Editorial
Pro(castinando)
Por Gonzalo Arias
Las diferencias internas en el PRO, la falta de una estrategia nacional unificada, y la carencia de un acuerdo macro con la UCR, amenaza con poner en riesgo la performance electoral en algunos distritos.

El pasado domingo La Pampa inauguró el larguísimo y extenuante calendario electoral de este año, en el que probablemente 15 provincias elegirán sus máximas autoridades en elecciones desdobladas de las elecciones nacionales de octubre.

En una interna abierta partidaria, Juntos por el Cambio eligió a quien será el candidato a gobernador que buscará vencer al peronismo, que gobierna dicha provincia ininterrumpidamente desde 1983. El ganador fue Martín Berhongaray, uno de los principales referentes de la UCR pampeana, quien se impuso holgadamente frente a Martín Maqueyra, diputado nacional y candidato del PRO.

Si bien el resultado debería analizarse con cautela, en tanto se trata de una "muestra" muy parcial e inevitablemente sesgada por la realidad provincial, no deja de ser un llamado de atención para el PRO y sus principales precandidatos a la presidencia: las PASO de este año serán muy diferentes a las de 2015, en la que las precandidaturas de Ernesto Sanz y Elisa Carrió fueron una suerte de puesta en escena para legitimar la candidatura de Macri y dotar de mayor volumen a la coalición que buscaba derrotar al kirchnerismo.

Es que no sólo el radicalismo hoy tiene aspiraciones de mucho mayor protagonismo y un posicionamiento mucho más competitivo, sino que el PRO continua encerrado en una virulenta disputa por el liderazgo que parece no tener fin. Es más, lo que ocurre a nivel nacional con la fractura expuesta entre Larreta y Bullrich, la ambigüedad e indefinición de Macri, y la actitud expectante de Vidal, se replica en los diversos distritos. Y no sólo en la Ciudad de Buenos Aires, donde caminan el distrito una inédita pléyade de aspirantes de los más diversos sectores internos.

La disputa nacional del PRO ha venido dificultando el encontrar acuerdos en algunas provincias en las que, a priori, Juntos por el Cambio podía disputar el poder. Las diferencias internas en el PRO, la falta de una estrategia nacional unificada, y la carencia de un acuerdo macro con la UCR para la distribución del poder (y las candidaturas) amenaza con poner en riesgo la performance electoral en algunos distritos, resintiendo aún más las divisiones internas. Se trata de los casos de Córdoba, Chubut, Mendoza, Río Negro, Neuquén y, con matices, Santa Fe.

Sin embargo, los dos principales precandidatos del PRO parecieran no mostrar la más mínima intención de "parar la pelota". Por el contrario, por estos días aceleran los preparativos para los sendos lanzamientos oficiales, que tendrían lugar a comienzos del próximo mes de marzo.

El radicalismo, por su parte, espera con relativa paciencia. Si bien los principales referentes -o sus emisarios- si hicieron presentes en Santa Rosa para festejar, fue Martín Lousteau el que más capitalizó el triunfo, ya que el radical pampeano integra su bloque en la Cámara de Diputados. Los dirigentes y estrategas del centenario partido confían, además, de que en un contexto de profundo desencanto y frustración de amplias capas de la ciudadanía, que podría derivar no sólo en un creciente voto castigo sino también en una alta abstención electoral, la territorialidad, la logística en el terreno, la posibilidad de movilizar electoralmente a votantes y hacer un seguimiento casi casa por casa, puede erigirse en una ventaja competitiva.

La incertidumbre no es lo único que enfrenta el principal espacio electoral que, cada día, parece sumar nuevos desafíos: el impacto que tendrá Milei sobre su electorado y el riesgo de que ciertos ajustes discursivos para intentar evitar esa fuga acaben por desperfilar a sus candidatos (Larreta), la tentación de los extremos y la polarización (Bullrich), las incógnitas en torno a Massa, el tardío intento de cristianización de Alberto con el embate contra la justica, son solo algunos de estos retos a los que se hace complejo enfrentarse sin reglas de juego claras en lo interno y, menos aún, sin mecanismos institucionales para dirimir "civilizadamente" las lógicas diferencias internas.

En este contexto, ante un clima no sólo de alta incertidumbre sino también de altísima volatilidad en el que las propias encuestas -a pesar de las críticas, aun la mejor herramienta para medir la opinión pública- experimentan mayores dificultades en lo que respecta a su función predictiva, las elecciones provinciales se convierten en un laboratorio privilegiado para analizar el impacto de las diversas estrategias en juego, evaluar posicionamientos, y tener un "termómetro" -aunque sea parcial- del clima y el terreno de la competencia.



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