
Es momento de que los dirigentes dejen de ofrecer solo un "quién" para votar y comiencen a ofrecer un "porqué". |
El horizonte electoral de 2025 está generando, por estos dÃas, todo tipo de configuraciones y estrategias para captar el interés de los votantes. Entre estas, destaca la posibilidad de formar frentes electorales. Estas alianzas son, en esencia, un reconocimiento de la debilidad electoral de ciertos partidos y candidatos que, anticipando una derrota, recurren a fórmulas que aspiran a maximizar sus chances de éxito. Sin embargo, las experiencias de las últimas décadas plantean dudas sobre la efectividad de la simple suma de partes. La idea de que un frente electoral siempre aumenta el caudal de votos tiene dos grandes falacias que merece la pena analizar.
Falacia 1: Sumar dirigentes equivale a sumar votantes
Es un error pensar que reunir a distintos candidatos garantiza que sus votantes anteriores se sumarán automáticamente al nuevo frente. Los votos no son "propiedad" de los dirigentes, sino de los ciudadanos, y cada elector toma decisiones según sus valores, expectativas y visiones del futuro. Por ejemplo, si Juan Grabois (1,4 millones de votos en 2023) conformara un frente con Horacio RodrÃguez Larreta (2,7 millones de votos), no serÃa razonable esperar que juntos obtengan 4,1 millones de votos. Sus electorados son distintos, con prioridades e ideologÃas que a menudo se contraponen. Más aún, el rechazo mutuo entre sus bases podrÃa ser más fuerte que el rechazo hacia un adversario como Javier Milei.
Falacia 2: La unidad fortalece
La idea de que "la unidad hace la fuerza" puede resultar contraproducente cuando la alianza es vista como una "bolsa de gatos". Un frente que mezcle candidatos, propuestas y trayectorias contradictorias suele generar rechazo, no adhesión. Los votantes perciben estas alianzas como oportunistas y carentes de coherencia. Hoy por hoy, si las elecciones se celebraran, es probable que Milei pudiera ganar nuevamente en primera vuelta. Las encuestas muestran que cuando se mide al presidente y su equipo en su espacio original, su intención de voto es alta (entre el 45% y el 55%). Sin embargo, al incorporar nombres de otros espacios como el PRO o sectores del "radicalismo peluca", ese apoyo tiende a diluirse. La identidad importa. Ser expresión de lo nuevo, lo disruptivo y lo "anticasta" se desmorona al asociarse con figuras vinculadas a la polÃtica tradicional o con alianzas que generan confusión.
Más que sumar, se necesita identidad
En lugar de sumar dirigentes sin rumbo claro, los partidos deberÃan enfocarse en construir una identidad que conecte genuinamente con los votantes. La mayorÃa de las personas no vota por individuos, sino por lo que esos lÃderes representan y logran movilizar emocionalmente. Muchos polÃticos subestiman el poder de una identidad sólida, un propósito claro y una visión compartida que inspire a la ciudadanÃa. No basta con presentar una plataforma electoral; es necesario ofrecer una razón profunda para estar en polÃtica, una causa que motive tanto a la militancia como al electorado.
La polÃtica debe responder preguntas fundamentales: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? Estas respuestas no solo nutren la narrativa de una campaña, sino que son el motor que permite resistir en tiempos de crisis, cumplir con los compromisos y recuperar fuerzas cuando todo parece perdido. Como decÃa el filósofo Friedrich Nietzsche: "Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo".
Es momento de que los dirigentes dejen de ofrecer solo un "quién" para votar y comiencen a ofrecer un "porqué". Solo asà se podrá construir una conexión duradera con los votantes y afrontar los desafÃos del presente con integridad y propósito.
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