Escenario
Milei y los senderos que se bifurcan
Por Gonzalo Arias
Las elecciones en Estados Unidos podrían ser un catalizador que consolide el rumbo de Milei y refuerce su visión global.

A medida que el Javier Milei pisa el acelerador, envalentonado tanto por el escenario más favorable en materia económica-financiera desde que asumió la presidencia, como por la irrelevancia y fragmentación de una oposición que no logra superar las internas ni acomodarse en un sistema político que la irrupción del libertario ya ha reconfigurado, el líder libertario se aproxima a una encrucijada clave que definirá el futuro de esta experiencia política, más allá de los logros y fracasos, éxitos y derrotas que pueda anotarse en el corto y mediano plazo.

Una encrucijada histórica a la que el presidente libertario pareciera avanzar inexorablemente y en la que, como en un laberinto borgeano, hay dos senderos que se bifurcan. Dos caminos que no solo son incompatibles sino manifiestamente contradictorios.

Uno de ellos, un camino que, con matices, adscripciones a ciertas corrientes de pensamiento en detrimento de otras (Escuela Austriaca) y signos identitarios más bien propios, podríamos caracterizar -con ciertas licencias- como el del liberalismo. El otro, un camino más sinuoso y plagado de tentaciones y atajos, que es el del autoritarismo.

Lo paradojal del contexto actual radica en que conforme el gobierno encuentra señales positivas de los mercados ("veranito" para bonos y acciones, tanto en Wall Street como en la city), encadena una buena performance en algunos indicadores macroeconómicos (reducción de la brecha cambiaria, fortalecimiento de reservas, riesgo país que perforó los 900 puntos básicos, crecimiento en el crédito privado récord histórico de depósitos en dólares producto del exitoso blanqueo, una recaudación mayor a la prevista, etc.) y consolida lo que ha venido presentando como su principal "logro" con respecto al mandato asignado por los votantes (la inflación), se generaliza un peligroso clima de euforia y desmesura que pareciera llevar al Presidente a internarse más en el camino de la radicalización de un estilo de liderazgo de marcados perfiles autoritarios.

Un estilo de liderazgo que, por cierto, poco tiene que ver con el liberalismo argentino al que discursivamente el presidente ha apelado para entroncar su proyecto en una tradición que él vendría no solo a reivindicar sino a refundar. Una tradición liberal que en Argentina tuvo a Alberdi como el gran arquitecto de las bases jurídicas y constitucionales que apuntalaron nuestro proceso de organización nacional, sino también en el Mitre que impulsó el Ferrocarril, organizó el Poder Judicial que acabaría por completar el sistema de "pesos y contrapesos" entre poderes, y extendió la educación secundaria; y, por supuesto, de Domingo Faustino Sarmiento, y su predica por la educación laica y libre y por la promoción de la cultura.

Una generación de liberales que bregó -aún con matices- por la construcción de un Estado nacional que apuntalará las ideas del progreso, y que si bien abrazaban la idea de un gobierno limitado, en la línea de Adam Smith o John Locke, lo era en tanto un gobierno condicionado por la ley, lo que nunca fue óbice para apostar por bienes públicos como la educación, la salud, la protección de la infancia y la vejez, como pilares del progreso y la libertad.

Un liberalismo que, por otra parte, no renegó de la promoción de la cultura en tanto libre intercambio de ideas y usina de pensamiento, de la libertad de prensa como derecho fundamental en el marco de una nación libre, de la argumentación y el valor de la palabra, del respeto por las instituciones y, en definitiva, del apego a una tradición republicana, que concibe a nuestra democracia como un gobierno representativo y federal. Un liberalismo que impregnó la Carta de las Naciones Unidas e impulsó el multilateralismo como garante de la paz y la convivencia internacional

A contramano de está tradición liberal que -aunque cada vez menos- dice representar, envalentonado por estos pretendidos "logros", que como indica la dolorosa realidad argentina suelen ser efímeros, y ya en un "modo electoral" precipitado también por la inexistencia de una oposición capaz de hacerle frente, Milei parece internarse en ese peligroso laberinto de las derivas autoritarias, lo que se proyecta tanto en el plano doméstico con su vocación totalizante que no tolera contradictor de ninguna especie como en su disparatada política internacional que desprecia los organismos internacionales y el multilateralismo.

Es en este contexto en el que las reñidas elecciones de Estados Unidos adquieran una importancia central para el país, no tanto por las tradiciones consideraciones económicas o alineamientos geopolíticos, sino por el potencial impacto que un triunfo de Trump pudiese tener en términos de la radicalización de estas tendencias descriptas. Una victoria que el gobierno no dudaría en festejar como propia, y que tendría una suerte de efecto confirmación de que el camino es el indicado, como ya lo vieron en Hungría con Orban o en Italia con Meloni, y que en Argentina encuentra al autoproclamado "máximo defensor de la libertad a nivel mundial".

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