Escenario
La odisea de Milei
Por Gonzalo Arias
Resulta difícil pensar que pese a la precariedad, fragilidad, improvisación y displicencia el gobierno pueda siempre salir airosos de situaciones difíciles.

A diez meses de su fulgurante ascenso al poder, el gobierno de Milei se jacta de haber sobrevivido a las semanas más difíciles desde que el libertario se sentara en el "sillón de Rivadavia", un contexto en donde la confluencia entre la debilidad oficialista en el Congreso, la erosión de la imagen presidencial y la aprobación de gestión, y el estancamiento en la agenda macroeconómica del gobierno parecían complicar su ya de por si endeble y lábil gobernabilidad.

Apelando al tan recurrente como peligroso recurso del temor al caos, y sobreactuando una intransigencia que parece llevarlo a coquetear con los límites y jugar casi todos los tiros -sin importar a menudo su relevancia- "a los flejes", el gobierno logró sostener por segunda vez consecutiva un veto legislativo. Un esfuerzo que, en el marco de la masiva movilización universitaria, de un debate en donde el argumento fiscal no tenía el mismo peso que en el veto jubilatorio, y de una oposición que comienza a endurecerse de cara al 2025, no fue en absoluto menor.

Lo cierto es más allá de haber festejado una victoria tan pírrica como relevante para un oficialismo sin relevancia parlamentaria, la semana cerró también con buenas noticias en materia económica, lo que el gobierno parece querer aprovechar como una suerte de "relanzamiento" de cara a las legislativas del 2025, procurando transmitir un optimismo que por momentos pareció convertirse en una prematura euforia.

Con la inflación -principal bandera de la gestión- perforando la barrera de los 4 puntos (3,5%), el renovado optimismo de los mercados que se percibe en el retroceso de las cotizaciones alternativas del dólar, las recompras de reservas del Banco Central, la caída del riesgo país por debajo de los 1200 puntos básicos, la "primavera" de los bonos soberanos de deuda (suba del 8%), la buena performance del extendido blanque de capitales, y la "dispensa" del FMI respecto a los sobrecargos, desde el gobierno creen que acaban de cerrar una de sus mejores semanas desde que están en la gestión y se aventuran incluso en afirmar que "lo peor ya pasó".

Sin embargo, el sempiterno riesgo de este gobierno sigue muy presente: resulta difícil pensar que pese a la precariedad, fragilidad, improvisación y displicencia el gobierno pueda siempre salir airosos de situaciones difíciles. Y ello aunque sea cierto que ni los más optimistas imaginaban que un presidente con una impronta rupturista y un discurso marcadamente anti-político, que cuenta con un 10% del Senado y un 15% de la cámara baja, pudiese no solo preservar su gobernabilidad, sino llevar adelante uno de los ajustes más brutales en democracia sin protesta social, aprobar en el Congreso algunas iniciativas claves (ley Bases y paquete fiscal), frenar dos insistencias legislativas en menos de un mes, y avanzar en una suerte de "batalla cultural" por la interpretación del pasado pero sobre todo por el sentido del futuro, sin sufrir crisis de legitimidad alguna.

Además, sin para ello avanzar en acuerdos políticos institucionalizados que pudiesen implicar ceder cuotas de poder, sino más bien apelando a la fragmentación y atomización de la dirigencia tradicional para construir acuerdos ad hoc según las necesidades. La amenaza para el gobierno es entonces más que evidente: acostumbrarse a este escenario anómalo que es -en gran medida- producto de la profunda crisis del sistema político, y del patrón de frustraciones acumuladas de una ciudadanía hastiada de las viejas e ineficaces formulas y dinámicas políticas tradicionales, perdiendo de vista que no solo el gobierno dividido (ejecutivo y legislativo de distinto signo) suele ser un problema en las democracias presidencialistas, sino más aun un presidencialismo de flagrante minoría.

Con varias "cumbres" que sortear en el corto plazo, como el presupuesto 2025 o la integración de la Corte Suprema -por citar solo dos-, el presidente se expone cada vez más a una encrucijada de la que se bifurcan dos caminos a priori antagónicos. Por un lado, el de la opinión pública, que Milei supo cultivar con éxito, azuzando aquella hoguera de emociones que no solo lo catapultaron al poder, sino que se constituyeron en el principal soporte de su gobernabilidad. Por otra lado, la cada vez más evidente necesidad de hacer "política", de gestionar con mayor eficacia los resortes del Estado, para procurar obtener resultados más duraderos y construir consensos más sólidos.

Hasta hoy, Milei pudo eludir la decisión de elegir uno u otro camino, ya que en el marco de un país en una de sus crisis más profundas y prolongadas de la historia, un presidente que cuenta - al menos hasta ahora- de amplios apoyos en la opinión pública ha generado una suerte de efecto disciplinador sobre una parte significativa de una dirigencia política temerosa de que su crisis de credibilidad se transforme en un proceso de repudio generalizado.

No obstante, aún en forma incipiente, este status quo parece haber comenzado a cambiar. Aunque aún mantiene niveles nada despreciables, la imagen del presidente, la confianza en su gestión y el nivel de expectativas positivas sobre el futuro han comenzado a evidenciar una tendencias a la baja, y ello en un contexto donde más allá de cierta estabilidad en variables macroeconómicas la recesión no da treguas a los ciudadanos de a pie, y en el que muchos opositores comienzan a perder el miedo y salir de sus madrigueras, ya sea porque vislumbran signos de desgaste o porque entienden que no hay tiempo que perder de cara a las legislativas del 2025.

Así las cosas, Milei deberá emprender, más temprano que tarde, ese temido viaje por el estrecho de Mesina que se relata en la "Odisea", esa extenuante y riesgosa travesía hacia Ítaca que tiene como una de sus tantos obstáculos el pasaje por esa estrecha franja de mar que separa a los monstruos mitológicos de Escila y Caribdis: una criatura despiadada que ataca furtiva y ferozmente, y otra que aunque lo hace apelando a los más racionales y menos espectaculares remolinos, no resulta menos letal.

La incógnita, como enseña la gran obra homérica, es si Milei, como el Odiseo de Homero estará dispuesto a negociar su paso, o se arriesgará a la casi imposible tarea de sucumbir ante las garras mortales de alguno de los dos monstruos mitológicos.

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