Editorial
Recalibrando la relación gobierno y oposición
Por Gonzalo Arias
En un contexto en el que la recesión se ha generalizado y los contornos de la prometida recuperación aún no se avizoran en el horizonte, la oposición parece encontrar más incentivos en sostener esa amenaza latente de una colisión frontal.

Si bien hace ya tiempo que Milei abandonó la fórmula de "todo o nada" en lo que respecta a su estrategia parlamentaria, mostrando en varias ocasiones -aún con mucha impericia y frecuentes errores de cálculo- plasticidad para la negociación y ciertas dosis de pragmatismo, lo ocurrido esta última semana en el Congreso de la Nación vuelve a poner a prueba la capacidad del gobierno para encauzar las relaciones con la oposición (sobre todo la dialoguista) y evitar un peligroso conflicto de poderes.

En este marco, en un contexto en el que la narrativa anticasta y la impronta rupturista, con sus complementos discursivos que apelan a la intransigencia y hacen gala de una incorrección política rayana con la agresión, se habían visto revitalizadas tras el "veranito" en la agenda política que insufló el affaire Fernández, el oficialismo se topó previsiblemente con un escenario distinto en el Congreso.

Un escenario que, por cierto, aunque previsible, tardó bastante más tiempo en llegar que lo que muchos habían vaticinado luego del tortuoso y complejo trámite legislativo de la Ley de Bases. Aún con un presidente que sigue ostentando altos niveles de aprobación ciudadana (52,3% de imagen positiva según la última medición de Aresco), lo que le permite anclar su gobernabilidad en esa suerte de mecanismo "plebiscitario", el gobierno no pareciera poder prescindir del Congreso. No solo para poder plasmar algunas promesas en el plano de las realizaciones concretas, sino para evitar ceder la iniciativa política.

Lo cierto es que ante esta coyuntura parece más que claro que Milei ya no estaría en condiciones de apelar al "juego del gallina", el modelo de la teoría de los juegos que habría de tener su representación en la pantalla grande en una de las películas culturalmente más significativas del cine estadounidense del siglo XX: "Rebelde sin causa" (1955).

En una escena icónica en la que el personaje de James Dean (Jimmie) y Buzz, el matón que hace de novio de la bellísima Natalie Wood (Judy), se representa en la forma de una carrera de autos hacia un acantilado californiano, un escenario que postula un conflicto entre dos personas o instituciones en el cual si ninguna de las partes cede, se producirá un resultado grave en el que ambos pierden. En este contexto, ambas partes perciben que la mejor estrategia es mantenerse firme y que el otro ceda: de esa forma se evitará no solo la catástrofe colectiva, sino que quien se haya mantenido firme podrá sentirse satisfecho por haber triunfado.

Tras una "semana negra" en la que el oficialismo encadenó varias contundentes derrotas legislativas al hilo (movilidad jubilatoria, DNU relativo al presupuesto de la SIDE, autoridades de la Comisión Bicameral de Inteligencia), y en el comienzo de otra semana en la que se acumulan varios temas de la agenda parlamentaria que penden como espadas de Damocles sobre los planes de Milei (los pliegos de la Corte, el proyecto de financiamiento universitario, entre otras iniciativas de la oposición que podrían activarse en el corto plazo), pareciera más que claro que esta nueva realidad desaconseja una estrategia de este estilo.

No solo porque -aún con los ya reseñados niveles de apoyo que indican las encuestas- Milei parece haber perdido una buena parte de ese posicionamiento diferencial que lo incentivaba a no ceder un ápice aún frente a la amenaza del choque frontal, casi seguro de que la tan mentada casta no se iba a exponer a profundizar el generalizado repudio proyectando una imagen obstaculizadora. También porque en un contexto en el que la recesión se ha generalizado y los contornos de la prometida recuperación aún no se avizoran en el horizonte, la oposición parece encontrar más incentivos en sostener esa amenaza latente de una colisión frontal.

Ahora bien, no se debiera confundir la matemática con la política, como algunos comentaristas e incluso varios protagonistas políticos han dejado entrever. Con una oposición todavía con fronteras sumamente lábiles y en permanente reconfiguración, y en un escenario donde aún prima la fragmentación, nadie debería cometer el error de aventurarse a considerar los dos tercios obtenidos en el Congreso para el caso de la movilidad jubilatoria como realidad incólume. Aquí es donde tallan las agendas de los diferentes sectores, que van desde las actitudes más confrontativas del universo kirchnerista, hasta los intentos de confluencia de un sector importante del PRO, pasando por un temperamento de dialogo "tema por tema" de otras expresiones opositoras.

Así las cosas, seguramente esta semana ofrecerá algunos indicios que habrán de indicar las nuevas modulaciones, alcances y protagonistas de lo que podría ser una nueva etapa en la relación entre gobierno y oposición. Del lado del oficialismo, con un "viento de cola" que parece haber comenzado a mermar producto de la persistencia de la recesión y las dificultades para generar las condiciones para la llegada de inversiones (salida del cepo), y un clima interno enrarecido por la proliferación de internas y multiplicación de errores no forzados, habrá que ver si hay un cambio de estrategia para la negociación parlamentaria y la construcción de consensos políticos, que podría acelerar un acuerdo por el PRO que algunos integrantes del "triángulo de hierro" quieren evitar. Y del lado de la oposición, aún conscientes de la efectividad de su accionar para poner límites o ejercer presión, habrá que ver si se sostiene el ritmo de la última semana o si, a instancias de sectores más dialoguistas, se quita el pie del acelerador como un gesto a la espera de nuevas instancias de negociación.

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