Escenario
¿Oasis o espejismo?: la travesia de Milei
Por Gonzalo Arias
El gobierno de Javier Milei atraviesa su peor momento desde el fulgurante y sorprendente ascenso del líder libertario al poder.

El gobierno de Javier Milei atraviesa su peor momento desde el fulgurante y sorprendente ascenso del líder libertario al poder.

Sin embargo, pese a que las principales encuestas coinciden en que por segundo mes consecutivo (agosto y septiembre) se registra un descenso tanto en la imagen positiva como en los niveles de aprobación de gestión, el gobierno no experimenta aún grandes zozobras a nivel político. Es más, puede decirse que ante la manifiesta debilidad parlamentaria y la magra inserción en las estructuras territoriales, la principal fortaleza del gobierno nacional continua siendo el apoyo de la opinión pública.

Ahora bien ¿cómo es eso posible? En gran medida, porque según se desprende de las mismas encuestas y estudios de opinión pública que dan cuenta de las caídas en la imagen y gestión, así como de una erosión a nivel de expectativas, esos apoyos "perdidos" no parecen migrar hacia sectores de la oposición, sino quedar en una suerte de "limbo" sin referencias o representación, por lo que podrían volver a apoyar al gobierno ante la eventualidad de alguna mejora.

Por ello, el repliegue defensivo que le permitió al gobierno consolidar un magro pero cada vez más nítido "tercio" le alcanza al gobierno para mantener su centralidad en un escenario de alta fragmentación opositora, y conservar la iniciativa aún frente a la sucesión de derrotas legislativas, recurrencia de errores no forzados y evidentes déficits de gestión.

No resulta casual, en este escenario, el retorno de Milei al "modo campaña". Como quedó en evidencia en el acto del pasado fin de semana en Parque Lezama, el autoproclamado "máximo referente mundial de la libertad" desempolvó algo más que su tradicional campera de cuero negra. Arropado por los más caracterizados y fanáticos militantes libertarios, y tras una semana "difícil", en el sur de la ciudad de Buenos Aires Milei volvió a apelar a un repertorio que conoce muy bien y con el que se siente más que cómodo: el de fiereza e intransigencia frente a la identificación de un "enemigo", de contornos convenientemente lábiles, como la "casta".

Lo cierto es que aunque el retorno a esta suerte de "narrativa original" puede ofrecerle un oasis ante una coyuntura difícil, puede en realidad convertirse en un espejismo en el desierto yermo de esta Argentina sin rumbo claro. Es que si bien las crecientes dificultades del gobierno para mostrar una reactivación económica o, al menos, la inminencia de ella, comienzan a erosionar sus bases de apoyo popular, la oposición no logró capitalizar las victorias propias ni los errores no forzados del gobierno más allá de un horizonte coyuntural: ni las desavenencias en torno al tratamiento legislativo la ley de bases, ni el rechazo al DNU de la SIDE, ni el escándalo de los alimentos sin repartir en depósitos de Capital Humano, ni el veto a la ley de recomposición de haberes a los jubilados, ni la primera y masiva marcha universitaria de abril, por citar algunos ejemplos, tuvieron efectos duraderos que le impidieran al gobierno avanzar con su agenda.

Más allá de que hay sectores de la oposición que se entusiasman con la nueva marcha universitaria de esta semana, que promete ser aún más masiva que la anterior, y que sin dudas aumentará la presión sobre este tema, no pareciera haber indicios de que esta temática pudiese convertirse en la "125" del mileismo. No solo porque aunque sea cierto que la educación pública sigue teniendo en nuestro país un mayor consenso del que el gobierno creyó al estallar el conflicto, sino porque ninguna de las dos partes en pugna pareciera inclinar el fiel de la balance a su favor en un país con una realidad lacerante de pobreza que ya afecta a más de la mitad de los argentinos.

Así las cosas, aunque la narrativa oficial da muestras de evidente desgaste en un contexto donde la recuperación económica no llega, y donde ni la apelación a las responsabilidades del pasado ni la invocación profética de un futuro mejor parecen opacar el plúmbeo presente, la principal amenaza para el gobierno no parece -al menos hoy- provenir de una oposición disgregada y presa de un internismo pueril (no solo en el PJ o en la UCR sino incluso en en el colaboracionista PRO), sino en una conflictividad social que aún permanece larvada en términos de movilización -además de ralentizada por la desarticulación de los movimientos sociales y piqueteros- y que el propio presidente parece no solo profundizar con sus políticas macroeconómicas sino incluso peligrosamente azuzar discursivamente.

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