Opinión
Orientación moral y poder blando: la dimensión Francisco
Por Lisandro Sabanés y Alfredo Lopez Rita
De Flores al Vaticano, Francisco († 21 de abril de 2025) marcó la historia con una diplomacia al servicio de los pueblos. Sus principios, nacidos del profundo pensamiento argentino, son una brújula infalible para el futuro de la Nación.

 El mensaje de Francisco ya anidaba en potencia en el cardenal Bergoglio, hasta que el tiempo y las circunstancias posibilitaron su manifestación la noche romana del 13 de marzo de 2013.

Desde entonces, uno de los campos consagratorios de su pontificado fue en el complejo tablero de la política internacional. Con una sorprendente (¿desconocida?) habilidad y un instrumental poco menos que perfecto (la diplomacia vaticana), Francisco orientó la potencia de este letal dispositivo al servicio de la humanidad sufriente: infalibilidad papal; doctrina católica que todos los cuadros de la iglesia comprenden, asimilan y difunden; profundo patrimonio simbólico, estético y ritual; cuadros hábiles, eruditos y políglotas salidos de la Academia Eclesiástica Pontificia; todo esto bajo la probada capacidad de mando de un estadista de dimensiones históricas nacido en el barrio porteño de Flores y que pasó los 77 años previos a su unción haciendo "alta política" en (y desde) la República Argentina.

En este sentido, resulta útil detenerse en algunos puntos sobresalientes porque, sin dudas, se puede concluir que en estos últimos doce años la diplomacia de la Santa Sede ha tenido por objeto mantener la mirada puesta en unos pocos, pero fundamentales pilares que no deben ser soslayados: la dignidad de la persona humana, la defensa de los descartados y la promoción de un orden internacional justo.

Francisco orientó hábilmente su magisterio diplomático hacia una defensa de la paz sin ningún tipo de concesión, con un claro pragmatismo político (que algunos creativos autóctonos han denominado "Geopolítica de la Paz", fundamentándola sin más que con una sucesión interminable de anécdotas personales con el Papa).

El diálogo y la reconciliación, en política, nunca son estadios a los que puede arribarse sin humildad y prudencia, pero tampoco sin firmeza ni decisión. La fuerza de este gesto de Francisco en 2019, cuando recibió en Roma a los líderes de Sudán del Sur que, a pesar de esto, continúan combatiendo fratricidamente hoy día, es una muestra de su talla (y habilidad). 

La sensación que experimenta el lector de esta nota al ver el video es probablemente minúscula en comparación con de los allí presentes. Una muestra de cómo predisponer a los actores al acuerdo antes siquiera de tomar asiento. El mensaje de Francisco es claro: para que haya reconciliación tiene que haber predisposición. Si esa posibilidad se concreta, estoy dispuesto hasta besar los pies. A la pregunta de por qué nunca regresó, se la pueda responder de un modo similar. Tarde.

En esta última década de pontificado pudo constatarse que la política de Francisco residió, entre otros temas, en recordar que la política es servicio y no solamente administración y ejercicio inescrupuloso de poder a menudo en manos de aprendices de brujo. Que la política, como un arte complejo, tiene siempre y en todo momento por objeto arribar a consensos y acuerdos. Luego, para la guerra están los generales y no ya los políticos.

El drama de las migraciones y los millones de personas desplazadas forzosamente no son una mera originalidad del Santo Padre, sino una durísima realidad que se expresó a lo largo de todo su papado, uno de los temas de nuestro tiempo. Estas millones de familias expulsadas por las guerras, el hambre, la violencia y la explotación se volvieron una triste cotidianidad en los albores de este siglo, realidad a la que el Sumo Pontífice no sólo no corrió la vista, sino que abordó con humanidad y sin miramientos, para lo cual no se privó de amonestar a ese respecto a los más importantes líderes globales.

Por su parte, el diálogo interreligioso de Francisco no sólo continúa una línea ya muy conocida para los argentinos del Obispo Bergoglio, sino que, en otra muestra de realismo político (y de vocación ecuménica), representa una comprensión muy aguda y pragmática de lo que hace treinta años Samuel Huntington observaba en su célebre "Choque de Civilizaciones", cuando trata el proceso de regreso a las propias tradiciones, lo que denomina "la revancha de Dios".

El documento sobre la Fraternidad Humana, también conocido como la "Declaración de Abu Dabi" que firmó en 2019 con el gran Imán del Islam Ahmed el -Tayeb, en tierras emiratíes, posiciona a la Iglesia católica como puente en un mundo donde el crecimiento demográfico en Asia y África, y el invierno en materia de natalidad que enfrenta Europa, brinda a los países del denominado Sur Global un rol que ya venimos observando en estas columnas en el escenario internacional y que se proyecta, lógicamente también, en la dimensión religiosa.

Históricamente, la diplomacia vaticana no responde a intereses geoestratégicos o económicos, como pueden ser los de los Estados nación y los cada vez más relevantes Estados civilización, sino a una misión espiritual, de fuerte contenido moral, que se proyecta en el plano político moderno a través de principios como la paz, el diálogo, la defensa de la dignidad humana y la libertad religiosa, capaz de ejercer influencia real en el escenario global a pesar de la insignificancia territorial y material del Estado del Vaticano. Se trata de una muestra del tiempo que puede llevar construir organización con claridad conceptual, objetivos definidos y una conducta acorde a la identidad que se pretende transmitir, más allá de las aparentes fortalezas materiales necesarias para una tal tarea.

El pontificado de Francisco representa una continuidad evidente de esa tradición, pero también una renovación profunda en cuanto a estilo, prioridades y enfoque. Si bien el Papa argentino no ha alterado los fundamentals de la política exterior de la Santa Sede, ha introducido un nuevo dinamismo, más visible, pastoral y orientado a las periferias del sistema internacional, que acaba de quedar claramente demostrado con la rápida designación de León XIV. A diferencia de sus predecesores más inmediatos, Francisco ha optado por una diplomacia de cercanía, caracterizada por la presencia física en territorios marcados por la violencia, la pobreza o la exclusión, en una muestra del sentido del momento histórico que su pontificado representó. Francisco ha sido el Papa de un mundo en proceso de transición de poder; su papado presenta, por ello, significativos cambios y beneficiosas continuidades.

A lo largo de estos doce años, Francisco realizó 47 viajes internacionales, visitando 67 países. No ha privilegiado exclusivamente los centros de poder geopolítico (sin por ello dejar de convertirse en el primer papa de la historia que habló ante el congreso de los Estados Unidos en 2015, así como en la cumbre del G7 en 2024 en Italia, donde expuso sus consideraciones ni más ni menos que sobre los efectos de la Inteligencia Artificial), sino que ha buscado estar presente en contextos de conflicto, postguerra o tensión interreligiosa. Irak, Sudán del Sur, República Centroafricana, Myanmar, China, Indonesia, Cuba y varios países de América Latina son solo algunos ejemplos de su prédica evangelizadora a lo largo de casi todo el Sur Global. Estos viajes, más allá de su valor simbólico y pastoral, constituyeron gestos diplomáticos concretos, que reflejaron una voluntad explícita de estar allí donde se debaten temas sensibles y una representación de los sin voz y así como de los intereses de los países en ascenso.

Al mismo tiempo, Francisco intervino directa o indirectamente en situaciones de crisis política, social y humanitaria, como en Venezuela, Nicaragua, Ucrania y, anteriormente, en la mediación entre Cuba y Estados Unidos, que concluyó con la normalización de las relaciones entre ambos países en 2014, hasta la llegada del presidente Trump en 2016. En estos casos, siempre mantuvo una postura prudente, evitando condenas unilaterales, lo que valió tanto reconocimiento como críticas. Este equilibrio entre neutralidad diplomática y compromiso moral ha sido una constante en su accionar, y revela la tensión inherente a toda diplomacia que busca ser al mismo tiempo eficaz y coherente, pero en este caso con una ética que, por ir más allá de Europa y Occidente es, por eso mismo, universal.

La diplomacia vaticana bajo el pontificado de Francisco se inscribe en la continuidad de una tradición histórica sólida, pero introduce un estilo propio, más pastoral, más cercano y más orientado a los "márgenes" del sistema mundo. Lejos de reducirse a un aparato burocrático, esta diplomacia se convierte en una herramienta viva de evangelización y servicio al bien común universal. El papa, en su rol de jefe de la Iglesia y de la Santa Sede, ha hecho de la diplomacia un medio privilegiado para expresar, en el plano internacional, su visión de una humanidad reconciliada, justa y fraterna.

Hundiendo sus raíces en el pensamiento argentino, Francisco desarrolló en Evangelii Gaudium (2013) cuatro principios de discernimiento para el bien común, inspirados en la Carta de la Hacienda Figueroa (1834), donde Juan Manuel de Rosas expone a Facundo Quiroga su visión para organizar el país. Estos conceptos, transmitidos al joven Jorge Bergoglio por el jesuita Ernesto López Rosas, fueron ampliados por Francisco incorporándole la infalibilidad papal. Entonces el todo es superior a las partes, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad supera a la idea y el espacio es superior al tiempo.

Estos principios, destilados de la experiencia argentina y elevados a una dimensión universal, son una guía inigualable para el gobierno virtuoso y la diplomacia en Argentina. Francisco, fallecido el 21 de abril de 2025, permanece como el argentino más influyente de la historia. Su legado, que apenas comienza a vislumbrarse, ilumina el camino hacia un futuro donde la política es reconciliación y servicio.

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