Editorial
¿Líderes fuertes para reparar sistemas rotos?
Por Leandro Bruni
Las personas no solo están buscando respuestas concretas que les mejoren su calidad de vida material. También están en la búsqueda de líderes que las comprendan y que las escuchen.

La sociedad está rota para casi 6 de cada 10 personas en el mundo. Un valor similar tiene el promedio latinoamericano. Sin embargo, la misma afirmación escala en el caso argentino llegando a casi 7 de cada 10. Estas elevadas cifras son el reflejo de una sociedad conmovida por la situación que vive en el último tiempo. No se trata de un gobierno, un país o una región en particular. Tampoco es la percepción de que un aspecto concreto de su vida o sus necesidades atraviesa un mal momento. Es un periodo en la historia contemporánea, una percepción ecuménica, temáticamente transversal, es un sistema completo que no funciona como antes y como debería lo que las personas perciben como un malestar constante en sus vidas.

El fervor de los procesos electorales se licúa con mayor velocidad que antes y la frustración frente a políticas ineficaces aparece como una de las principales amenazas a la democracia. Las personas no solo están buscando respuestas concretas que les mejoren su calidad de vida material. También están en la búsqueda de líderes que las comprendan y que las escuchen. Para la percepción generalizada, los políticos y partidos tradicionales están fallando en esta tarea. Así lo mostró un reciente informe de la encuestadora IPSOS a partir de un estudio realizado a 20 mil personas en 28 países durante el 2023. "Los partidos y políticos tradicionales no se preocupan por personas como yo" (64%) y "los expertos en este país no entienden la vida de gente como yo" (62%) son algunas de las respuestas que reflejan un preocupante clima de época donde lo que predomina es la percepción de un "sistema roto". Si ampliamos el lente con el que analizamos el panorama, las perspectivas son menos alentadoras. El sentimiento de que vivimos peor que antes y que los respectivos países están en declive predomina en la opinión pública del mundo (58%). En algunos países, esta percepción pesimista es mayor. Argentina, por ejemplo, no solo evidencia una sensación de declive mayor al promedio mundial (67%), sino que en los últimos siete años -y a contramarcha de lo que ocurrió en el promedio mundial y regional- aumentó (empeoró) 9 puntos.

En el ojo de esa tormenta están las elites económicas y políticas. El 67% de las personas en el mundo considera que una de las principales divisiones de esa sociedad rota es la que separa a la gente común de las elites políticas y económicas. Las personas los ven como distantes, privilegiados que viven una vida diferente, mejor. El 67% de las personas consideran que la economía en su conjunto está a disposición de los intereses y beneficios de este selecto grupo. Algo tiene que cambiar.

La idea de que se necesita un cambio es una constante en todo el mundo. Lo interesante del informe de IPSOS es que ese cambio adquiere la forma de un "líder fuerte". Así, 6 de cada 10 personas en el mundo sienten que en sus países se necesita este líder fuerte que les devuelva el poder, quitándoselo a los ricos y poderosos. Este valor, en la Argentina de estos días, llega casi al 70%. Lo curioso de este momento histórico mundial -o el signo más evidente de la crisis que atravesamos- es lo tolerante (49%) que esta la sociedad en aceptar que estos lideres fuertes estén "dispuestos a romper las reglas" en pos de solucionar problemas. Cabe aclarar que cuando se habla de "reglas", no solo se hace referencia a leyes que podrían parecernos injustas o el statu quo anquilosado que obstaculiza el progreso, sino que también se podría tolerar el romper leyes justas, instituciones, derechos, procedimientos, entre otros. Evidentemente, la urgencia sesga los riesgos.

El malestar que viven las personas en el mundo amerita una doble lectura. Como diría el sociólogo Norbert Lechner, permite entender tanto una crítica tacita al estado de las cosas, como también anticipar la búsqueda por alternativas. No debería sorprender la dimensión de dichas alternativas, considerando el tamaño del malestar.


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