Editorial
La economía moral de nuestra multitud
Por Juan Arrizabalaga
Milei corre con la ventaja relativa de los fracasos de los gobiernos anteriores. Pero el mundo igual se mueve.

Algunas reflexiones en torno a la perplejidad política y los interrogantes sobre la pasividad popular.

Fue el historiador británico E. P. Thompson quien escribió hace décadas acerca de la economía moral de la multitud cuando se refirió a los motines de subsistencia en la Gran Bretaña previo a la Revolución Industrial.

Lo interesante del concepto, por lo cual tuvo trascendencia teórica, es que Thompson señalaba que el límite de cuando las masas populares consideran insoportable su situación económica y social no es estrictamente material sino moral; o sea que remite a un conjunto de creencias, incluso a una tradición, de lo que se considera injusto o que está por fuera de la regla, que viola el consenso previo establecido entre gobernantes y gobernados, entre productores, comerciantes y consumidores, entre empresarios y trabajadores.

En ese momento se trataba del precio y la calidad del pan o la harina de trigo, particularmente en las zonas urbanas o en las industrias mineras y rurales. Cuando las masas lo consideraban insoportable se daba rienda suelta a verdaderos estallidos sociales que trataban de que las cosas vuelvan a la situación previa.

De alguna manera, en el marco de la crisis argentina, y de la derrota política del peronismo, se da cierta perplejidad con respecto de hasta cuando un programa de ajuste brutal, que lleva adelante el Gobierno de Milei, puede tener margen de aceptación activa o pasiva del grueso de la población laboriosa que se ve inmediata y seriamente afectada.

Milei, Caputo y Sturzenegger, llevan adelante un programa recesivo, de desindustrialización, privatizador y desnacionalizador, donde se paraliza el consumo, se estancan los salarios, los ingresos y las jubilaciones, se quitan subsidios y transferencias del Estado, se desregula la economía y se liberan los precios de la energía, tarifas, servicios y transporte, todo esto luego de una devaluación brutal de la moneda al inicio del gobierno.

La perplejidad asume condiciones particulares teniendo en cuenta que quizás sea difícil de comparar con la memoria histórica. La época menemista tenía como ariete, como válvula de escape, la famosa Convertibilidad, que permitió durante un período sostener el consumo, hasta que el modelo, por sus propias condiciones estructurales, estalló. Pero el proyecto actual anarcocapitalista no cuenta con esos resortes. Hay recesión, caída del consumo y no hay dólares. Y la deuda externa susurrando a las puertas. La batalla contra el déficit fiscal tiene muchas consecuencias humanas y pocas virtudes macroeconómicas.

En Argentina crece la desocupación, la pobreza y la indigencia. Un millón de niños se van a dormir sin comer, el alquiler se hace imposible, el costo de vida sigue siendo altísimo, sobra mes a fin de sueldo, y se expande como norma el endeudamiento familiar. Y lo que se ve en el horizonte es más caída.

El punto de bifurcación de esta caída expansiva tiene dos salidas. Por un lado, los límites económicos del nivel endeudamiento y del empeoramiento de la vida que pueden sostener las familias argentinas. El límite donde ya no le pueden seguir sobrando días al mes ni inventar mayores ingresos. El otro límite es la economía moral de nuestra multitud. Aquel punto, donde se comienza a considerar insoportable e inmoral, allí donde ya no se puede hacer el esfuerzo para pagar más caro y vivir peor sino donde se dice basta. Ese hartazgo, ese basta, está apoyado en una memoria colectiva, en creencias, valores, mitos, costumbres, en una acumulación subjetiva de nuestra multitud, de las clases trabajadoras.

Es cierto que hay fatiga social, producto de muchos años de crisis nacional, que hubo cierta descarga de energía social en las elecciones presidenciales, que estamos viviendo la trama de una implosión social, y que las creencias colectivas de la sociedad están en disputa. Es cierto que Milei corre con la ventaja relativa de los fracasos de los gobiernos anteriores. Pero el mundo igual se mueve. Y las contradicciones sociales y los dolores están a la vista. ¿Cuando se expresa en acto el límite que impone la multitud? ¿Cuándo y cómo se da una nueva descarga de energía social fuera del acto electoral?

Conocer esa economía moral de nuestra multitud en todo caso es un ejercicio que remite al vínculo entre conocimiento y política, un vínculo que se rompió en la crisis, mucho más para una clase dirigente de la oposición demasiado encapsulada en la superestructura y desorientada. Algo del no la ven tiene sentido. Aunque sea en un sentido distinto al que le da el gobierno actual.

Reconstruir un vínculo real, comunitario, no lejano, no aparente, más presencial que virtual, más moral que estadístico, con más tacto social que filtrado por encuestas, que siga el movimiento de la sociedad, más de clase que de traje, más concreto que abstracto, volver a nadar en el estanque más que pretender pescar desde afuera, un vínculo político más en la calle que de panelista, de representación de masas que de conspiración de cúpulas, más en el alma y los sueños de los que sufren que en las especulaciones de los aspirantes a funcionarios; todo esto puede ser parte de la brújula.

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