Editorial
Un presidente que está (cada vez más) solo y "espera"
Por Gonzalo Arias
Con una imagen personal y de su gestión que en todas las encuestas está en niveles bajísimos, Alberto parece más solo que nunca.

Un Presidente inesperado, que llegó a la Casa Rosada gracias a la confluencia del fracaso del gobierno de Mauricio Macri y la astucia de Cristina Fernández de Kirchner para correrse del primer lugar en la boleta presidencial y ungirlo como candidato de un supuesto peronismo unido y reconciliado, comenzó a desandar el último año de un mandato tan incierto y turbulento como decadente.

Tres largos años marcados no solo por la inédita pandemia, sino por la manifiesta incapacidad del gobierno para gestionar los problemas estructurales del país: no sólo los heredados de la pésima gestión anterior y los profundizados por las consecuencias de la crisis sanitaria y los acontecimientos globales (guerra en Ucrania, recesión, etc.), sino también aquellos generados por las propias impericias, "errores no forzados" y fracasos de un gobierno que nunca pudo escapar de las tensiones internas y a la debilidad propia de una estructura de poder "loteada" entre diversos y heterogéneos sectores del peronismo.

Así las cosas, todavía con todo un año por delante, y nada más ni nada menos que frente a un proceso electoral de capital importancia, el presidente Alberto Fernández, con una imagen personal y de su gestión que en todas las encuestas está en niveles bajísimos, parece más solo que nunca. Ya no se trata únicamente de la situación de aislamiento político fruto de la estrategia explícita de su vice y el peronismo K, ni de la claudicación personal que significó el fracaso de la gestión económica de Martín Guzmán y el ingreso -con amplios poderes- de Sergio Massa al gobierno. Inexplicablemente, el primer mandatario parece haber decidido potenciar esas imágenes, autoexiliándose de la durísima realidad que lo circunda.

Como anestesiado por el fervor mundialista que contagió a todo un país y que desató unos festejos, bien merecidos, aunque sin dudas amplificados ante las frustraciones y el desasosiego que ofrece la realidad cotidiana, el Presidente montó hace unos días atrás un patético espectáculo para "festejar" los supuestos logros de esos tres años de gestión. La imagen proyectada de lo que pretendía ser una "celebración" fue la de una debilidad y soledad absoluta. Apenas un gobernador, unos pocos sindicalistas y un puñado de intendentes escucharon la delirante narrativa con que el primer mandatario no solo pretendió reivindicar un período histórico que será recordado por una de las más profundas y persistentes crisis económicas, sociales y políticas desde el retorno a la democracia, sino también por la disparatada obstinación en insistir, aún más solo que nunca, con su proyecto reeleccionista.

Pero, como un cruel recordatorio de que la frontera entre lo patético y lo ridículo es más difusa de que lo a veces se cree, faltaba aun el desplante de la "scaloneta". Envalentonado por cierta "lectura" de parte de la clase política, empecinada en ver en la gesta mundialista una suerte de oportunidad para ganar tiempo e insuflar nuevos bríos de optimismo en los caldeados climas de opinión -siempre más tensos durante los tórridos días de diciembre-, apenas el penal de Gonzalo Montiel infló la red del majestuoso estadio Lusail en Qatar y consumó una victoria largamente esperada por 36 años, desde el entorno del presidente se pusieron en marcha febriles negociaciones con la dirigencia de la AFA para lograr materializar la foto del primer mandatario con los dueños de la copa.

Imaginando una postal como la que Raúl Alfonsín logró con Maradona y los campeones de México 86, y Menem con el mismo Diego junto a los héroes de Italia 90, ingenuamente se creyó que el ofrecimiento del histórico balcón que inmortalizaran Perón y Evita sería una suerte de imán irresistible para Messi y compañía.

Los jugadores, pero sobre todo la gente, dejaron en claro que la fiesta era del pueblo. Mientras la mayor movilización popular de la historia tenía su epicentro en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires, en las inmediaciones de la Plaza de Mayo se desarmaba el escenario y el cotillón de la fiesta "oficial" que no fue.

Un presidente cada vez más solo sigue esperando, aunque ya no se sabe bien qué ni a quién.


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