Editorial
Sin reacción
Por Gonzalo Arias
Un gobierno que luce cada vez más desacoplado de la realidad espera como el boxeador groggy a que suene la campana, con la esperanza de una "mágica" y épica victoria electoral en octubre.

El 26 de octubre aparece, mirando fríamente un calendario, casi a la vuelta de la esquina. Sin embargo, incluso el observador más desprevenido de la realidad argentina sabe que en este país, y en un contexto como el actual, en cuarenta días aún puede pasar de todo.

Es que desde fines de enero de este año la realidad argentina ha adquirido un ritmo vertiginoso, no solo por los avatares de una economía atravesada por la incertidumbre y las recurrentes turbulencias, sino por un largo calendario electoral que encendió una disputa política que en 2024 estuvo casi ausente.

En un contexto de deterioro de la situación económica y erosión de expectativas, el gobierno fue perdiendo el control de la agenda y el dominio de la iniciativa política que había ostentado durante su primer año de mandato. Las sucesivas derrotas electorales en las provincias (con la relevante excepción en capital), las turbulencias económicas, los errores no forzados, las improvisaciones, y la intransigencia política frente a sectores otrora aliados -entre otros factores- acabaron por complicar el panorama de un gobierno cada vez más aislado y más debilitado por sus propias limitaciones, que se aferra a la esperanza de una "heroica" performance en las elecciones de octubre que, mágica y automáticamente, vuelva a alinear política y económicamente los planetas para el oficialismo.

Algo, por cierto, cada vez más difícil. No tanto por un resultado electoral que aún puede ser -en el agregado de votos a nivel nacional- potencialmente favorable al oficialismo, sino porque pensar que lo que suceda en unas elecciones intermedias en las que LLA no conseguirá mayorías propias en ninguna de las cámaras, pueda alterar significativamente el panorama político y económico es casi una quimera. Por el contrario, es altamente probable que de persistir en 2026 el panorama económico complejo que atraviesa el país, recrudezca la conflictividad política y social, y se acelere la disputa por la sucesión presidencial de cara a las elecciones nacionales del 2027.

Lo cierto es que el oficialismo pareció perder mucho más que votos en las elecciones bonaerenses del pasado 7 de septiembre. Perdió algo quizás más importante: la credibilidad y la confianza sobre la que se asentaban las expectativas de importantes sectores del electorado, pero también de los mercados. Muchos ciudadanos ya se sienten defraudados en sus expectativas porque entienden que el "sacrificio" no dio sus frutos, que no llegan a fin de mes, y que el horizonte no ofrece señales alentadoras. Y, entre los mercados e inversores, se amplifican los interrogantes respecto a la gobernabilidad y la capacidad del gobierno ya no solo para sostener el programa económico, sino incluso para hacer frente a los compromisos de la deuda.

Todo ello pareció condensarse este miércoles "negro" para el gobierno. Mientras las pantallas en la city porteña veían un dólar que por primera vez perforaba la banda superior acordada con el FMI, el tablero de la cámara baja se pintaba de verde rechazando con contundencia los vetos presidenciales a las leyes de financiamiento universitario y de emergencia pediátrica, y la calle era testigo de una multitudinaria movilización en defensa de la universidad y la salud pública.

Un tablero de votación que no sólo dejó en evidencia la manifiesta debilidad parlamentaria de los libertarios sino también las consecuencias de una mala estrategia política. No solo en lo que respecta al armado libertario en las provincias comandado por Karina y los Menem, o el destrato y la intransigencia con que se manejaron las negociaciones con los gobernadores y legisladores otrora aliados, sino también por la insistencia con una "batalla cultural" que acabó chocando con temas muy sensibles para amplios sectores ciudadanos, que además se abordaron con una evidente falta de empatía, por momentos rayana con la crueldad.

El gobierno está por estas horas desconcertado y, lo que es peor, evidencia un comportamiento errático. Como un boxeador groggy, no sabe si replegarse para evitar un nuevo impacto potencialmente demoledor, o si lanzar una combinación de golpes al aire con la esperanza de salir de la encerrona atacando.

Una actitud oscilante que quedó en evidencia durante la larga semana que pasó desde el discurso de Milei en el bunker libertario hasta la cadena nacional en la que se presentó el presupuesto 2026, en donde si bien por momentos el gobierno pareció intentar esbozar alguna autocritica, moderar el tono y mostrar comprensión respecto a ciertos temas de la agenda social más urgente, en otros, volvió a apelar al miedo, a ratificar el rumbo económico a como dé lugar, a denunciar supuestos intentos destituyentes, y a atacar o descalificar a quienes piensan diferente.

En el fondo, Milei cree que la derrota bonaerense fue un hecho puntual, consecuencia de algunos déficits en materia del armado electoral, y no un termómetro de la realidad económica y social. Por ello, más allá de retoques cosméticos, no cree necesario hacer cambios ni en lo que respecta a la gestión ni, mucho menos, en lo que refiere al rumbo económico.

Una actitud que, aunque parezca obvio, no parecen compartir ni los mercados ni el sistema político, donde se multiplican interrogantes y amplifica la incertidumbre respecto a la gobernabilidad, incluso más allá de octubre.

Así las cosas, un gobierno que luce cada vez más desacoplado de la realidad espera como el boxeador groggy a que suene la campana, con la esperanza de una "mágica" y épica victoria electoral en octubre, aunque ello ocurra en un contexto de estancamiento de la economía que aleja a los sectores medios y medios-bajos que habían acompañado a LLA en 2023, que ya perciben que la baja de la inflación no es suficiente y que la plata no alcanza.

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