Gobierno
Una olla a presión
Por Gonzalo Arias
El malestar ya dejó de ser un sentimiento que aflora en las encuestas, las redes sociales o las conversaciones cotidianas, y amenaza con ganar la calle.

El país se ha convertido en una verdadera "olla a presión", no sólo por haber alcanzado altísimas temperaturas en lo que respecta al clima social, sino porque parece estar atrapado herméticamente en un proceso en el que no aparece una válvula de escape que permita disipar el sofocante calor que nos impide actuar con la responsabilidad que demanda esta particular encrucijada de nuestra turbulenta historia reciente.

Así las cosas, y en el marco de la profundización de la asfixiante crisis económica, política y social, se generaliza así el descontento y proliferan las demandas y exigencias de diversos estamentos, con el agravante de que muchos de los reclamos son manifiestamente incompatibles entre sí. A medida que nos deslizamos en ese temido espiral de decadencia renace el individualismo y las apelaciones al "sálvese quien pueda", y mientras la desazón y el hastío se apodera de una gran mayoría de los argentinos, muchos de los que tienen responsabilidades en el ámbito político, económico y social continúan "mirándose el ombligo".

El malestar ya dejó de ser un sentimiento que aflora en las encuestas, las redes sociales o las conversaciones cotidianas, y amenaza con ganar la calle. Las organizaciones sociales y movimientos piqueteros, tanto los de izquierda como los afines al oficialismo, se vienen movilizando no sólo para reclamar la creación de un salario básico universal, sino también para evitar que se introduzcan cambios en el manejo de los planes sociales que les quiten protagonismo. El sindicalismo también está en estado de alerta: ya no sólo la CTA se moviliza para reclamar un "aumento de emergencia para los trabajadores", sino que incluso la oficialista CGT anunció para el 17 de agosto una marcha para protestar "contra la inflación" y "los formadores de precios".

Del lado de la producción, también se han volcado a las rutas los sectores vinculados a la producción agropecuaria, en protesta -fundamentalmente- por la escasez de gasoil y otros insumos clave para la actividad. Los transportistas del AMBA reducen sus frecuencias hasta un 50% reclamando el pago de subsidios atrasados. Por su parte, aunque sin necesidad de salir a las calles para hacerse oír, la industria viene reclamando por el impacto de las nuevas restricciones para el acceso al dólar en la provisión de ciertos insumos que son parte de diversas cadenas productivas, y alertan sobre faltantes. En el área servicios, el sector turismo también critica las nuevas medidas cambiarias y alerta sobre un brusco parate en la venta de viajes internacionales.

Los mercados financieros también meten presión. Pese a los intentos de Batakis de mostrar un compromiso con las metas fiscales acordadas con el FMI, la gestión económica no logra construir un mínimo de confianza: el dólar libre y los financieros baten nuevos récords y el riesgo país ya supera el umbral de los 2800 puntos porcentuales. Por último, el comercio apunta a que la inflación y la inestabilidad cambiaria generan la pérdida de precios de referencia, lo que deriva en remarcaciones "preventivas" o en el freno en la venta de ciertos productos.

Del lado del "ciudadano de a pie", más allá de la centralidad mediática que tiene el tema del "dólar turista" -fruto en gran medida de los propios discursos del Presidente y la ministra-, lo cierto es que la inflación sigue erigiéndose como el principal impuesto que golpea el consumo y la vida cotidiana de millones de argentinos. Sin un horizonte que permita avizorar una desaceleración del espiral inflacionario, para los trabajadores y jubilados se materializa con crudeza ese viejo dicho de Perón en relación a que "mientras los salarios suben por la escalera los precios lo hacen en ascensor". La pobreza, medida en términos de ingresos, es ya una realidad lacerante que golpea al 40% de la población.

Frente a este cóctel explosivo, la mayor parte de la dirigencia argentina -y no sólo la política- continúa procrastinando, encerrada en sus propios "microclimas" y agendas sectoriales, aferrada a sus demandas con actitudes totalizantes y mezquinas, sin vocación de ceder ni un ápice en favor del conjunto, construyendo alegatos que se dan de bruces con la realidad, manteniendo agendas alejadas de las necesidades urgentes de un país que coquetea peligrosamente con una actitud autodestructiva.

El tiempo apremia, la "olla a presión" no aguantará mucho más las temperaturas extremas, la situación demanda altas dosis de responsabilidad y de moderación. Lo que está en juego es mucho más que lo que se dirimirá en el próximo proceso electoral. Es hora de asumirlo y actuar en consecuencia.

*Sociólogo, consultor político y autor de "Comunicar lo local" (La Crujía, 2021)

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