vez intrascendente en países de la región, la selección nacional de rugby también ha logrado consolidar una imagen internacional de excelencia, conectando a Argentina con países fundamentales del Hemisferio Sur, como las influyentes Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. Basta ver (o leer) Invictus para entender la potencia intrínsica que tienen los Pumas y el deporte de la ovalada.

Esta breve referencia somera y "de manual" muestra solo algunos ejemplos de cómo las figuras deportivas argentinas (de manera colectiva o individualmente) han proyectado la "marca país" más allá de las fronteras y una muestra del activo que representan y que se encuentra completamente desperdiciado ante la ausencia de un pensamiento estratégico permanente que potencie y utilice en pos del bien común estos vectores de poder blando.

La literatura argentina no solo ha dejado una huella indeleble en el panorama mundial, sino que ha colocado al país como un epicentro cultural dentro de la lengua española. "Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existió", afirmó André Malraux cuando estuvo de visita en el país por cortesía de la mecenas artística Victoria Ocampo. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares siguen siendo reconocidos como figuras claves del arte a escala mundial. El autor de Ficciones ha sido una fuente de inspiración en Estados Unidos, Europa y Asia para escritores consgrados como Salman Rushdie o el Nobel turco Orham Pamhuk.

Hace pocos años, en un show brindado en el Teatro Gran Rex, el extraordinario músico bosnio Goran Bregoviç contaba que durante la guerra de los Balcanes, donde combatió, al igual que su entonces amigo Emir Kusturiça, durante las noches leía Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. Semanas atrás, Dua Lipa (una de las cien personas más influyentes del mundo según la revista Time, influencia aún mayor entre los jóvenes) recomendaba los libros de los autores argentinos Hernán Díaz y Selva Almada, los que llevaba en su exclusiva cartera Birkin de Hermès.

De igual modo, nuestro país ha sabido proyectar su talento cinematográfico en el ámbito internacional desde las épocas doradas del Cine argentino hasta la de la Asociasión Argentina de Artistas. Desde entonces, con el cine independiente como bandera (y un INCAA bajo análisis por propios y extraños), las películas argentinas aparecen en todos los festivales internacionales donde ganan los más importantes premios, incluso los de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos (caso de "La Historia Oficial" y "El secreto de sus ojos" o las nominadas "1985", "La tregua", "Camila" y "Relatos salvajes"). El cine argentino contemporáneo sigue siendo una herramienta potente de soft power y ha mostrado cómo la industria cinematográfica argentina no solo refleja la idiosincrasia nacional, sino que también se muestra como una vitrina de tremenda creatividad y talento.

Algo parecido sucede en el ámbito de la música, donde Argentina tiene un legado excepcional que contribuye de manera significativa a su soft power. El tango, una de las más emblemáticas expresiones culturales propias (aunque en su origen más porteño que nacional), es un vehículo perfecto para la diplomacia cultural, y ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El caso de Astor Piazzolla, con su revolucionaria interpretación del tango clásico, trascendió las fronteras del género y fue pionero en la incorporación de elementos de jazz y la música clásica en la composición de este género. En este caso, el gigante marplatense se erige como una figura internacional, tremendamenta vanguardista y sofisticada, capaz de conectar a Argentina con públicos de todo el mundo, en especial del lejano Oriente, abriendo puertas a una diplomacia musical que sigue presente y que encuentra representantes en una mujer de la talla de Martha Argerich, reconocida mundialmente como una de las mejores pianistas de todos los tiempos. Mismo caso que el del maestro Daniel Barenboim, quien además de combinar su faceta de pianista (uno de los mejores interpretes vivos de Bethooven) con su papel como director de orquesta (al podio de la de Paris, las Filarmónicas de Londres y Viena, la Sinfónica de Chicago, entre muchas otras) y ex Director de La Scala de Milan. Barenboim fundó junto con su gran amigo Edward Said (tremendo intelectual y pieza clave de los Acuerdos de Oslo -cosa que pocos conocen- entre Israel y la OLP) la West-Eastern Divan Orchestra, ensamble de jóvenes músicos israelíes y palestinos. A la fecha, Barenboim, es la única persona en el mundo que goza de las nacionalidades israelí y palestina (además de la de su nacimiento).

Si bien, como sostenemos, el deporte, la literatura y la música son pilares fundamentales del soft power argentino, otro campo que está emergiendo con gran fuerza es la innovación tecnológica. Surge con ello una diplomacia científica y tecnológica. Desde 2017, por caso, Dinamarca es el único país del mundo que tiene acreditado un embajador ante Silicon Valley. En los últimos años, Argentina ha comenzado a destacar en el ámbito de las startups tecnológicas y la creación de unicornios: empresas emergentes que superan el valor de mil millones de dólares. Globant, Mercado Libre, Aleph Holding, Ualá, Despegar y OLX (su fundador Alec Oxenford ha sido recientemente nombrado embajador en los Estados Unidos en reemplazo de Gerardo Werthein, en un movimiento posterior de lo que identificaramos temporanamente en esta columna), entre otras, son ejemplos paradigmáticos de cómo Argentina ha logrado consolidar una industria tecnológica que no solo genera ingresos (aunque muchos desconozcan o renieguen de que esto dificilmente hubiera sido posible sin la ley de software de 2004), sino que también crea empleos de alta calidad y refuerza la imagen del país como un hub de innovación en América Latina.

De hecho, en los últimos años, hemos logrado posicionarnos como un líder regional en ciencia y tecnología, áreas fundamentales dentro de la smart diplomacy. Este concepto, en la teoría de las relaciones internacionales, se refiere a la habilidad de un país para combinar poder duro y suave de manera estratégica, utilizando una amplia gama de recursos para maximizar su influencia. Argentina ha aprovechado sus avances en ciencia y tecnología para no solo posicionarse como un referente regional, sino también para fortalecer sus relaciones con actores globales. El país ha sido pionero en la investigación espacial, con la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) a la cabeza, desarrollando satélites y proyectos científicos que no solo refuerzan la independencia tecnológica, sino que también lo convierten en un socio clave para otros países en el ámbito de la cooperación espacial y científica. El caso del Ingeniero Miguel San Martin es paradigmático, a cargo nada menos que en la NASA de las misiones exploratorias a Marte, a quien cada tanto habría que enviarle al menos una caja de vinos con el escudo de la República. De la mano de esto, Argentina ha logrado tejer alianzas con potencias internacionales lo que refuerza su prestigio global.

A esto hay que agregarle los avances en biotecnología, otro campo en el que Argentina se destaca, con investigaciones punteras en áreas como la genómica y la medicina (con dos Premios Nobel en este campo). En un mundo cada vez más globalizado e interconectado, las capacidades científicas no solo son sinónimo de progreso económico, sino también de credibilidad y autoridad moral en la diplomacia internacional. Argentina ha demostrado que la ciencia y la tecnología, cuando se combinan con un enfoque estratégico de diplomacia, pueden convertirse en una poderosa herramienta de atracción y cooperación internacional.

En este último aspecto fundamental, otro de los activos calve para la proyección internacional de nuestro país es su capacidad en la cooperación humanitaria. Ya hemos dicho aquí que la Argentina tiene una posición estratégica en el continente, con grandes recursos hídricos, y su involucramiento en la diplomacia del agua reforzaría su posición de líder regional en la gestión de recursos naturales, expericia practicamente inexistente en las capacidades estatales de países de la región y más allá. El Río Paraná, el Río Uruguay y las cuencas fluviales compartidas con Paraguay y Uruguay son elementos clave que pueden posicionar al país como un promotor de la gestión sostenible y la cooperación internacional en el uso del agua en un momento del mundo en el que las organizaciones vinculadas a políticas de desarrollo promueven activamente en los países del denominado Sur Global un uso eficiente y responsable de este recurso, cuya falta y despilfarro conlleva consecuencias tan dramáticas como soslayadas.

En resumen, Argentina tiene un vasto potencial para consolidarse como un líder global en diversas áreas, al menos hasta que logre consolidar otros objetivos más urgentes, como la necesidad de lograr la tan ansiada estabilidad económica con un modelo de desarrollo con crecimiento equitativo y un amplio consenso político, todo esto sin descuidar algunas mejoras en términos de poder duro.

Siempre la valoración social pasa por la cultura. Desde sus logros deportivos, pasando por su cultura literaria y musical, hasta su innovación tecnológica y su creciente cooperación internacional, que va desde los Cascos Blancos al Equipo Argentino de Antropología Forense, pasando por individualidades de la talla de los Doctores Cafarelli y Balmaceda, entre tantos otros notables compatriotas más o menos anónimos que integran nuestra riquisima diáspora (dejamos aquí de lado al Papa Francisco, que requiere otro análisis), el país tiene todos los recursos para potenciar su poder blando en el siglo XXI. A través de una estrategia de smart diplomacy, Argentina puede aprovechar todos estos activos coordinados para posicionarse como un modelo de innovación, creatividad y solidaridad internacional.

La clave está en integrar estos elementos de manera coherente, creando una estrategia de diplomacia inteligente que no solo celebre sus logros pasados, sino que proyecte su influencia de forma estratégica hacia el futuro. Acordarse de estos temas cuando se gana una Copa del Mundo y los jugadores no quieren ir a la Casa de Gobierno no sólo habla de las pequeñeces y los oportunismos de ciertos individuos que se alzan con importantes cargos públicos de rebote, sino que muestra el grado improvisiación y desidia que existen respecto de lo que hemos dicho hasta aquí.

Sólo recostado en su historia y su presente, Argentina tiene todo lo necesario para convertirse en una potencia media de primer orden en lo que queda del siglo.

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