Editorial
Una vieja tensión "revisitada"
Por Gonzalo Arias
No sorprende el carácter problemático de la institución de la vicepresidencia: un rol ambiguo, una suerte de hibrido, que no es plenamente parte del Ejecutivo ni miembro pleno del Legislativo.

De Yrigoyen a Perón, de Alfonsín a Menem, y de Néstor y Cristina Kirchner a Macri, los liderazgos democráticos han sido extremadamente personalistas en la Argentina. Aún con su pretendida impronta rupturista y fundacional, el liderazgo del presidente Milei no escapa a estas tendencias que han sido una constante en nuestra historia política.

En estos más de ciento diez años de democratización tras la sanción de la Ley Sáenz Peña que instaurara en 1912 el voto universal, secreto y obligatorio (aunque inicialmente solo masculino), la figura del caudillo, devenido posteriormente en líder de un partido o movimiento, para hoy encarnar mayoritariamente liderazgos de popularidad -con o sin partido- han tenido históricamente un impacto decisivo en los resultados electorales, sea como consecuencia de un diseño institucional presidencialista, y/o como producto de un tipo de cultura política que, para muchos historiadores, se venía gestando desde los tiempos de la colonia.

En este contexto, no sorprende el carácter problemático de la institución de la vicepresidencia: el diseño constitucional convierte al Poder Ejecutivo en una institución unipersonal, y relega a la figura del vice a un rol ambiguo, una suerte de hibrido, que no es plenamente parte del Ejecutivo ni miembro pleno del Legislativo.

Lo cierto es que aquí reside, en gran medida, el potencial conflicto que puede suscitarse en torno a las relaciones entre presidente y vice. Con un rol subordinado que, a imagen y semejanza de la Constitución de Estados Unidos, el constitucionalismo latinoamericano incorporó como garantía para una sucesión automática y "pacifica", muchos vicepresidentes a lo largo de nuestra historia política pasaron sin pena ni gloria y sus nombres quedaron en el más profundo olvido.

Sin embargo, en escenarios puntuales, varios de estos funcionarios acabaron por convertirse en protagonistas. Empezando por Carlos Pellegrini, quien debió reemplazar al renunciado Juárez Celman, el primer presidente en no completar un mandato; seguido José Evaristo Uriburu, que hizo lo propio ante la renuncia de Luis Sáenz Peña; Figueroa Alcorta, que asumió el cargo por fallecimiento de Manuel Quintana; Victorino de la Plaza, que hizo lo mismo al morir Roque Sáenz Peña; Ramón Castillo con Roberto Ortiz, y finalmente, María Estela Martínez con Juan D. Perón.

Abundan, asimismo, las tensiones, recelos, desconfianzas e intrigas. Sarmiento con Alsina, Hipólito Yrigoyen con Enrique Martínez, Perón con Teisaire, o Frondizi con Alejandro Gómez, este último renunciado tras conocerse los contratos petroleros con las empresas estadounidenses.

En tiempos más recientes, desde Fernando De la Rúa hasta hoy, quizás con la sola excepción de Macri, todos los presidentes tuvieron, con distintos matices y niveles de gravedad, relaciones complejas con sus vices: desde "Chacho" Álvarez, pasando por Scioli, Cobos, y Boudou, hasta Cristina Kirchner como vice de Alberto Fernández.

Como otro claro indicio de estas relaciones complejas, no puede obviarse tampoco el hecho de que ninguno de los cinco presidentes argentinos que gobernaron durante más de un período (Roca, Yrigoyen, Perón -durante tres-, Carlos Menem y Cristina Fernández), repitió a su vicepresidente en su segundo período, algo que sí suele ser la regla en la democracia estadounidense.

En este marco, puede decirse que el caso de la actual vicepresidenta se inscribe en esta larga historia de tensiones y desavenencias entre los integrantes de los binomios presidenciales. Sin embargo, en el caso de Villarruel asoman algunos detalles llamativos que merecen un mayor análisis, ya que las diferencias parecen haberse iniciado incluso antes de la asunción de Milei.

Si bien los escarceos y gestos de desaire pueden remontarse a la campaña del ballotage, el punto de inflexión parece haberse registrado durante la desordenada transición, cuando Milei habría desactivado el presunto acuerdo de darle a su vice la gestión política de Defensa y Seguridad, lo que se frustró tras la incorporación al proyecto libertario de Bullrich y Petri, el binomio presidencial de Juntos por el Cambio.

A partir de allí, las tensiones y diferencias crecieron y se tornaron cada vez más evidentes. Así, todavía resuenan los ecos del "fuego amigo" que recibió Villarruel al habilitar el tratamiento en el Senado del DNU 70/23 y autorizar un aumento de las "dietas" de los senadores, su intervención para "salvar" la Ley de Bases, su exclusión de la firma del "Pacto de Mayo" y su manifiesta ausencia en la "mesa chica" del presidente, entre otros episodios que miden la temperatura del vínculo entre ambos.

El episodio más reciente, generado por un posteo de la vice en la red social X con su apoyo a Enzo Fernández por la polémica desatada en los festejos del bicampeonato de América, sumó nuevas aristas al conflicto. Un presidente que se jacta de su verborragia sin filtro en las redes sociales y que se ha negado a ofrecer disculpas en varias ocasiones, generando múltiples conflictos diplomáticos, se apuró en calificar de "desafortunado" el tuit, aún sin existir -como en otros casos- una queja formal del país "ofendido", y envió nada más ni nada menos que a su hermana, a ofrecer sus disculpas al embajador francés.

Una sobreactuación que, a todas luces, parece querer dejar en claro un mensaje: la vice no es parte del gobierno, ni de una narrativa oficial que solo admite al "león". Así, un presidente siempre necesitado de reafirmar su autoridad echando o apartando a quienes no hacen lo que él quiere y cómo él lo quiere (Carolina Píparo, Carlos Rodríguez, Omar Yasín, Javier Torre, Carlos Torrendell, Nicolas Posse, Carlos Kikuchi, Julio Garro, y siguen las firmas) se enfrenta ante la imposibilidad constitucional de desplazarla y opta por aislarla.

Una apuesta riesgosa, no solo por la manifiesta debilidad del oficialismo en el Congreso, sino porque ser una figura que ostenta niveles de popularidad e imagen tan altos como las del propio Milei, que encabeza una cámara que se abocará en muy poco tiempo al debate de los pliegos de los dos candidatos a sumarse a la Corte, y que tiene vínculos aceitados con una oposición fragmentada que -en muchos casos- busca referencias que le permitan reagruparse.

Así las cosas, cuando se esperaba que tras la sanción de la ley de Bases y los nuevos anuncios económicos Milei relanzara su gobierno con un mayor énfasis puesto en la gestión, parece haber iniciado un nuevo tiempo de conflictos que ahora ya rozan al corazón mismo del poder, todo ello en momentos en que el país se enfrenta a una profunda recesión y a la incertidumbre de los mercados con relación a la sustentabilidad del proyecto del presidente y a su gobernabilidad.

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