
Cuando la distancia entre quien tiene el poder y quien lo quiere es muy corta, la construcción de consensos es una quimera. El que invita lo hace por debilidad y el invitado quiere la cabecera. |
Mauricio Macri dice que está caliente. La Argentina también, en todas sus formas posibles. Sufre nuevamente el recorrido por la parte baja de su eterno cÃrculo vicioso, sin premio a la vista. No hay cambios estructurales que consuelen un ajuste que incluye más inflación y más deuda a pagar los próximos años.
La Argentina está caliente porque, entre otras calamidades, dos monstruos sin pies ni cabeza (o con varias cabezas) provocan una incertidumbre tal que nunca sabemos si estamos por caer al precipicio. "Los mercados" y el "cÃrculo rojo" se naturalizan como actores de poder, desestabilizantes, amorfos, sin sensibilidad social y sin voz.
Dicen quienes los interpretan que no confÃan en la Argentina y que son la causa de cada micro crisis que vivimos. De la familia del "pasaron cosas" o el "mundo cambió" nos acostumbramos a ver y escuchar que los factores externos son los realmente determinantes para la suerte nacional.
Los nuevos puntos de acuerdos básicos propuestos por el Gobierno podrÃan entusiasmarnos con la posibilidad de darle un giro a esta visión victimizada de nuestra realidad. El consenso, palabra de moda, ayudarÃa a evitar que los Gobiernos disminuyan su poca productiva capacidad para describir lo que nos pasa y abandonar convicciones religiosas vacÃas como "no hay otro camino" o "hay otro camino". Una muestra más de la falta de creatividad para salir de la grieta.
Sin embargo, el timing de este llamado justifica las dudas sobre el éxito real que puedan tener estas conversaciones. Cristina Kirchner también apeló al diálogo en 2009 cuando la derrota en las elecciones legislativas de ese año la obligaron a revisar su encapsulado ejercicio del poder.
Es contraintuitivo, pero podrÃamos decir que en estos tiempos el poder sà se comparte. El problema es que cuando la distancia entre quien tiene el poder y quien lo quiere es muy corta, la construcción genuina de consensos se parece más a una quimera. El que invita lo hace por debilidad, y el invitado ya no se conforma solo con un espacio en la mesa. Ahora quiere la cabecera.
Para sumarle más picante a este menú, es inevitable que el proceso se contamine con la "electoralidad" de estos tiempos. La comunicación, poco propensa a la profundidad que requiere el momento, deberá arregárselas para que cada espacio convenza a su tribu de que el fracaso es culpa del otro, o de que el éxito es mérito propio.
¿Una idea loca? Un acuerdo para establecer criterios de comunicación conjunta e impersonal. La tercera persona del plural serÃa una buena incorporación para todos los actores. ¿Otra más? que la polÃtica deje de sucumbir al populismo comunicacional de la inmediatez y la superficialidad de las encuestas, las redes sociales y los medios de comunicación para imponer una agenda conjunta de lo que necesita el paÃs. Para eso se necesita consenso, pero también coraje.
El riesgo evidente es que estemos asistiendo a una parte más de la campaña electoral, que, sin negar su rol clave en los sistemas democráticos, tiende a estimular los contrapuntos e impulsar la espectacularización de la polÃtica. Quedará entonces esperar quien gana la elección y volver a preguntarnos: "¿Y ahora qué"?
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Igual, dentro del staff de escribas de poco vuelo, es el mas gracioso.