Editorial
Un juego imposible
Por Gonzalo Arias
El veredicto no hace más que profundizar el sesgo de confirmación: para algunos, Cristina es "corrupta", para otros, hay una manifiesta persecución judicial en su contra.

 Sesgos de confirmación


El Tribunal Oral Federal N° 2 dio a conocer su veredicto en la denominada "causa Vialidad" que, junto a una docena de acusados, involucra a Cristina Fernández de Kirchner en una presunta trama de corrupción: la vicepresidenta finalmente recibió una condena de 6 años de prisión más la pena accesoria de inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Independientemente de que el tribunal, como ya había trascendido en las últimas horas, desestimó la "asociación ilícita" -lo que hubiese sentado un peligroso antecedente para la dirigencia política en general-, puede decirse que no hubo margen para la sorpresa.

Es que la tan mentada grieta ya había emitido su sentencia hace un buen tiempo atrás y, en función de ello, la convicción de la inocencia o culpabilidad de la vicepresidenta estaba y estará así fuertemente condicionada por el extremo en que el interesado elija situarse. En este sentido, poco importa el pronunciamiento de la justicia federal. Más allá de la carga probatoria, la argumentación racional o los fundamentos técnicos, el veredicto no hace más que profundizar el sesgo de confirmación: para algunos, que Cristina es "corrupta", para otros, que hay una manifiesta persecución judicial en su contra. Un juego imposible.

Desde ese punto de vista, la sentencia no cambia nada. Si bien es cierto que desde hace unos meses la política argentina gravita en torno a la cuestión judicial de Cristina, a esta altura parece haber quedado bastante claro que se trata más de una cuestión central en la agenda de la "clase política" que de un tema que moviliza masivamente al ciudadano de a pie.

Claro está, son la inflación, las consecuencias de la crisis económica y el clima de expectativas negativas respecto al futuro los temas que ocupan el centro de las preocupaciones ciudadanas. Pero, aunque a algunos les incomode reconocerlo, también el mundial moviliza más a la opinión pública que el desarrollo de la causa judicial: no es un análisis antojadizo, sólo basta con constatar cuáles son las notas más leídas en los portales de los principales medios o los posteos con más impacto en las redes sociales, para entender que la intimidad de los jugadores de la selección, los movimientos de la familia Messi, el estado físico de Di María o las especulaciones en torno a los posibles cruces de la albiceleste en las instancias definitorias de Qatar, despiertan mayor interés que lo que se juega en Comodoro Py.

Si bien debe recordarse que el enfrentamiento de la vicepresidenta con lo que entiende es el "partido judicial" no es en absoluto algo nuevo, lo cierto es que en el último año el conflicto ha venido escalando con rapidez. Desde su rol como titular del Senado, la ex mandataria ha venido impulsando una agenda legislativa con foco en la "reforma" judicial, apuntando a un cambio en la composición de la Corte Suprema y la integración del Consejo de la Magistratura, entre otros temas. La justicia no permaneció impasible: la Corte se subió repetidas veces al "ring", no solo declarando en diciembre de 2021 la inconstitucionalidad de la nueva integración del Consejo de la Magistratura, sino procurando bloquear las diversas estrategias con las que el oficialismo buscó asegurarse el control de dicho organismo previsto en la reforma constitucional de 1994.

En este sentido, la sentencia no puede escindirse del contexto de alta tensión política en la que fue dictada: en los poco más de tres meses desde que el fiscal Luciani elevara formalmente su acusación contra la ex mandataria, los acontecimientos se precipitaron a una velocidad inusitada, incluyendo capítulos gravísimos como el fallido intento de magnicidio, altas dosis de pirotecnia verbal, espectáculos patéticos como los insultos entre oficialismo y oposición en la frustrada sesión de Diputados de hace unos días, y filtraciones de alto impacto como la de los presuntos "chats" entre funcionarios judiciales, empresarios de medios y referentes opositores.

Por ello, con independencia de la percepción personal que cada uno tenga respecto a la ex presidenta, pareciera difícil negar que se trata de una "batalla" en la que se ventilan cuestiones que van más allá de la investigación de presuntos delitos en el ejercicio de la función pública o de la defensa de las instituciones republicanas y la división de poderes. Ello no implica en absoluto desconocer la importancia que debiera tener, en el marco de un sistema republicano que se precie de tal, la independencia de la justicia y el combate contra la corrupción. Ahora bien, a la luz de lo acontecido, ¿no es legítimo pensar que no es eso lo que se está discutiendo en relación a la sentencia de la justicia federal? ¿no es igualmente legitimo plantearse dudas en relación el timing del tribunal, con una sentencia dictada casi al final del año y en las vísperas de un proceso electoral presidencial?

En términos fácticos, y más allá del efecto simbólico que implica una condena que -al tratarse de una vicepresidenta en ejercicio- ha sido calificada de histórica, el camino judicial, al igual que el político, recién comienza. La vicepresidenta no solo no irá presa, sino que también podría ser candidata en 2023, tanto a Presidente como a Senadora por la provincia de Buenos Aires. Así, no solo quedarán por delante las apelaciones ante la Cámara de Casación, la Corte Suprema y, eventualmente la Corte Interamericana, sino varias "batallas" más de un enfrentamiento de larga data que, parece haber dejado atrás la "pax armada", para dar lugar a una declaración formal de "guerra" que dará comienzo a una serie de hostilidades que se irán ventilando en los próximos meses.

Retomando entonces el argumento inicial, si el desarrollo de la causa fue un tema central en la agenda de la "clase política", es a ellos a quienes interpela directamente esta sentencia. Tanto a un oficialismo que, a la vez que deberá evitar desbordes callejeros, pondrá a prueba su débil tregua interna. Y a una oposición que debería evitar algunos de los desbordes en los que se ha deslizado en los últimos meses y no caer en la tentación de buscar en la justicia "atajos" para conseguir el objetivo de llegar al gobierno en 2023.

*Sociólogo, consultor político y autor de "Comunicar lo local" (La Crujía, 2021)

Publicar un comentario
Para enviar su comentario debe confirmar que ha leido y aceptado el reglamento de terminos y condiciones de LPO
Comentarios
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellas pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento de terminos y condiciones será eliminado e inhabilitado para volver a comentar.
Más de Gonzalo Arias

Mucho ruido, ¿pocas nueces?

Por Gonzalo Arias
Más allá de los "éxitos" que el gobierno destaca en la macro, los datos de la economía real dan cuentas de que nos adentramos en un contexto muy complejo.

Cruzando el Rubicón

Por Gonzalo Arias
El gobierno de Milei parece adentrarse en un territorio que ya parece marcarle los contornos de un campo de acción que probablemente no sea tan amplio como anhelaría en función de sus aspiraciones fundacionales.

¿Qué ves?

Por Gonzalo Arias
No solo empresarios, Wall Street e inversores extranjeros, sino también el propio FMI, vienen planteando la gran incógnita de la gobernabilidad.

Una victoria simbólica

Por Gonzalo Arias
El presidente no solo gana tiempo después del enfrentamiento con las provincias, sino que vuelve a la carga con la aprobación de algunas de sus reformas estructurales en el Congreso.

Hipertensión

Por Gonzalo Arias
El vínculo entre el presidente y los amplios sectores sociales que lo apoyan pese a estar sufriendo en carne propia las consecuencias del ajuste, discurre por canales que aún la política tradicional y muchos análisis no logran aprehender

Milei, Gramsci y la cultura

Por Gonzalo Arias
Resulta difícil, como en casi toda teoría conspirativa, no ver ciertos rasgos tan delirantes como peligrosos.